Lo más sorprendente del capitalismo, a la vez que terrorífico, es su capacidad para asimilar cualquier elemento subversivo que lo ataque, cuestione o incomode. Este factor determina el mercantilismo imperante que pone precio a bienes materiales o espirituales. La cultura, patrimonio por excelencia del ser humano, no queda eximida de semejante tratamiento, y es víctima de restricciones y vejaciones constantes.
La cultura, bien entendida desde concepciones mentalistas, bien desde la concepción total de Tylor, excede el elitismo cultural sostenido sobre la supremacía de estatus y los prejuicios de clase. Es manifiesta la inconsistencia resultante de tratar la cultura como una posesión más, al mismo tiempo que se aboga por un intercambio cultural. Desde una perspectiva funcional, resulta evidente que el éxito evolutivo del ser humano, su capacidad para adaptarse y su aptitud para la superrvivencia están determinados por compartir y reutilizar los hallazgos, inventos, descubrimientos y formas de vida. Cualquier invención moderna sólo es posible gracias a la acumulación paulatina de una serie de invenciones anteriores, por lo cual, en una humanidad que debería tender a unos objetivos generales comunes, la cooperación y el intercambio deberían regir las relaciones interpersonales y suprapersonales.
Cualquier grupo humano, aunque se trate de minorías marginales que no hayan pisado nunca una escuela, posee una cultura propia tan válida y tan eficaz en su ambito de acción como cualquier otra. En este sentido, el principal error es vincular la cultura a un sistema educativo que sólo sirve para justificar y validar las mal llamadas y peor ejercidas democracias de los países occidentales, que utilizan los colegios para el adoctrinamiento encubierto.
Nuestra sociedad, tan superiormente culta, nos inmuniza ante el sufrimiento de los otros, cosificándolos, mutilando nuestra capacidad crítica, anestesiando nuestra conciencia hasta el coma irreversible. El montaje democrático, que beneficia unicamente a pequeñas minorías y a los enormes grupos empresariales, se sostiene gracias a la contrucción paralela de una realidad ficticia donde las incongruencias del sistema son deliberadamente omitidas. Mientras que nuestras empresas violen los derechos humanos en el otro mundo, aquel que no aparece en las noticias ni en los libros de Historia; mientras que nuestros gobiernos apoyen y participen en los genocidios y en la esclavitud de países que nos son desconocidos; mientras que las grandes empresas exploten a los trabajadores sin hacerles partícipos de los vertiginosos beneficios económicos; mientras los medios de comunicación se sometan al poder en una relación de recíproco vasalleje; mientras que permanezcamos inmunizados a todo tipo de sufrimiento e injusticia; el capitalismo seguirá convietiendo en oro todo lo que toca.
Nuestra sociedad es un rey Midas, que ha alcanzado el concimiento supremo, la piedra filosofal, el arte de sublimar la materia, pudiendo así convertir en oro cualquer cosa, hasta los propios excrementos; lo cual no deja de ser una manera curiosa de revalorizar la mierda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario