Ante la proximidad de un cónclave socialista al que asignamos fuerte relevancia para la agitada vida de nuestro Partido es difícil no caer en la tentación de volcar en el papel algunas reflexiones que bullen en nuestro espíritu. No por nada, más de las 2/3 partes de nuestra existencia se han cobijado bajo el alero de esta gran “casa común”. En el tránsito desde la efervescente juventud de los años 60 (ingresé al Partido, el mismo de mis progenitores, a los 16 años de edad hasta la plenitud de mi temporalidad actual, se ha ido forjando un capital de vivencias en que la euforia de triunfos y la decepción de derrotas han enriquecido nuestro compromiso militante y nuestra visión de la sociedad y de la vida.
Entre mis pecados durante el peregrinar socialista (¿quien puede arrojar la primera piedra figura el mismo que hoy constato en el debate interno partidario en la voz o en los escritos de aquellos camaradas que sostienen el “cambio generacional”, o más sutilmente, “los nuevos rostros”, como una fórmula que nos conducirá a la superación de nuestros males. Cuando se trata de una arrogancia juvenil (mi “mea culpa”: a los 22 años fui elegido en mi comuna de Quilpué el Regidor mas joven del país y acúsome que me dejé llevar por estas arengas!) estos asertos pueden ser vigorizantes y simpáticos, pero cuando ellos son una pantalla para el oportunismo más delirante, tenemos el derecho a inquietarnos y a levantar nuestras voces para decir, por ejemplo, que la lucha no es generacional, sino de clases, pues recordar este principio básico del marxismo parece ser (no debería serlo) una exigencia de actualidad. Los “nuevos rostros” en el partido, aquellos que nos proponen “una nueva forma de hacer política” son, por lo general, aquellos que han vivido intensamente los últimos 20 años al alero de cargos partidarios o de Gobierno convencidos, quizás buenamente, que la famosa y encandiladora “renovación socialista” es la elucubración teórica magistral que debería servir de sustento ideológico a esta “nueva forma de hacer política”. Lo que se propone bajo esta altisonante nueva forma de gobernar el Partido es bastante pobre cuando se llega al momento de caracterizarla. Ya nadie parece acordarse de nuestra antigua democracia interna, basada en el principio del centralismo democrático (suena acaso a leninismo trasnochado??) que, al menos, permitía diluir el nefasto ejercicio centrípeto de fracciones internas que siempre han pretendido camuflarse bajo la legalidad de “tendencias”. Cierto, debemos reconocer que el centralismo democrático está agónico; “las viejas y férreas estructuras se han ido transformando lenta y casi imperceptiblemente en redes de comunicación; las comunidades obreras, mineras, campesinas, poblacionales e intelectuales que por decenios se identificaron con la tradición orgánico-ideológica del izquierdismo, se mueven hoy aparentemente al azar, explorando caminos de esperanza al margen del bien hollado sendero de las fidelidades partidarias”. Pero no es esta constatación la que tendría que forzosamente arrojarnos en los brazos de la anarquía echando por la borda la importancia de las estructuras y de la disciplina que siempre pregonamos en el pasado como atributos necesarios del Partido. Por eso, nuestros “nuevos núcleos” deberán ser mucho mas autónomos respecto a lo que fueron ayer, “abiertos hacia la sociedad civil, de accionar transparente, sin carácter conspiratorio ni verticalidad de mando, multiconectados por redes locales, nacionales y globales”, poniendo al servicio de la causa todo el arsenal del modernismo cibernético.
¿Quién sería capaz hoy día de decirnos cómo, cuándo, por qué y por quién, los núcleos socialistas, base de nuestra orgánica, recibieron el golpe de gracia que los decapitó enterrándolos en el baúl de la Historia partidaria? Creo ser un militante informado pero no tengo los antecedentes para responderme; sin embargo, mi pregunta me lleva a otra pregunta: ¿no será por casualidad “la otra forma de hacer política” la que barrió con nuestros núcleos?
Si hacemos esta referencia al pasado –no tan remoto en todo caso- es porque creemos que una autocrítica fecunda tendría que indicarnos que ha sonado la hora de que retomemos “los fundamentos” partidarios, su zócalo ideológico, su matriz orgánica, que respetemos su ADN! Sobre todo, inspirémonos en el sistema de organización que hizo grande al Partido Socialista, cuya presencia en fabricas, industrias, minas, barrios, universidades se afirmaba en pequeños grupos de trabajo, abiertos no solo a los militantes sino también a simpatizantes e incluso a los que llamábamos “amigos del Partido” quienes podían libremente participar en nuestras reuniones periódicas de estudio y discusión de la realidad nacional. Quien no participaba regular y activamente en un núcleo no tenía derecho a ejercer sus derechos de militante; esa era la regla “de capitán a paje”! Con la peregrina idea de reflotar los núcleos se de antemano que estoy asumiendo el riesgo de motes inconfortables. Sin embargo, como parte de mis ciclos anuales de vida transcurren en Francia, la política de este país me ha brindado ejemplos muy interesantes para reflexionar sobre lo que ocurre en la dulce Patria. Sarkozy triunfó en la pasada elección presidencial francesa sosteniendo una política llamada “derecha libre de complejos” (“droite décomplexée), es decir, la derecha no tenía por que sentirse acomplejada respecto a lo que ella en esencia representa ideológicamente. Es así entonces que, entre otras medidas, se propuso de bajar ostensiblemente los impuestos a los sectores pudientes; se habló de asegurar un servicio mínimo de transporte a la población cuando los trabajadores en huelga impidan que dicha población concurra a sus sitios de trabajo; se prometió aumentar la represión contra la delincuencia así como una lucha sin cuartel contra la inmigración, etc., etc., es decir, todo el silabario que clásicamente le conocemos a la derecha, pero que bajo Chirac, el predecesor de Sarkozy, no se había agitado con toda la vehemencia que el nuevo líder presidencial quería aplicar.
He evocado el caso francés para referirme por analogía, aunque en las antípodas del abanico político, a un socialismo chileno también acomplejado. En efecto, todo lo que se asemeje a nuestro sistema de organización antiguo esta vetado en la discusión partidaria; hasta las estrofas de la Marsellesa incomodan cuando resuena demasiado fuerte nuestro antiimperialismo! Estamos enfermos de un “modernismo” sin salida donde el ayer pareciera no tener ni siquiera derecho al recuerdo. (La afortunada frase del ex Presidente Lagos “no hay mañana sin ayer”, parece no haber calado muy hondo en sus fervientes partidarios). De donde emana nuestro complejo? Yo creo, al igual que muchos otros camaradas, que el estrepitoso derrumbe del muro de Berlín y del bloque de países socialistas tutelados por la ex Unión Soviética está en el origen de esta transformación sicológica, de este agobiador complejo. Al producirse esta gran crisis mundial, el Partido Socialista de Chile tuvo la gran oportunidad de haber alzado su voz para recordar a los trabajadores chilenos que desde los tiempos de Raúl Ampuero fuimos severos críticos del modelo socialista soviético y su política de bloques a nivel internacional. Nos opusimos tenazmente a la existencia de un centro hegemónico –la Unión Soviética que pudiese ser un freno a las luchas de liberación que bullían en el Tercer Mundo en medio de la guerra fría. Esta clarividencia era la gran marca ideológica del socialismo chileno de aquellos años que se fue forjando de Congreso en Congreso hasta conferirnos un sello inconfundible. Una vez derrotada la dictadura, en vez de pregonar nuestro sello, preferimos optar por ensalzar la democracia burguesa como único contrafuerte al vapuleado fracaso del socialismo; en un contexto de esta especie era esperable que encontráramos aliados en aquellos sectores que ayer nos vituperaban (“qué suave honor andar del brazo”!…como diría Guillén). El precio que hemos tenido que pagar por este viraje ha sido muy alto, no solo porque nos vemos hoy día alejados del poder político de nuestro país, sino, sobre todo, o como consecuencia de ello, “hemos vendido nuestra alma al diablo”! Cómo no guardar en nuestras memorias algunos hitos expresados en los discursos de muchos de nuestros actuales dirigentes. Por ejemplo cuando Ricardo Nuñez ocupa la tribuna de la Academia Militar para afirmar con altisonancia que “quisimos purificar con la violencia el alma nacional” o cuando Camilo Escalona declara para El Mercurio que el gran mérito de la renovación socialista ha sido “saber conciliar el socialismo con el libre mercado”; o cuando nuestra Presidenta Bachelet expresa ante el mismo medio periodístico que “ayer me habría ofendido si me hubiesen tratado de social-demócrata, pero hoy me sentiría orgullosa”.
Valgan las comillas para transcribir estas “frases para el bronce”, sobre todo porque, dado la estupefacción que ellas me provocaron en su oportunidad, las he registrado casi textualmente. En el plano internacional también hemos dejado en evidencia nuestros renuncios y debilidades. Primero, en 2003, el Presidente Lagos, en relación a la guerra lanzada por Bush contra Irak, dice al día siguiente de que ésta estallara: “no fuimos capaces de impedir la guerra”, o sea, somos todos culpables, así Estados Unidos, quedaba blanqueado. Luego, Bachelet en 2008, frente a la gigantesca crisis económica internacional, construye su intervención en Naciones Unidas culpando del shock financiero a “la especulación de unos pocos inescrupulosos”; así el sistema capitalista, verdadero responsable de la crisis, resultaba nuevamente blanqueado.
Treinta y cinco años antes, otro Presidente socialista chileno ocupó la misma tribuna para denunciar a las compañías transnacionales, aliadas del capitalismo internacional, como voraces responsables del subdesarrollo de los países del Tercer Mundo. No es necesario que cite el nombre de este verdadero socialista que está en el corazón de cada uno de nosotros! La diferencia entre los que se sienten llamados a excusar al capitalismo y los que lo denuncian implacablemente aparece a través de este ejemplo en todo su esplendor! Es esta diferencia, con toda seguridad, la que se expresa hoy día cuando recientemente nuestra bancada parlamentaria adopta la valiente decisión de condenar a Cuba por violaciones a los derechos humanos (“la mas trascendental” posición socialista de los últimos tiempos, a juicio de Fulvio Rossi!).
Pero si nos hemos referido a la tristísima situación orgánica que corroe al Partido tras la desaparición (¿o destrucción?) de nuestros antiguos núcleos favoreciendo el fermento de todo tipo de caudillismos, no podemos hacer un análisis en el aire.
No sería un análisis dialéctico. La organización de un partido político revolucionario es el resultado de una determinada línea política. Si esa línea es “blanda”, para qué necesitamos una organización “dura”?? Así de simple; los socialistas tenemos la organización que nos merecemos! Nos queda como mezquino consuelo constatar que la tendencia a la formación de camarillas de poder, de grupos de privilegio, control, manipulación y exclusión, abiertos o solapados, está hoy día presente en todo el mundo, en toda institución, en todo organismo social.
Para el “frente progresista” que se nos propone como línea política para el próximo Congreso, tendremos entonces que conformarnos con las alianzas de pasillo; las “asambleas de militantes” bastarán para reemplazar a una verdadera discusión en las masas trabajadoras; la TV reemplazará a la prensa de izquierda, respecto a cuya imperiosa necesidad de existencia, ninguno de nuestros candidatos parece inquietarse. Disgregamos las orgánicas y, en contrapartida, ofrecemos “partidos progresistas de naturaleza cupular, que aspiran a formar parte permanente de coaliciones gobernantes, procurando entenderse con el electorado a través de los medios de comunicación. Pero el poderoso y rígido molde político-económico global en el que actúan tiende a hacerlos acríticos, mansos corderos, de las reglas del juego político y social”, lo que los lleva paulatinamente al abandono de nuestras aspiraciones tradicionales.
Tras estas apretadas líneas, desemboco en lo que me parece lo esencial sobre lo que debiera ser el debate previo a la elección de nuestro Comité Central. Ojala la pujante demanda de las bases partidarias para que el Congreso sea postergado no caiga en oídos sordos. Ella tendría que ser escuchada, sobre todo para que el verdadero debate tenga lugar con anterioridad a la elección de nuestros máximos dirigentes.
Digámoslo sin ambages: el dilema central al que nos vemos enfrentados es, al igual que en oportunidades pasadas, la opción entre socialismo o social-democracia. Es cierto que el socialismo contemporáneo carece de una reactualización del sustento ideológico que tuvo en el pasado, falta una elaboración teórica que se echa mucho de menos (Jobet, Vitale, Witker, por favor, socórrannos!). Sin embargo, el grito de que “otro mundo es posible” abandona, poco a poco, los cánones de una mera utopía. Por lo demás, en el peor de los casos, el socialismo podría definirse por lo que no es: es decir, el socialismo representa la esencia del anticapitalismo, dicho de otra manera, somos la antítesis del capitalismo. Como corolario, el socialismo revolucionario no puede identificarse con la social-democracia. En esto debemos ser categóricos. La social-democracia nunca se empeñará en socavar, ni aun paulatinamente, el zócalo del capitalismo, pese a que su diagnóstico sobre las lacras de dicho sistema es bastante certero, sobre todo en varios países de nuestro Continente, también en Europa; pero su esfuerzo estará siempre volcado a corregir el sistema incorporándole reformas y remedios que podrán quizás hacerlo mas humano –utopías mediante, llevando así una cuota de progreso social a los sectores mas postergados de la sociedad. El socialismo, en cambio, también puede optar por el gradualismo de las reformas, pero en cada una de ellas su óptica estará dirigida hacia la erosión de los cimientos de un régimen intrínsicamente injusto. Aquella máxima que dice: “al capitalismo puede exigírsele eficiencia pero, en ningún caso humanidad” es quizás el punto de unión entre socialistas y social-demócratas para un combate común. Pero el momento de separación se produce cuando un socialista declara “prefiero el desorden a la injusticia”, a lo cual un social-demócrata optara por un llamado a alcanzar el “orden justo” (eslogan de la última campaña presidencial socialista francesa). Si en el pasado, ser social-demócrata dentro del PS pudo haber tenido una connotación peyorativa, yo creo que el conflicto está hoy día superado porque la dinámica social nos ha enseñado que ambos sectores pueden cumplir una etapa de trabajo en común a través del impulso de reformas que pueden servir para desarrollar una fuerte conciencia colectiva y avanzar así todavía mas lejos. ¿Por qué un socialista podría oponerse a una reforma que no es de carácter estructural (social-demócrata) pero que humanamente noble, aliviará la vida de los explotados a quienes tenemos la obligación de defender? Sin embargo, la co-existencia de estos 2 sectores al interior del Partido le resta la homogeneidad que es necesaria para su unidad de acción, nos conduce a disputas bizantinas que esterilizan su quehacer, nos hace más vulnerables a los ataques del enemigo. Nos lo dijo Allende el año 1943 en un Congreso Socialista : “Nosotros camaradas, interpretando el deseo de la mayoría del Partido, buscamos la unidad, y hemos cumplido. La realización de este Congreso así lo demuestra. Pero, esto no basta, no queremos la unidad que represente el agrupamiento de hombres dentro de un mismo local; queremos la unidad orgánica, queremos la unidad de pensamiento, queremos la unidad comprensiva de los socialistas. Para ello, esta Directiva se coloca al margen de toda ambición personal. Nuestra tarea ha sido cumplida. La unidad material no basta, hay que superarla. Ello le corresponde a este Congreso General. Los socialistas de Chile esperan”.
Esta permanente dualidad, expresada tempranamente por Allende, que hemos conocido por largo tiempo en la vida partidaria alcanzó su clímax durante los Gobiernos de la Concertación, quizás debido al hecho de que nunca en su historia el Partido había permanecido tanto tiempo en las esferas del poder. Además, durante este tiempo, el Partido nunca supo impulsar la pedagogía necesaria para decir a los chilenos que el apoyo a muchas de las medidas gubernamentales correspondía a un paso reformista, seguramente necesario, pero no suficiente. En vez de ello, se escuchaba y se escucha todavía, con tono filosófico: “es lo que hay, camarada”! Paradojalmente, en un mundo “donde todos los canales oficiales llaman a la resignación y venden un modelo de sociedad que aparece carente de alternativa”, los socialistas tendrían que ser los primeros en cuestionar tales "realismos".
Por otra parte, sin la genialidad política de Salvador Allende, verdadera síntesis magistral entre cambios reformistas y cambios revolucionarios, el Partido Socialista se vio privado de una personalidad cuyas características de liderazgo no tienen, ni tendrán fácilmente, parangón en nuestra Historia partidaria. Tan temprano como en el año 1943, Allende nos decía, con motivo de un Congreso General Extraordinario celebrado en Valparaíso, lo grave que era para nuestro Partido, muy joven en ese entonces, la falta de adoctrinamiento: “La constitución de este Partido, que representa la unidad de clases dentro de él, debió haber acentuado más, la necesidad de una seria convicción doctrinaria, de una sólida preparación filosófico social. Esto, no lo tenemos. No puede ser culpa de los Comités Centrales o Directivas Nacionales de ayer o de hoy. Es culpa de todos. La falta de este acervo doctrinario hace que casi la totalidad de los militantes no separen lo que es la doctrina, de la táctica o de la línea política. De ahí, que sea difícil adoptar una línea política, porque los socialistas siempre piensan que se está trasgrediendo la doctrina”
Durante los Gobiernos de la Concertación, los ejemplos de la carencia de acervo doctrinario se cuentan por cientos! Porqué no hubo decisión para terminar con el sistema binomial? Porque no hubo acuerdo para una Asamblea Constituyente? Por qué las Reformas Previsional y Educación no lograron atacar el fondo del estigma? Por qué el Defensor Ciudadano nunca vio la luz? Por qué se escogió liberar al ex dictador de su prisión en Londres? De entre los documentos que han circulado este último tiempo, sobre todo por Internet, extraigo, aunque sin permiso de su autor, algunos párrafos de un documento que me ahorran ahondar mi propio análisis:
“Desde hace 20 años el PSCH forma parte de la concertación de partidos por la democracia que gobernó Chile desde 1990 y en la cual millones de chilenos confiaron y apoyaron. La concertación tenía por misión acabar con la dictadura y restablecer el pleno respeto de los derechos humanos, enjuiciar y castigar a los esbirros de ésta, convocar a una asamblea constituyente para derogar la constitución espuria e ilegitima de la dictadura y válida hasta ahora, redactar una nueva constitución que otorgue a Chile una verdadera democracia y asegurarle una vida digna al pueblo chileno que durante 17 años sufrió la humillación mas grande de su historia. La Concertación fue la esperanza del cambio a una mejor vida.
Sin embargo, los partidos que conforman la concertación pactaron con los poderes fácticos acuerdos secretos que debían proteger al general Pinochet, su familia y su entorno mas cercano, destruir la prensa de izquierda (Fortín Mapocho, Revista Análisis, etc) que difícilmente se echo a andar en los años 80, garantizar que los bienes estatales apropiados ilícitamente por militares y civiles durante la dictadura, fueran conservados por los espoliadores y posteriormente los acuerdos de la "mesa de Diálogo" y la Ley de "Secreto Profesional". En resumidas cuentas, la concertación se limitó a buscar ciertas dosis de verdad, reparación y memoria histórica respecto a las violaciones de los derechos humanos cometidas por la dictadura, cierto, se aumentó el gasto público social que disminuyó un poco la indigencia y se impulsó un gran desarrollo de obras públicas para crear empleos y modernizar el país, pero en contra partida se acrecentaron las privatizaciones, se pactaron ajustes con la derecha como el “Plan Laboral”, las AFP, las ISAPRE, la LOCE-LEGE, la ley de concesiones mineras, el sistema tributario, etc. Agreguemos también que no se eliminó el sistema electoral binominal ni los altos quórums para reformar la Constitución ni las leyes orgánicas constitucionales ni ninguna de las disposiciones económicas de la Constitución que favorecen al neoliberalismo vigente. No olvidemos que la concertación tuvo, en dos oportunidades, mayorías en las cámaras parlamentarias que le hubieran permitido cambiar la historia”.
Además del texto que he transcrito del documento del cda. Juan Luis Ulloa, hay muchos otros que han desfilado en nuestro computador con los cuales me siento en buena sintonía. Puedo citar, por ejemplo, los que llevan la firma de Paddy Ahumada, Edgardo Honores, Roberto Avila, Luis Casado, Sergio Barría, Jorge Coloma, Luis Lobos, Rubén Andino, Fernando Morales, Jorge Tello, Dante Notari y tantos otros leales y comprometidos camaradas. Sumo entonces a la de ellos mi modesta contribución contenida en estas páginas para clamar por cambios profundos en la línea política y en el accionar de nuestro Partido Socialista. Seguimos confiando en su potencialidad como preciosa herramienta para la liberación humana. De lo contrario no escribiríamos estas líneas. Por su destino y sus éxitos muchos de nosotros hemos desechado prestigios y prebendas de una vida fácil; pero sabemos que nuestra ofrenda de años de lucha política, de cárcel, de exilio y de retorno no son más que una migaja en la fabulosa tarea colectiva que nos hermana con nuestros eventuales lectores. Esta tarea, un muy querido camarada valdiviano la define en cada una de sus correos, como…la lucha larga! Si, ella es larga porque se sustenta “en sueños de justicia, en una ética absoluta y en una consecuencia inquebrantable y vitalicia”.
Sandor Arancibia Valenzuela
Ex Intendente de Valdivia