El estado chileno, tenga la forma de gobierno que tenga, no deja de ser la dictadura clasista de la burguesía (en las condiciones chilenas ni siquiera de la burguesía, sino solo de la élite burguesa, de la oligarquía). Simplemente no puede ser de otro modo, por cuanto los intereses de esta clase son totalmente hostiles a los intereses de los trabajadores, quienes nunca aceptarán de forma voluntaria, que para beneficio de no se sabe quién, por ejemplo, se les continue privatizando empresas patrimoniales y nuestros recursos naturales.
Por eso, llevar a cabo su dominio, los explotadores pueden hacerlo sólo de dos formas: por la fuerza en combinación con el engaño, y mediante el engaño en combinación con la fuerza. En el primero de los casos estaríamos ante una dictadura política directa (Hitler en Alemania, Mussolini en Italia, Franco en España, Pinochet en Chile, “los coroneles” en Grecia etc.).
El segundo caso sería la democracia existente en los países occidentales, y su variante deforme y caricaturesca (por mucho que digan en la Unión Europea y en los Estados Unidos) que tenemos democracia. Esto no es el poder del pueblo.
¿Cómo es posible que el gran capital pueda llevar a la práctica su dictadura, en condiciones de democracia política, cuando son todos los ciudadanos los que eligen a su gobierno? ¿Qué obliga a los oprimidos a votar por sus opresores?
En primer lugar, para mantener su dominio los oligarcas recurren a los colosales recursos financieros de que disponen, incomparablemente mayores que los que están al alcance de sus oponentes políticos, los partidarios del socialismo.
En segundo lugar, el gran capital ha capitalizado la televisión. La manipulación sicológica de la población mediante medios electrónicos de información masiva se ha convertido hoy día en una de las más crueles y eficaces formas de violencia sobre la persona. Hasta tal punto es efectiva, que se hace innecesario temporalmente recurrir a otras formas de violencia, y el gobierno burgués dispone de la posibilidad de seguir parloteando sobre lo demócrata que es.
En tercer lugar, en el arsenal del régimen oligárquico disponen de un instrumento de conservación del poder, con el que llevan siglos experimentando: el sistema bipartidista. A los ciudadanos se les propone “libremente” optar por uno de los dos grupos oligárquicos, entre los que, incluso con la ayuda de un microscopio electrónico, es imposible ver la diferencia. El resto de fuerzas políticas son declaradas “carentes de posibilidades”. Que pruebe en estas condiciones a vencer en las elecciones, alguien que pretenda derrocar la dictadura del gran capital.
En cuarto lugar, “las reglas del juego” que establece el estado burgués, conceden a los oligarcas una “póliza de seguros” para el caso de que pese a todo el oponente pudiese conseguir la victoria. Me estoy refiriendo al principio de división de poderes, que ha sido prácticamente declarado como el principal baluarte de la democracia y según el cual las ramas del poder, el ejecutivo, el legislativo y le judicial se controlan unos a otros. Aunque sería más exacto decir que se vigilan infatigablemente, limitando la posibilidad de que alguno pueda cumplir con sus funciones de modo independiente. Este ovillo enredado se denomina “sistema de contrapesos”, y se supone está diseñado para defender a la sociedad de la usurpación del poder por una de sus ramificaciones. Todo dentro de la lógica…
Pero hagámonos una pregunta: ¿qué pasaría si eligieran a un presidente que apostase por el socialismo? La respuesta es evidente: el parlamento burgués haría todo lo posible para evitar que pudiese ejecutar su programa. Si la mayoría de los diputados estuvieran predispuestos contra el capitalismo, sería el presidente el que pondría palos en la rueda. Y si la izquierda consiguiese al mismo tiempo vencer en las elecciones parlamentarias y en las presidenciales, les quedaría en la recámara el poder judicial, llamado por su propia naturaleza a defender la legislación existente; lo que equivale a decir el sistema social existente.
En quinto lugar, en el caso de que todos estos mecanismos de autodefensa fallasen, el gran capital siempre estará presto a quitarse la máscara y pasar a la dictadura política. La experiencia histórica nos enseña que los juegos de los explotadores a la democracia terminan, por lo general, cuando surge una amenaza real para su dominio.
Lo expuesto hasta ahora en modo alguno significa que sea imposible por métodos pacíficos apartar del poder al régimen oligárquico. Más aún, en las actuales condiciones de crisis económica, esa posibilidad aumenta. El sistema capitalista demuestra de un modo excesivamente explícito su escandalosa incapacidad para hacer frente a los problemas que el mismo ha generado.
Pero ganar las elecciones y lo que es más complicado, mantenerse en el poder, sin renunciar a los principios programáticos, los partidarios del socialismo (y las encuestas sociológicas dicen que son la absoluta mayoría de los ciudadanos) pueden solamente en el caso de que se observen cuatro condiciones obligatorias. Y eso depende de las fuerzas por el socialismo.
Primera condición: Debéis de dejar de confiar en los explotadores y sus representantes políticos, que ya os han engañado en tantas ocasiones. Es hora de entender que sus promesas y limosnas son el empedrado del camino que conduce al infierno.
Segunda condición. Es imprescindible tomar conciencia de nuestra fuerza. Los oprimidos somos infinitamente más que los opresores. La verdad está de nuestro lado, y siempre es más fuerte que la mentira.
Tercera condición. Los trabajadores deben unirse. No se puede dividir al obrero del campesino, ni del pequeño empresario, ni del intelectual, del jubilado o del estudiante. Tenemos los mismos objetivos, un futuro común y un enemigo común.
Cuarta condición. Hay que apoyar por todos los medios a nuestros representantes políticos, a los que apuestan por el socialismo. Pero no solo en época electoral, también antes y después. Entonces los oligarcas deberán preocuparse ya no de cómo manipular las conciencias o cómo organizar el sabotaje en caso de su derrota, sino de cómo esquivar las piedras que volarán sobre ellos, en cuanto el pueblo tenga la más mínima sospecha de que están intentando manipular y sabotear.
De cumplirse estas condiciones, está cercano el día en que podamos juntos construir un estado, en el que sea la mayoría, de un modo democrático, la que dicte su voluntad a esa ínfima minoría, y no al revés, como ocurre hoy.
Eso es el auténtico Poder Popular, en el que serían impensables acontecimientos similares a los ocurridos ante nuestros ojos.
Hugo Umaña