miércoles, 20 de febrero de 2019

Haciendo Historia

El 11 de septiembre de 1973 las fuerzas armadas de la República de Chile pusieron en marcha un plan de exterminio de la población civil que fue organizado conjuntamente con agentes de la CIA y del Departamento de Estado de USA, como quedó demostrado en la investigación que realizó el Senado norteamericano y conocida como Comisión Church.

Uno de los primeros actos de esta organización criminal en que se convirtieron las fuerzas armadas fue el derrocamiento cruento del presidente legítimo de Chile hecho que es plenamente conocido por las imágenes de televisión que reflejan el momento en que aviones militares bombardearon el Palacio de la Moneda.

El presidente Allende había nombrado una serie de voluntarios en su mayoría integrantes de la Juventud Socialista como su custodia personal que realizaba las tareas de seguridad de su entorno en todos sus desplazamientos y en las residencias presidenciales de La Moneda, de Cañaveral, entre otras. Estas personas a las que la prensa golpista acusaba, en forma despectiva, de ser los GAP (Grupo de Amigos Personales), son los únicos que, junto a un grupo mínimo de policías y carabineros leales, defendieron bajo órdenes directas del Jefe del Estado la constitución y las libertades civiles y democráticas de Chile

Hasta el 18 de octubre de 1999 en que tres sobrevivientes de aquellos hechos testimoniaron ante el Juzgado Central de Instrucción número 5 de la Audiencia Nacional y en las que el Equipo Nizkor tuvo la posibilidad de ordenar los datos que ellos traían en forma jurídicamente válida, así como preparar los testimonios de estos hombres que, en otro país y en otras circunstancias, merecerían no sólo el respecto de todos los democrátas, sino que además tendrían los máximos honores y reconocimientos por parte de la sociedad y del Estado. Nada más lejos de esa realidad la situación de estos sobrevivientes en el Chile moldeado en la impunidad. Muchos de ellos viven en la más extrema pobreza e incluso los máximos dirigentes actuales del Partido Socialista han faltado a la memoria de aquellos hombres que mantuvieron la dignidad ante el oprobio y la traición.

A lo largo de la innoble historia de la dictadura militar chilena, los centros de detención jugarían un rol vital en su política de represión. Estos lugares serían establecidos con el solo propósito de llevar acabo, en forma sistematizada y en total impunidad, los delitos de terrorismo de Estado, persecución política y religiosa, tortura, secuestro calificado, homicidio, desaparición forzada e inhumación ilegal, entre otros crimenes. De regimientos a comisarías, de bases aéreas a casas de fundo, de retenes a escuelas y edificios públicos, de buques a casa particulares, cada uno de estos lugares serían utilizados por los servicios de seguridad para el uso sistemático de maltrato, violación, tortura y asesinato.

A lo largo del país se establecerían mas de 1168 lugares “públicos” (Estadio Nacional, Isla Dawson, Pisagua, Chacabuco, Isla Quiriquina, Cuatro Alamos etc..) y “secretos” (Villa Grimaldi, AGA, La Firma, Colonia Dignidad, Venda Sexy, Londres 38, José Domingo Cañas, etc...), dedicados a la detención, procesamientos, tortura y aniquilamiento de los opositores de la dictadura militar. La represión fue a tal escala, que a lo largo de su terrible historia contó con la participación de miles y miles de miembros de las fuerzas armadas, policías y civiles (torturadores, médicos, enfermeras, secretarias, chóferes, pilotos, mecánicos, informantes y delatores), convirtiéndose en una verdadera "industria de la tortura y la desaparición forzada".

Se calcula que solo en los primeros meses después del golpe militar casi 45,000 mil personas fueron detenidas por los servicios de seguridad de la dictadura. En estas paginas trataremos de recopilar, de diferentes fuentes (testimonios personales, libros, periódicos, documentales, documentos gubernamentales, casos jurídicos y “confesiones de agentes”), la lista de los centros de detención que existieron durante los 17 años de dictadura militar y donde centenares de miles de individuos fueron torturados, mas de 2000 fueron asesinados y 1197 fueron hechos desaparecer.

Ubicación del Socialismo Chileno

El socialismo responde en todo el mundo a necesidades históricas derivadas de las condiciones de vida y trabajo que ha impuesto el desarrollo de la economía capitalista. Pero el hecho de concordar eficazmente con el sentido de la evolución general de la sociedad, él contiene las soluciones de todos los grandes problemas materiales y morales de nuestro tiempo. Es, por eso, en la actualidad, la única fuerza realmente creadora.

Impulso espontáneo de las masas obreras en un comienzo, fue determinado en consonancia con los progresos del industrialismo sus objetivos específicos y plasmándolos en una doctrina que tiene alcance universal, tanto por el valor humano de sus postulados esenciales como por el hecho de que el sistema capitalista, dotado de extraordinario dinamismo expansivo, llevó sus formas de vida a todas las regiones de la tierra, suscitando en todos los pueblos parecidas necesidades.

Nuestro Partido representa en Chile el impulso histórico del verdadero socialismo y la auténtica doctrina socialista que recoge para superarlos – y no para destruirlos - todos los valores de la herencia cultural como un positivo aporte a la nueva sociedad que deberá erigirse sobre el mundo capitalista en bancarrota. 

Tiene, por lo tanto, la misión de educar políticamente a la clase trabajadora para hacerla capaz de cumplir la tarea que le corresponde en este periodo de crisis orgánica de la sociedad burguesa y aquella otra que le exigirá en un porvenir próximo la construcción de una sociedad sin clases.

Es necesario que los militantes del PS y el pueblo comprendan plenamente la significación histórica y humana del socialismo, la justeza de su posición revolucionaria frente a los problemas nacionales y mundiales de su acción política. Dialécticamente generado por el capitalismo, el socialismo constituye su necesaria superación, tanto en la evolución interna de las distintas sociedades nacionales como en la transformación mundial de las relaciones económicas.

Desde sus orígenes el socialismo ha sido la avanzada del movimiento histórico de las clases trabajadoras. Al quebrantarse de manera definitiva el antiguo régimen - económicamente con la Revolución Industrial y políticamente con la Revolución Francesa, en la segunda mitad del siglo XVII - pasó a ocupar la dirección del Estado la burguesía ilustrada y mercantil, dándose comienzo a la expansión del industrialismo capitalista, en lo económico, y del individualismo liberal en lo político.

La ruptura de las formas orgánicas de la sociedad nobiliaria y, con ellas, de los últimos vestigios de las garantías corporativas que protegieron el trabajo artesanal, fue necesario para el acrecentamiento del poderío burgués; pero las instituciones democrático - liberales que entraron a reemplazarlas - incluso los derechos primarios consagrados en la ley positiva - no tuvieron vigencia real para las mayorías asalariadas.

La nueva clase dominante que manejaba la producción y el comercio fue imprimiendo su estilo de vida a la sociedad. Despojado de su dignidad ética y convertido en precaria mercancía, el trabajo humano quedó sujeto a la mecánica ley de la oferta y la demanda, dentro de la libre concurrencia de las fuerzas económicas.

Así, mientras se reconocían enfáticamente en la letra de las Constituciones los «derechos del hombre y del ciudadano», quedó la masa asalariada sometida a una servidumbre económica que, en muchos aspectos, era aún más intolerable que la del esclavo antiguo y la del siervo medieval. La voluntad burguesa de enriquecimiento material, ejercida con prescindencia de toda consideración superior, condujo a una explotación sistemática del trabajo humano. Pudo verse, desde entonces, en los grandes centros de la industria capitalista y en los países coloniales donde ella iba en busca de materias primas y mercados propios, una pauperización creciente de las masas obreras, tomadas en su conjunto, que seguía como proceso correlativo al aumento del lucro de las empresas privadas.

El estado democrático-liberal - instrumento político del poder económico de la burguesía en ascenso - se resistió a intervenir en los procesos de la producción y del intercambio, en virtud del principio de la economía libre concebido como el fundamento natural de la prosperidad pública y del equilibrio dinámico de las energías sociales. Colocadas, en cierto modo, al margen del Estado, las clases trabajadoras no pudieron contar sino con sus propios recursos frente a los dueños de la técnica y del dinero, que disponían también para la defensa de sus intereses de eficaces mecanismos jurídicos y represivos.

Por primera vez en la revolución de 1848 en Francia actuó el proletariado, no como simple fuerza de choque de la burguesía progresista, sino como una clase ya consciente de sus peculiares reivindicaciones. También entonces aparecieron expuestas por primera vez de una manera sistemática en el MANIFIESTO COMUNISTA de Marx y Engels las ideas que han servido de base doctrinal a su impulso revolucionario. Desde esa fecha hasta nuestros días el movimiento reivindicativo de la clase trabajadora ha ido desenvolviéndose progresivamente en el plano político y defendiendo su contenido ideológico en el proceso mismo de la evolución económico-social.

Por su parte, el capitalismo ha ido desarrollándose en forma tal que ha generado los más repudiables fenómenos antisociales, como el imperialismo y la guerra. El primero se ha concentrado en el sojuzgamiento colonial de los pueblos de economía retrasada por potencias gobernadas bajo el control de grandes concentraciones capitalistas, y el segundo se ha manifestado en una pugna permanente de esas potencias para lograr el dominio del mundo.

Demostración irrefutable de esa fatídica lucha fue la Primera Guerra Mundial, promovida por intereses enteramente ajenos a los trabajadores.

Estamos ahora en un periodo de grandes mutaciones históricas. La lucha por el dominio del mundo ha entrado en su etapa decisiva. Los poderes imperialistas triunfantes en la Segunda Guerra se aprestan para nuevas empresas bélicas en las que habrá de resolverse, a favor de algunas de ellos, el inestable equilibrio político existente, o se dislocará por completo la civilización bajo el incalculable efecto destructivo de las armas científicas.

Por encima de las formas políticas en que se desenvuelve la acción de los estados, tres son las fuerzas principales que se manifiestan en la realidad internacional, determinando cada una de ellas, en un mayor o menor grado, según las circunstancias y los lugares, las relaciones internas y externas de los pueblos; el alto capitalismo financiero, que, en conformidad al principio de libre empresa, procura mantener en pie la quebrantada estructura del régimen burgués; el comunismo soviético, que sirve de vehículo al afán hegemónico y nacionalista del Estado ruso; y el socialismo revolucionario, que aspira a la efectiva liberación económica y política de las masas trabajadoras del mundo entero.

La implantación del socialismo está, pues, a la orden del día. 

* C.O.S.

lunes, 18 de febrero de 2019

El Rey Midas

Lo más sorprendente del capitalismo, a la vez que terrorífico, es su capacidad para asimilar cualquier elemento subversivo que lo ataque, cuestione o incomode. Este factor determina el mercantilismo imperante que pone precio a bienes materiales o espirituales. La cultura, patrimonio por excelencia del ser humano, no queda eximida de semejante tratamiento, y es víctima de restricciones y vejaciones constantes.

La cultura, bien entendida desde concepciones mentalistas, bien desde la concepción total de Tylor, excede el elitismo cultural sostenido sobre la supremacía de estatus y los prejuicios de clase. Es manifiesta la inconsistencia resultante de tratar la cultura como una posesión más, al mismo tiempo que se aboga por un intercambio cultural. Desde una perspectiva funcional, resulta evidente que el éxito evolutivo del ser humano, su capacidad para adaptarse y su aptitud para la superrvivencia están determinados por compartir y reutilizar los hallazgos, inventos, descubrimientos y formas de vida. Cualquier invención moderna sólo es posible gracias a la acumulación paulatina de una serie de invenciones anteriores, por lo cual, en una humanidad que debería tender a unos objetivos generales comunes, la cooperación y el intercambio deberían regir las relaciones interpersonales y suprapersonales.

Cualquier grupo humano, aunque se trate de minorías marginales que no hayan pisado nunca una escuela, posee una cultura propia tan válida y tan eficaz en su ambito de acción como cualquier otra. En este sentido, el principal error es vincular la cultura a un sistema educativo que sólo sirve para justificar y validar las mal llamadas y peor ejercidas democracias de los países occidentales, que utilizan los colegios para el adoctrinamiento encubierto.

Nuestra sociedad, tan superiormente culta, nos inmuniza ante el sufrimiento de los otros, cosificándolos, mutilando nuestra capacidad crítica, anestesiando nuestra conciencia hasta el coma irreversible. El montaje democrático, que beneficia unicamente a pequeñas minorías y a los enormes grupos empresariales, se sostiene gracias a la contrucción paralela de una realidad ficticia donde las incongruencias del sistema son deliberadamente omitidas. Mientras que nuestras empresas violen los derechos humanos en el otro mundo, aquel que no aparece en las noticias ni en los libros de Historia; mientras que nuestros gobiernos apoyen y participen en los genocidios y en la esclavitud de países que nos son desconocidos; mientras que las grandes empresas exploten a los trabajadores sin hacerles partícipos de los vertiginosos beneficios económicos; mientras los medios de comunicación se sometan al poder en una relación de recíproco vasalleje; mientras que permanezcamos inmunizados a todo tipo de sufrimiento e injusticia; el capitalismo seguirá convietiendo en oro todo lo que toca.

Nuestra sociedad es un rey Midas, que ha alcanzado el concimiento supremo, la piedra filosofal, el arte de sublimar la materia, pudiendo así convertir en oro cualquer cosa, hasta los propios excrementos; lo cual no deja de ser una manera curiosa de revalorizar la mierda.

Las lecciones de la Comuna de Paris

La Comuna de París de 1871 fue uno de los episodios más grandes e inspiradores de la historia de la clase obrera. Fue un gran movimiento revolucionario en el que los trabajadores de París reemplazaron el Estado capitalista por sus propios órganos de gobierno y mantuvieron el poder político hasta su caída en la última semana de mayo. Los trabajadores parisinos lucharon, en condiciones extremadamente difíciles, para poner fin a la explotación y la opresión, para reorganizar la sociedad sobre bases completamente nuevas.

Hoy es importante para los socialistas aprender las lecciones surgidas de estos importantes acontecimientos. Veinte años antes del advenimiento de la Comuna, tras la derrota de la insurrección obrera en junio de 1848, el golpe militar del 2 de diciembre de 1851 llevó al poder al emperador Napoleón III. Al principio, el nuevo régimen bonapartista parecía inquebrantable. Los trabajadores fueron derrotados y sus organizaciones prohibidas. A finales de la década de los sesenta, sin embargo, el fin del auge económico y la recuperación del movimiento obrero debilitaron seriamente al régimen. Se hacía evidente que sólo podría sobrevivir algún tiempo en base a una nueva guerra. En agosto de 1870 los ejércitos de Napoleón III marcharon contra Bismarck.

La guerra, según Napoleón III, permitiría a Francia conquistar nuevos territorios, debilitar a los enemigos internos y poner fin a la crisis financiera e industrial que asolaba el país.

Guerra y revolución

No obstante, ocurre con frecuencia que la guerra conduce a la revolución y no es una relación casual. Una guerra aparta a la clase obrera de su rutina diaria, las masas examinan más detenidamente las acciones del Estado, de los generales, de los políticos y de la prensa en un grado infinitamente superior que en tiempos de paz.

Eso es así particularmente en el caso en una derrota. El intento de Napoleón III de invadir Alemania fue su perdición. El 2 de septiembre, cerca Sedan -en la frontera oriental de Francia- el ejército de Bismarck capturó al emperador junto a 100.000 soldados. En París, las masas tomaron las calles de la capital para exigir el fin del imperio y la proclamación de una nueva república democrática.

La llamada oposición republicana estaba aterrorizada por este movimiento de las masas, pero a pesar de todo, el 4 de septiembre se vieron obligados a declarar la república. Se formó un nuevo "gobierno de defensa nacional" cuya figura clave era el general Trochu. También estaba en el gobierno, Jules Favre, un representante típico del republicanismo capitalista que declaró públicamente que no cederían a los prusianos "ni una sola pulgada del territorio, ni una sola piedra de nuestra fortaleza".

Las tropas alemanas rápidamente rodearon París y establecieron un cerco sobre la ciudad. El pueblo apoyó inicialmente al nuevo gobierno en nombre de la "unidad" contra un enemigo extranjero. Sin embargo, esta unidad tardó poco en romperse.

A pesar de las declaraciones públicas, el Gobierno de Defensa Nacional no creía que fuera posible defender París. Fuera del ejército regular, una milicia formada por 200.000 personas -la Guardia Nacional- estaba decidida a defender París, pero los trabajadores armados dentro de París eran una amenaza mayor para los intereses de clase de los capitalistas franceses que el ejército extranjero que estaba a las puertas de la ciudad.

El gobierno decidió que lo mejor sería capitular ante Bismarck tan pronto como fuera posible. Sin embargo, el fervor patriótico de los parisinos y de la Guardia Nacional impidieron al gobierno decirlo públicamente. Trochu quería ganar tiempo y contaba con los efectos sociales y económicos causados por el asedio para romper la resistencia de los trabajadores parisinos. Mientras tanto el gobierno empezó a negociar en secreto con Bismarck.

Según pasaban las semanas aumentaba la hostilidad hacia el gobierno. Comenzaron a circular rumores sobre las negociaciones con Bismarck. La caída de Metz el 8 de octubre fue la chispa que provocó una nueva manifestación de masas.

El día 31 varios contingentes de la Guardia Nacional encabezados por los Blanquistas atacaron y ocuparon temporalmente la Asamblea Nacional. En ese momento, los trabajadores aún no estaban preparados para actuar contra el gobierno y por eso la insurrección quedó aislada.

Blanqui huyó y Flourens, el valeroso comandante de los batallones de Elleville, fue encarcelado. En París el hambre y la pobreza producto del asedio estaban provocando consecuencias desastrosas y cada vez era mayor la necesidad de romper el cerco.

El intento de salir y tomar Buzenval, el 19 de enero, acabó en otra derrota. Trochu dimitió y fue sustituido por Vinoy que en su primer discurso pidió a los parisinos que no "tuvieran ilusiones" en la posibilidad de derrotar a los prusianos. Quedaba en evidencia que el gobierno intentaba capitular. Los clubs políticos y los Comités de Vigilancia pidieron armas a la Guardia Nacional y marcharon hacia el Hôtel de Ville.

Otros destacamentos fueron a la prisión a liberar a Flourens. La presión desde abajo obligó a los demócratas de clase media de la Alianza Republicana a exigir un "gobierno popular" que organizara la resistencia efectiva contra los prusianos. Sin embargo, cuando la Guardia Nacional llegó al Hôtel de Ville, Chaudry, representante del gobierno, gritó furioso a los delegados de la Alianza y eso bastó para que los republicanos se dispersaran.

Los guardias bretones, leales al gobierno, atacaron a los Guardias Nacionales y a los manifestantes que intentaban oponerse a esta traición. Y los Guardias Nacionales tuvieron que retirarse.

Este primer choque armado con el gobierno marcó el final de la Alianza Republicana a pesar de que el movimiento contra el gobierno amainó temporalmente. A partir del 27 de enero de 1871 el Gobierno de Defensa Nacional pudo seguir con sus planes de capitulación ideados desde el principio del asedio.

París y la Asamblea Nacional

Las zonas rurales de Francia estaban a favor de la paz y los votos del campesinado en las elecciones de la Asamblea Nacional de febrero dieron la mayoría a los candidatos conservadores y monárquicos. La Asamblea nombró jefe de gobierno a un empedernido reaccionario: Adolphe Thiers. El choque entre París y la mayoría "rural" de la Asamblea era inevitable.

La contrarrevolución abierta levantó cabeza, espoleando, a su vez, a la revolución. Los soldados prusianos estaban a punto de entrar en la capital y esto dio nuevos bríos a las protestas. Los trabajadores y los sectores más pobres de la población apoyaban las manifestaciones armadas de la Guardia Nacional, denunciaban a Thiers y a los monárquicos como traidores y defendían una "lucha a muerte" por la defensa de la república.

Los acontecimientos del 31 de octubre y el 22 de enero representaban un pequeño anticipo del nuevo camino que emprendería el movimiento. Toda la clase obrera parisina, ahora sí, estaba preparada para la rebelión.

La reaccionaria Asamblea Nacional provocaba constantemente a los parisinos, a los que calificaba de criminales y asesinos. Suspendió la paga, de por sí muy baja, de los Guardias Nacionales, a menos que demostraran que eran "incapaces de trabajar". El cerco dejó a muchos trabajadores desempleados y prestar servicio en la Guardia Nacional era la única alternativa al hambre.

El gobierno obligó a pagar en 48 horas todos los alquileres atrasados y las deudas, esto representaba una amenaza inmediata de bancarrota para los pequeños comerciantes. París se vio privada de su estatus como capital de Francia, transferida a Versalles. Estas medidas y muchas otras golpearon a los sectores más pobres de la sociedad pero también provocaron la radicalización de la clase media parisina, cuya única esperanza de salvación real ahora era el derrocamiento revolucionario de Thiers y la Asamblea Nacional.

Transformación de la Guardia Nacional

La rendición a los prusianos y la amenaza de la restauración monárquica transformó la Guardia Nacional. Se eligió el "Comité Central de la Federación de Guardias Nacionales" que representaba a 215 batallones, equipados con 2.000 cañones y 450.000 armas de fuego. Aprobaron nuevos estatutos en los que se declaraba "el derecho absoluto de los Guardias Nacionales a elegir sus dirigentes y revocarlos tan pronto como perdieran la confianza de sus electores".

En esencia, el Comité Central y sus correspondientes estructuras en cada batallón fueron precursores de los soviets de trabajadores y soldados, que aparecieron en Rusia durante las revoluciones de 1905 y 1917.

La nueva dirección de la Guardia Nacional tuvo que poner a prueba su autoridad con rapidez. Cuando el ejército prusiano entró en París, decena de miles de parisinos armados se reunieron con la intención de atacar al invasor. El Comité Central intervino para evitar una lucha desigual para la que no estaban preparados. El éxito del Comité Central asentó firmemente su autoridad y se lo reconoció como la dirección del pueblo. A Clément Thomas, el comandante nombrado por el gobierno, no le quedó otra alternativa que dimitir. Las fuerzas prusianas ocuparon parte de la ciudad durante dos días y después se retiraron.

Thiers había prometido a los Rurales de la Asamblea restaurar la monarquía. Su tarea inmediata era poner fin a la situación de "doble poder" en París. Los cañones bajo la dirección de la Guardia Nacional, y en particular los de Montmartre, posición desde la que se dominaba la ciudad, eran toda una amenaza a la "ley y el orden" capitalistas. A las 3 de la madrugada del 18 de marzo, el gobierno envió a 20.000 soldados regulares a tomar estos cañones que estaban al mando del general Lecomte.

Los tomaron sin apenas dificultad. Sin embargo, la expedición partió sin tener en cuenta la necesidad de llevar los medios necesarios para transportar los cañones. A las 7 de la madrugada todavía no habían llegado los aparejos. Las tropas se encontraron rodeadas por una multitud de trabajadores incluidos mujeres y niños, en ese momento entró en acción la Guardia Nacional. La multitud desarmada, los Guardias Nacionales y los hombres de Lacomte se lanzaron acusaciones mutuas en medio de una densa reunión. Algunos soldados empezaron a confraternizar con los Guardias Nacionales.

Lecomte ordenó a sus hombres disparar a la multitud. Nadie disparó. Los soldados y los guardias nacionales se aplaudían mutuamente y se abrazaban. Aparte de un breve intercambio de fuego en la plaza Pigalle, el ejército se desmoronó ante los Guardias Nacionales sin ofrecer la menor resistencia. Lecomte y Clément Thomas, el ex comandante de la Guardia Nacional que había disparado a los trabajadores en 1848, fueron arrestados. Soldados furiosos los ejecutaron poco después.

Thiers no había previsto la deserción de sus tropas. Presa del pánico, huyó de París y ordenó al ejército y a los servicios civiles abandonar la ciudad y los fuertes circundantes. Quería salvar lo que quedaba del ejército y evitar el contagio del París revolucionario.

El viejo aparato del Estado estaba fuera de juego y la Guardia Nacional tomó los puntos estratégicos de la ciudad sin encontrar ninguna resistencia. El día 18 de marzo por la tarde, se formó un nuevo gobierno revolucionario basado en el poder armado de la Guardia Nacional.

Gobierno revolucionario

La primera disyuntiva a la que se enfrentó el Comité Central fue qué hacer con el poder. ¡No tenían "mandato legal" para gobernar! Después de mucha discusión, estuvieron de acuerdo en quedarse en el Hôtel de Ville durante "unos cuantos días" durante los cuales se organizarían elecciones municipales (comunales). Al grito de "¡viva la Comuna!" los miembros del Comité Central expresaban el deseo de delegar el poder cuanto antes.

La cuestión inmediata sobre la que decidir era qué hacer con Thiers y el ejército, en retirada hacia Versalles. Eudes y Duval propusieron que la Guardia Nacional los persiguiera para acabar con lo que quedaba de las fuerzas de Thiers. Sus llamamientos cayeron en saco roto. La mayoría del Comité Central eran hombres muy moderados, sin el temperamento ni las ideas necesarias para las tareas que les había impuesto la historia.

El Comité Central inició las negociaciones con los antiguos alcaldes y con varios "conciliadores" para fijar la fecha de las elecciones. Esto centró su atención hasta que finalmente se celebraron el 26 de marzo. Thiers utilizó este valioso tiempo. Comenzó una campaña de propaganda y mentiras contra París, dirigida a las provincias, y, con la ayuda de Bismarck, reforzó la cantidad de armas, de soldados y su moral para preparar un nuevo ataque sobre París.

La recién elegida Comuna sustituyó la dirección de la Guardia Nacional por un gobierno oficial del París revolucionario. El gobierno estaba formado por personas relacionadas con el movimiento revolucionario de una u otra forma. La mayoría se podrían describir como "republicanos de izquierda", empapados de la nostalgia idealizada del régimen jacobino de la Revolución Francesa.

De sus 90 miembros, 25 eran trabajadores, 13 pertenecían al Comité Central de la Guardia Nacional y 15 a la Asociación Internacional de Trabajadores. Los blanquistas, hombres enérgicos siempre dispuestos a medidas extremas y dramáticas pero con ideas políticas muy vagas, y los internacionalistas eran una cuarta parte de la Comuna.

El propio Blanqui estaba en una prisión provincial. Los pocos reaccionarios electos abandonaron sus puestos con distintos pretextos. Otros fueron arrestados cuando se descubrieron sus nombres en los archivos de la policía y fueron identificados como antiguos espías del régimen imperial.

Construyendo una nueva sociedad

La Comuna eliminó todos los privilegios de los funcionarios estatales, congeló los alquileres, los talleres abandonados pasaron a estar controlados por los trabajadores, aprobó medidas para limitar el trabajo nocturno, garantizar la subsistencia de los pobres y los enfermos. La Comuna declaró que su objetivo era poner fin a "la anarquía y la competencia ruinosa entre los trabajadores por el beneficio de los capitalistas" y la "diseminación de los ideales socialistas.

La Guardia Nacional estaba abierta a toda la población y organizada, como ya hemos visto, en líneas estrictamente democráticas. Se ilegalizaron los ejércitos "separados y aparte del pueblo". Se requisaron los edificios públicos para aquellos que no tenían un techo bajo el que cobijarse. La educación pública era para todos, lo mismo ocurría con los teatros, los centros de cultura y aprendizaje.

A los trabajadores extranjeros se los trataba como hermanos y hermanas, como soldados de la "república universal del trabajo internacional". Se celebraban reuniones día y noche, en ellas miles de hombres y mujeres normales debatían sobre todos y cada uno de los aspectos de la vida social y sobre cómo organizar la sociedad en interés del bien común.

El carácter social y político de esa sociedad, que poco a poco tomaba forma bajo el escudo de la Guardia Nacional y la Comuna, era incuestionablemente socialista. La ausencia de cualquier precedente histórico, la ausencia de una dirección y un programa claro, combinado con la dislocación social y económica de una ciudad asediada, necesariamente suponía que los trabajadores caminasen a tientas a la hora de ocuparse de los requerimientos concretos que implicaba la organización de la nueva sociedad.

Se ha escrito mucho sobre la incoherencia, la pérdida de tiempo y energía, sobre los errores del pueblo parisino en las diez semanas que estuvo en el poder dentro de los muros de una ciudad asediada. La mayoría son verdad. Los comuneros cometieron muchos errores.

Marx y Engels fueron muy críticos con los comuneros por no tomar el control del Banco de Francia, que seguía pagando millones de francos a Thiers para armarse contra París. Sin embargo, la mayoría de las iniciativas importantes tomadas por los trabajadores apuntaban en dirección a la completa emancipación social y económica de la población asalariada como clase. Ante todo, a la Comuna le faltó tiempo.

El camino hacia el socialismo fue cortado por el regreso del ejército de Versalles y el terrible baño de sangre que puso fin a la Comuna.

El aplastamiento de la Comuna

Sin duda, la Comuna subestimó la amenaza que representaba Versalles, ni intentó atacar ni tampoco se preparó seriamente para su defensa. A partir del 27 de marzo comenzaron los intercambios ocasionales de disparos entre las posiciones del ejército de Versalles y las murallas que rodeaban París.

El 2 de abril, un destacamento de comuneros que se dirigía a Courbevoie fue atacado y tuvo que regresar. Los prisioneros capturados por las fuerzas de Thiers fueron fusilados. Al día siguiente, debido a la presión de la Guardia Nacional, la Comuna lanzó una ofensiva contra Versalles. Sin embargo, a pesar del entusiasmo de los batallones de comuneros, éstos carecían de preparación política y militar serias -se pensaba ingenuamente que, como el 18 de marzo, el ejército de Versalles se pasaría a la Comuna al ver la Guardia Nacional- lo que los condenó al fracaso.

Esta derrota no sólo provocó muertos y heridos, entre ellos Flourens y Duval, asesinados cuando fueron capturados por el ejército de Versalles, el optimismo fatalista de las primeras semanas dio lugar a un sentimiento de peligro inminente y derrota, lo que acentuó las divisiones y la rivalidad entre los mandos militares.

El ejército de Versalles entró en París el 21 de mayo de 1871. En el Hôtel de la Ville, los comuneros no consiguieron organizar una estrategia militar seria y, en el momento decisivo, la Comuna sencillamente dejó de existir, dejando toda la responsabilidad en manos del Comité de Seguridad Pública, completamente ineficaz. A los Guardias Nacionales se les permitió ir a luchar a sus localidades; esta decisión junto con la ausencia de un mando centralizado, impidió el aglutinamiento de una fuerza comunera seria capaz de ofrecer resistencia al empuje de las tropas de Versalles.

Los comuneros lucharon con tremendo valor y finalmente el 28 de mayo fueron derrotados. Las fuerzas de Thiers provocaron una terrible carnicería en la que murieron más de 30.000 hombres, mujeres y niños, en las semanas siguientes asesinaron aproximadamente a otras 20.000 personas. Los escuadrones de fusilamiento continuaron trabajando durante el mes de junio, asesinando a todo aquel sospechoso de haber cooperado con la Comuna.

Marx y Engels siguieron de cerca los acontecimientos de la Comuna y sacaron muchas lecciones del primer intento de construir un Estado obrero. Sus conclusiones se pueden encontrar en los escritos publicados bajo el título “La guerra civil en Francia” con una notable introducción de Engels. Antes del 18 de marzo declararon que, debido a las circunstancias desfavorables, la toma del poder representaba "una locura desesperada.

Sin embargo, los acontecimientos del 18 de marzo pusieron el poder en manos de los trabajadores. De forma abrupta, la clase obrera de París no sólo tuvo que luchar por mejoras inmediatas, sino por una "república universal" que pusiera fin a la explotación, a las divisiones de clase, al militarismo reaccionario y a los antagonismos sociales.

En la Francia moderna, como en todos los países industrializados del mundo, las condiciones materiales para la consecución de estos grandes objetivos hoy son incomparablemente más favorables que en 1871.

Ahora nuestro deber es crear una base firme para conseguir la sociedad por la que lucharon y murieron los hombres y mujeres de la Comuna.

¿Quién recuerda a Patrice Lumumba?

En la actualidad son muy pocos los que conocen o recuerdan a Patrice Émery Lumumba, pero ya se cumplieron 58 años de su asesinato, el 17 de enero de 1961, y todo sigue peor en el Congo Belga, (ahora República Democrática del Congo). Lumumba tenía 35 años cuando ocupó el cargo de Primer Ministro del Congo durante 4 meses en 1960.

En ese entonces, cuando Bélgica le dio la independencia al Congo Belga, nunca pensó que un modesto habitante africano de educación privilegiada, y novato en política, ganaría las únicas elecciones efectuadas en el país hasta el 2006.

El crimen o "gran pecado" de Lumumba fue querer la mejoría de los ciudadanos del Congo y para eso pidió la ayuda de la URSS. Fue su sentencia de muerte. Bélgica, la CIA, y la ONU, conspiraron de tal forma para que fuese torturado y asesinado brutalmente, sin piedad ni respeto por su investidura de Primer Ministro del Congo independiente. Hasta el año 2006 no hubo mas elecciones libres, fueron 45 años de dictaduras y expoliación, y continúan robando al Congo. Patrice Lumumba realizó unas pequeñas mejoras en 4 meses de gobierno, lo cual obviamente fue destruido y nada de su esfuerzo constructor fue permitido.