En artículo de opinión publicado en la sección Reportajes de El Mercurio el domingo 31 de enero, el presidente electo, Sebastián Piñera, despliega lo que podría tenerse por su “pensamiento político”. Dadas las importantes funciones que está pronto a desempeñar, es natural y, más que eso, conveniente, detenerse a la consideración de tan interesante documento político.
De partida, el título del artículo nos instala en un escenario donde el futuro mandatario asume una postura entre pedagógica y polémica, al escribir: “Democracia de los acuerdos: ¿En qué consiste? ¿Por qué ahora? ¿Es posible?”
En ese ejercicio, el autor no puede obviar la historia, y lo hace en la forma entre liviana y consignista que se le conoce. Afirma y niega, sin mayor rigor y encaramado en su pedestal. Así, podemos enterarnos de que estuvimos, como país, enfrascados en una interminable y “estéril” lucha fratricida…”, en clara alusión al período 1970-1973 y el golpe de estado del 11 de septiembre. Bien por lo de fratricida, pero ¿estéril? Depende, señor. Distingamos: ¿fue “estéril” esa salida golpista para los que se hicieron del botín del Estado, arrebatando patrimonio privado de los trabajadores y público de los ciudadanos en beneficio propio, lo que no terminó precisamente por “arruinar su futuro”?
Hace SP una breve alusión a quienes han gobernado Chile en los últimos tiempos, lo que de paso le sirve para promover a “presidente” a quien no fue más que un dictador. Y luego, se conduele del “sufrimiento para millones de chilenos”, omitiendo otras de las causas eficientes de tales sufrimientos, junto con los crímenes de toda índole cometidos en contra de la gente: el modelo neoliberal impuesto, las leyes laborales, el despojo previsional, los infamantes trabajos forzados disfrazados de PEM y POJH, la destrucción de los sistemas públicos de salud y educación, y un largo etcétera.
Hay en las reflexiones de este político de la derecha, una afirmación que resulta muy ilustrativa. Es cuando luego de dar sus acostumbradas gracias a Dios –el que, evidentemente, estaría de su lado- defiende la “Democracia de los acuerdos” porque (era a comienzos de los 90) “el país enfrentaba el desafío de consolidar su democracia, legitimar la economía social de mercado…”. Así, pues, ésa era la madre del cordero. Y él lo dice: “Democracia de los acuerdos”, entre la derecha y la Concertación, para “legitimar” lo que la dictadura había impuesto a sangre y fuego. Sí, señor Piñera: de eso se trataba y de eso se trataría otra vez.
Postula el presidente electo “un gobierno de unidad nacional”, sin explicarnos el porqué de tal excepcionalidad histórica. ¿Es que piensa que tras los 20 años de Concertación vive el país un estado de catástrofe? Si así lo piensa, se podría concordar con él, pero más difícil sería aceptar que llame a tal “unidad” precisamente a quienes habrían causado la catástrofe, haciéndose merecedores del “desalojo”. Pero ese tal gobierno de unidad nacional se pondría algunas metas y una de ellas la enuncia así: “superar la pobreza y las desigualdades excesivas”. Propósito altamente loable, pero surgen algunas dudas: ¿en qué momento las desigualdades alcanzan el nivel de “excesivas”? ¿Cuáles son esos parámetros? ¿Quién dictamina lo relativo a “excesivas”? ¿Desde qué punto de la curva de pobreza-riqueza se dirime la incógnita? O, en otras palabras: ¿se declara excesiva una desigualdad desde esa misma excesiva desigualdad, sólo que reservando el derecho a definir y resolver para quien está ubicado en el punto más alto de la curva, en este caso el propio señor presidente electo?
Preguntas legítimas:
Preguntas legítimas:
¿Buscaría el presidente electo esa mágica “democracia de los acuerdos” si no requiriera del apoyo de los “desalojados”, al no contar con un suficiente apoyo parlamentario?
¿Lo haría, si no tuviera aun necesidad de “legitimar” lo que llama “economía social de mercado”, tras el fracaso universal, y particular, de las recetas y prácticas del omnisciente mercado?
¿Formularía tal llamado si no tuviera el bien fundado temor a la movilización social que, inevitablemente, será la respuesta mayoritaria de Chile, incluyendo a los que votaron por él, cuando se comience a “transparentar” el estrechísimo carácter de clase de su gobierno?
Desde ya, puede contar el presidente electo con un nuevo despertar de los trabajadores, el pueblo y las más amplias mayorías, para oponer una barrera imposible de superar a los intentos de una restauración fundamentalista como la que se nos anuncia.
Desde ya, puede contar el presidente electo con un nuevo despertar de los trabajadores, el pueblo y las más amplias mayorías, para oponer una barrera imposible de superar a los intentos de una restauración fundamentalista como la que se nos anuncia.
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