domingo, 27 de junio de 2021

Vuelve la ilusión del pueblo de la mano de la Izquierda

Convocamos a los socialistas a trabajar duro para recuperar el Partido y hacer de él un espacio en el que den cabida todas las sensibilidades de izquierdas. Un espacio para dialogar y encontrar las soluciones más justas.

Somos socialistas, somos allendistas, somos revolucionarios y sin complejos, orgullosos de nuestra historia.

El Partido Socialista desde sus orígenes ha estado compuesto por mujeres, por jóvenes, por trabajadores y trabajadoras, por militantes abiertos al cambio, militantes inquietos, militantes puros y sinceros que luchan en cada espacio, creando cuantas organizaciones sean posibles e incrementando el número de simpatizantes al Partido de manera considerable.

Estar bien organizados es la base necesaria para intervenir en la recomposición de la izquierda. Sumar todo lo que nos sea posible, incrementar las relaciones sociales y políticas a todos los niveles nos permite “estar” y “relacionarnos” y transmitir nuestro discurso político, que se reconoce en el sentido común de la izquierda.

La lucha por rescatar el Partido debe ayudar a perfilarnos y dotarnos de un trabajo conjunto a las fuerzas de izquierda. Las alianzas estratégicas deben ser aquellas que lleguemos con todas aquellas fuerzas políticas, grupos o personas que se sitúan en el espacio de la izquierda transformadora. Con flexibilidad y sin sectarismo alguno.

 

Situación Internacional:

La lógica del capitalismo atenta contra la civilización. El socialismo es una necesidad para la humanidad y en la lucha por forjarlo se juega el destino de la vida en el planeta. El mundo está presenciando la proliferación de conflictos regionales y una creciente intervención militar de los países más grandes en los asuntos internos de otros países. La desaparición del conflicto Este-Oeste, que durante tanto tiempo pusiera al mundo al borde de la guerra nuclear, no trajo una época de paz y de crecimiento como se pregonaba. La OTAN o NATO por sus siglas en inglés, ha expandido su poder belico mediante la incorporación de otros países, un importante aumento de su arsenal militar y un permanente despliegue de fuerzas militares para intervenir en otros países.

En los años que han trascurrido del nuevo milenio, hemos asistido a la instalación de un mundo donde coexisten junto a los grandes dramas e injusticias que el capitalismo ha generado en el planeta, la decadencia económica, moral y política de los EE.UU., que sin embargo mantiene su fortaleza militar junto a la crisis global del sistema capitalista. En tanto el sistema capitalista pone en riesgo la supervivencia de la humanidad, la contradicción fundamental del período puede visualizarse en los términos de ”socialismo o barbarie”. La misma pasa hoy por la oposición entre unipolarismo imperialista sin reglas y la cooperación, el intercambio, la solidaridad y la integración de los pueblos.

El socialismo chileno está a favor de un orden internacional basado en la paz y en el respeto a la soberanía de los Estados. Estas condiciones son necesarias para garantizar las posibilidades del desarrollo de todos los países y del bienestar de los pueblos. El sistema mundial debe estar basado en la cooperación internacional para construir un mundo donde puedan darse las condiciones para el desarrollo de la potencialidad del ser humano.

Los socialistas consideramos que en esas condiciones no hay lugar para la existencia de alianzas militares de cualquier signo y justificativo alguno para las enormes sumas destinadas a financiar los gastos militares.

Todos los pueblos necesitan contar con las garantías de justicia y paz que permitan construir un mundo mejor. El socialismo cree en la existencia de un derecho internacional justo y equitativo, con organizaciones representativas que preserven la paz sin opresión tanto para los países grandes como para los países pequeños.

El socialismo por ende rechaza el terrorismo de cualquier signo con la excusa de ejercer el derecho a la defensa o bien amparado en fundamentos teocráticos. El terrorismo conduce a la pobreza, a la explotación, a la denigración de la vida humana y se asienta en la irracional e indiscriminada represión con la pérdida de vidas humanas que no pueden justificarse. El terrorismo no puede ser combatido únicamente con la fuerza; es necesario solucionar los problemas de hambre y miseria, que significan la pérdida de la dignidad del ser humano, mediante la implementación de programas específicos destinados a integrar a toda la humanidad en el proceso del progreso, del bienestar, de la paz.

La salida de la crisis del capitalismo, solo puede hacerse con transformaciones profundas. Desarrollar la producción real, la inversión productiva, superar la financiarización especulativa - la que hasta ahora promete crecimiento pero solo para unos pocos -, a través del desarrollo de las fuerzas productivas, implica el estímulo y la satisfacción de las necesidades de la gente en salud, educación, vivienda y alimentación. Esto solo puede hacerse si la población toma en sus manos el manejo de la economía con criterios de racionalidad y justicia, lo que supone una democracia política, económica y social que se sigue llamando socialismo.

 

America Latina:

Creemos que en las circunstancias por que atraviesa el mundo y América Latina es necesario poner al día y hacer operante nuestra vocación latinoamericanista y bolivariana.

Más allá de la solidaridad activa con la Revolución Cubana, la Revolución Bolivarina de Venezuela, con la gesta liberadora de los pueblos de Bolivia y Perú, con la solidaridad con Nicaragua, lo que se requiere es que vivamos y valoremos esas empresas y experiencias como episodios de una sola gran batalla, la que libra nuestra América en contra del imperialismo y sus aliados, con la conciencia clara de que, en la medida que nos comprometamos en ella, más va a ir siendo la Patria Grande, el escenario de nuestras luchas, aquella que va desde México al Cabo de Hornos, y que es la gran patria común americana de un Bolívar y de un Juárez, de un Martí y de un Sandino, de un Andrés Bello, de un José Carlos Mariátigui, de un Salvador Allende y un Ernesto Guevara.

El mundo y America Latina avanza hacia una mayor integración de las naciones y de los pueblos. Los intercambios económicos, comerciales y culturales han acercado a los pueblos mediante la desaparición de las distancias y los tiempos.

La globalización actual irrumpió en las relaciones internacionales de la mano de los intereses financieros y de las corporaciones multinacionales que controlan los flujos financieros y las dos terceras partes del comercio internacional. Existe un mundo financiero que no respeta las fronteras, que invade las soberanías y que está a disposición de los intereses más poderosos. Los únicos países que han logrado reducir la pobreza en este período de globalización en America Latina han sido aquéllos que han sabido mantener el control sobre sus destinos.

La globalización capitalista ha acentuado la enorme dependencia de las naciones de los organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial de Comercio, los que se han erigido en guardianes de los capitales financieros, imponiendo condiciones y políticas infrahumanas que sólo perpetúan el atraso, la falta de oportunidades, la miseria y la explotación.

Los socialistas chilenos desde la fundación misma del Partido, y las fuerzas socialistas del continente, apoyan la desaparición de las fronteras y la libre circulación de bienes. Pero esta liberalización debe ser progresiva, equitativa, con reglas equilibradas y respetadas por todos los países. La liberalización del intercambio en las condiciones fijadas por los países desarrollados y sus intereses comerciales no ha sido equilibrada y no ha respetado tampoco los principios de lograr una mejor distribución de los ingresos. El libre intercambio debe implicar la apertura de los mercados de los países desarrollados a los productos del mundo subdesarrollado.

El socialismo aspira a una globalización dirigida a satisfacer los intereses de las mayorías y aprovechar las ventajas de la desaparición de las fronteras. Una globalización dirigida a superar la pobreza y la miseria en el mundo.

El Estado debe asegurar que la explotación de los recursos naturales sirva al desarrollo del país mediante el control de la renta que genera su explotación. El excedente debe servir para mejorar las condiciones de vida de la población y aportar al desarrollo de sectores productivos. El Estado debe crear los medios para evitar la transferencia de los excedentes hacia las casas matrices en los países centrales mediante la utilización de técnicas contables o sociedades fantasmas.

Al mismo tiempo, nuestra relación con los organismos multilaterales de financiamiento deberá basarse, de modo irrenunciable, en el resguardo de nuestra plena soberanía nacional, reconociendo nuestra pertenencia a dichas organizaciones pero negociando con ellas en un plano de plena igualdad, sin ningún tipo de condicionamientos y reclamando el trato igualitario que las cartas fundacionales de tales organismos oportunamente estipularon.

En la misma dirección, el elevado peso del pago del capital y los intereses correspondientes a la Deuda Externa de los Estados de América Latina deben dejar de ser un factor altamente distorsivo en el uso de los recursos presupuestarios nacionales. Así, previo a un análisis acerca de la licitud de la citada Deuda, sólo se va a hacer frente a aquella parte que es legítima, luego de una fuerte quita y un extenso periodo de espera para permitir el relanzamiento de la economías nacionales.

En el proceso de globalización, se torna imprescindible propiciar una estrategia de inserción en el escenario económico internacional que privilegie la integración de los pueblos latinoamericanos, que dé impulso a la plena participación del pequeño y mediano empresariado nacional y democratice el funcionamiento de los organismos de cooperación subcontinentales, a partir de la conformación de un parlamento regional, consagrado por el voto popular. Ello supone el rediseño del MERCOSUR y la CELAC para que dejen de ser un instrumento cautivo de los grandes grupos económicos y se transformen en las herramientas de intercambio comercial, cultural, científico, social y consolidación política de los pueblos que lo componen, ampliándolo al resto de los países latinoamericanos y ocupando un lugar en el proceso integrador a favor de los trabajadores.

(… Recomendamos leer, escuchar o ver la majestuosa intervención de Salvador Allende en la Asamblea de Naciones Unidas en 1972, donde ya denunciaba esto…)

 

El carácter socialista del partido:

El Partido Socialista de Chile, próximo a cumplir 89 años, es una organización política de la clase trabajadora compuesta por hombres y mujeres que luchan contra todo tipo de explotación, aspirando a transformar la sociedad para convertirla en una sociedad libre, igualitaria, solidaria y en paz que lucha por el progreso y la justicia social.

La historia y trayectoria del Partido Socialista representa los intereses de trabajadores manuales e intelectuales, y desde esa perspectiva, impulsa la transformación revolucionaria de todas las formas oligárquicas y de dependencia que condicionan y limitan la expresión de la voluntad popular y la posibilidad de nuestro pueblo de elegir su propio destino.

Somos un Partido de izquierda, intransigentemente democrático y al servicio de los sectores más vulnerables y explotados de la sociedad, y que esta abierto a la participación de hombres y mujeres que expresan sus ideas, sus preocupaciones y que buscan soluciones.

Somos un partido orgulloso de su historia, transparente, abierto a los cambios, a la evolución y a la innovación. Que cree y practica otra forma de hacer política: la que se entiende, esa política que es participativa, la que es próxima a la gente, sensible a sus angustias, problemas y deseos.

Nuestra razón de ser no es otra que la de contribuir a alcanzar una sociedad mejor, detectando los problemas que agobian a nuestro pueblo y aportando soluciones, sobre la base de los principios de libertad, igualdad, solidaridad y  justicia social.

En tal sentido es que reafirmamos la existencia y desarrollo de un Partido que se rige por la firme convicción de la vigencia del socialismo, entendiéndolo, como la única salida viable a los problemas globales que afligen a la humanidad contemporánea, generados esencialmente por el capitalismo que mantiene en serio riesgo la estabilidad y el desarrollo al someter a los pueblos, especialmente a los trabajadores, a la desigualdad y las carencias, generando, en definitiva, profundos desequilibrios económicos, sociales, humanos y ecológicos.

 

Un nuevo partido para nuevos desafíos:

El fortalecimiento del Partido Socialista exige de una nueva institucionalidad, en las que la deliberación sea vinculante y garantizada y la elección de autoridades siga procedimientos estables, sanos y conocidos.  La revisión del padrón electoral y la generación de mecanismos que garanticen igualdad entre los distintos actores que pugnan por ostentar cargos de autoridad partidaria son imprescindibles, así como la existencia de instancias efectivamente independientes que den fe de la calidad y fidelidad de los procedimientos aplicados.

El Partido Socialista en el plano interno debe garantizar un proceso institucional de deliberación programática que permita contar con propuestas legitimadas por deliberaciones públicas de su militancia, con las que salir a la palestra política e ideológica. 2 o 3 cabezas no piensan más que decenas o cientos de militantes.

Pero junto a esto, el Partido Socialista despues de una profunda crisis de identidad política, de “renovación forzoza”, de domesticamiento al ideario neoliberal de sus dirigentes y como censecuancia de una operación politica de embargadura, desarrollada desde el mismo día del golpe civico-militar.

El Partido Socialista no puede conformarse con lo que tiene y menos aún con lo que es ahora.  Votar por el PS debe representar una opción empoderada de cambio que apuesta a constituirse en mayoría, pero ello representa modificar la forma de construir y actuar políticamente como Partido.  Esto representa una importante demanda de formación para los militantes, el reclutamiento de nuevos elementos de las filas del pueblo y una responsabilidad mayor para cada nivel direccional del partido.

Es preciso que las autoridades que tiene el partido, - la condición de ostentar el cargo -, no constituya ninguna fuente de privilegio, distinta al reconocimiento de la buena práctica política y haber respondido apropiadamente al conjunto del Partido del nivel que se representa.

Nuestro desafío es llevar adelante un proceso de deliberación para construir propuestas que expresen el ideario socialista en la situación actual y proyectado para nuestro trabajo en los próximos meses y años.  Pero no solo ello, sino posicionar estas ideas en el Partido a nivel local, territorial, regional, nacional, organizacional y político.  Necesitamos posicionar nuestros militantes con la apuesta de construir el poder que haga posible mañana el imposible de hoy.

Proponemos al conjunto de la militancia la convergencia unitaria y por la base de una fuerza que aglutine a la izquierda socialista para un futuro de innovación y progreso social. Los socialistas, desde una perspectiva marxista, feminista, ecologista, humanista y de izquierdas, llamamos a la unidad de acción de todos los movimientos sociales que se sientan identificados con estos principios. En tal sentido valoramos significativamente la candidatura de Daniel Jadue y vemos en ella una alternativa real de cambios y el punta de pie inicial para la unidad política de la izquierda.

El proponer una necesaria definición de principios para la conducción del Partido Socialista debe pasar indiscutiblemente por levantar nuevos liderazgos, por lo que será necesario impulsar nuevas prácticas políticas, haciendo simétrico aquello que demandamos para la sociedad para nuestro propio Partido.

De aquí a finales de año las batallas que sostendremos las y los socialistas no serán fáciles ni exentas de complicaciones, de allí que de ahora en adelante, convoquemos a las y los militantes al trabajo, a fortalecer la organización y a la lucha que nos llevará al éxito, que sabemos podemos lograr si dejamos de lado las querellas internas, las vacilaciones y nos volcamos a la tarea que nos convoca nuestro pueblo, nuestro Partido y nuestra propia realidad.  No hacerlo constituirá una irresponsabilidad con nuestro pueblo y el socialismo, abriendo espacio una vez más para el oportunismo, antesala y/o consecuencia de la pérdida de la adhesión democrática que necesitamos conquistar.

 

Palabras finales o conclusiones:

El desplome del que quiso ser «el milagro económico chileno», la perdida la credibilidad del gobierno y disipadas las ilusiones sobre la viabilidad del modelo económico neoliberal, donde se sitúa la tarea actual y urgente del movimiento popular y sus partidos, que pese a la represión, se han reconstituido y activado en la lucha. Se trata, ahora, de convertir el descontento popular frente a un Gobierno cada vez más desacreditado y aislado, en movilización de masas organizadas y combativas, en victoria.

Pese a los avances experimentados por la lucha callejera y en todos los frentes, expresados en huelgas y protestas, manifestaciones y desafíos de toda índole, determinan la posibilidad de un gran salto hacia adelante en las luchas populares.

Hay ahora, la posibilidad de masificarlas, de profundizarlas, concertarlas mucho más en sus métodos y formas, recuperando al Partido, para que este aborde los problemas complejos de una sociedad cambiante como la que vivimos. Ya que el objetivo del proyecto político de las y los socialistas para los próximos años consiste fundamentalmente en reconstruir esa vanguardía dirigente, que una y conduzca, que movilice y oriente.

Especial significación tiene en este sentido el avanzar hacia la unidad con el Partido Comunista, para lo cual las condiciones se tornan progresivamente más favorables, proceso que parte por las bases de ambos partidos, más aún en aquellas donde tenemos una influencia compartida, las que deben desempeñar un papel unitario principal. Esto, unido a la decisión de sumarnos y aportar al funcionamiento de la Mesa Política de Daniel Jadue, a fin de darles la mayor representatividad posible, lo que permitirá impulsar la movilización social del pueblo organizado, un factor decisivo en la coyuntura política, que lleve a ganar las elecciones presidencial y parlamentaria.

Ello es así por dos razones. En primer lugar, porque para las y los socialistas el cumplimiento de nuestras promesas es un elemento básico de la forma de gobernar que hemos comprometido a través de nuestra historia con el pueblo. En segundo lugar, porque se trata de un Programa consistente, coherente con un proyecto, largamente discutido y ampliamente compartido con los diversos sectores sociales. Un programa realista que ha sido elaborado desde la vocación y responsabilidad politica que siempre caracterizó a nuestro Partido.

Ya que nuestra propuesta socialista garantiza:

- La defensa irrestricta y universal de los derechos ciudadanos.

- La equidad de género.

- La eliminación de todo tipo de discriminación.

- La vigencia efectiva de los derechos de la infancia.

- La participación protagónica de la juventud.

- La protección integral de las personas mayores.

- El derecho de todos al trabajo.

- La inclusión e integración de los más postergados mediante políticas sociales de carácter universal.

- Salud para todos.

- La educación pública, universal, obligatoria, laica y gratuita.

- Vivienda digna y hábitat adecuado.

- La integración de las personas con necesidades especiales.

- La democratización de la cultura.

- El derecho a la seguridad ciudadana.

- La preservación del medio ambiente.

Nuestra propuesta es clara, transparente y sin vueltas de hoja.

Somos un partido latinoamericanista e internacionalista. Nos manifestamos en contra del colonialismo, el neocolonialismo, el imperialismo.

Este espacio de confluencia apuesta por el activismo social. Creemos que debemos retomar la calle, devolvérsela a la gente que se la tomó el 18 de Octubre, continuar organizándonos y hacer cosas grandes juntos y juntas.

Defendemos los servicios públicos, gratuitos y de calidad. Las instituciones son capaces de crear servicios potentes y de calidad de todos y todas para todos y todas.

El derecho a la vivienda debe ser una realidad y no una ficción. Creemos en la creación de diferentes estructuras pública que protejan a las personas frente a la depredación de los bancos.

Protección y potenciación de los derechos laborales y de la negociación colectiva por rama de la producción.

Al finalizar estas líneas hacemos un llamado a los militantes activos y a quienes venían tomando distancia del partido producto de sus prácticas sectarias y excluyentes, con el mismo espíritu que fuimos leales a la labor patriotica y revolucionaria de Salvador Allende y afrontamos la dictadura, cuando ningún beneficio personal podía esperarse de ello, a que tomemos la bandera hoy de activar y coordinar nuestras acciones, en procura de lograr cambios en el Partido Socialista, que le permitan conducir las transformaciones que el país necesita.

 

A modo de resumen

Es por todo ello que sostenemos que es necesaria una Nueva Constitución, como una demanda basada en la legitimidad para un nuevo Estado inspirado en una democracia profundizada es imprescindible. Proponemos refundar la estructura y las funciones del Estado de Chile en todos sus niveles y ámbitos operativos. Creando un Estado eficiente, moderno, capacitado y equilibrado, que este al servicio de las mayorías nacionales. El Estado debe garantizar el acceso a la seguridad alimentaria, educación, salud, vivienda, equipamiento e infraestructura social.

Y en tal sentido, los socialistas tenemos mucho que decir, mucho que hacer y tenemos mucho porque luchar. Reivindicamos para ello el aporte que el socialismo chileno ha realizado en su larga y fecunda trayectoria a las ideas políticas, sociales, económicas y culturales de nuestro país, muchas de las cuales hoy son parte del patrimonio colectivo de nuestro pueblo.

Como socialistas, somos firmes defensores y defensoras del sindicalismo de clase, situándolo como eje fundamental en nuestra política.

El Partido Socialista es un partido ecologista, que apuesta por las energías renovables y políticas de protección al medio ambiente. Instituciones más verdes son posibles, que trabajen de forma eficiente y promuevan modelos sostenibles.

El feminismo es parte de nuestro ADN socialista. Igualdad real para las mujeres con medidas concretas para ellas. Trabajaremos duro para que las mujeres no sufran ningún tipo de discriminación frente al hombre.

Los socialistas manifestamos una clara vocación por el colectivo LGTBI. Apostamos y defendemos una igualdad total para lesbianas, gay, transexuales, bisexuales e intersexuales.

Abogamos por la recuperación de la Memoria Histórica de nuestro país. Porque un pueblo que no conozca su historia está abocado a repetirla.

Queremos recuperar la dignidad y la libertad inmediata de los que lucharon por la libertad y la justicia social el 18 de Octibre.

 

Estocolmo, 20 de junio de 2021

sábado, 26 de junio de 2021

Discurso de Beatriz Allende Bussi en la Plaza de la Revolución de la Ciudad de La Habana en Septiembre de 1973

Nunca Beatriz Allende había tenido que enfrentar a una multitud como la que la escuchó y aplaudió ese día en la Plaza de la Revolución. Fidel tuvo que arreglar los micrófonos, demasiado altos para ella. Sólo en muy breves instantes su voz se quebró, en un momento giró la cara y el Comandante Fidel Castro le entregó un gesto de solidario aliento y le dijo: «Vas bien. Un poco más despacio. »

La narración de Beatriz, que a pocas horas de los sucesos habló ante más de un millón de personas de su padre asesinado. 

Es un ejemplo hasta en su estilo: sobrio, distanciado, donde una militante revolucionaria habla de su padre como de otro militante, únicamente refiriéndose al «compañero presidente». Beatriz Allende dijo textualmente:

No vengo a pronunciar un discurso, vengo sencillamente a decirle a este pueblo solidario y fraterno cómo fueron las horas que vivimos en el Palacio de la Moneda en la mañana del día 11 de septiembre.

Vengo a decirles a ustedes cuál fue la actitud, cuál fue la acción y cuál fue el pensamiento del compañero presidente Salvador Allende bajo el ataque de los militares traidores y fascistas.

El pueblo cubano, desde luego, conoce la realidad, pero en muchos otros países la campaña de mentiras levantadas por la junta fascista y secundada por las agencias del imperialismo norteamericano pretende correr una cortina sobre los hechos que ocurrieron en La Moneda, trinchera de combate del presidente Allende.

Vengo a ratificarles que el presidente de Chile combatió hasta el final con el arma en la mano. Que defendió hasta el último aliento el mandato que su pueblo le había entregado, que era la causa de la revolución chilena, la causa del socialismo.

El presidente Salvador Allende cayó bajo las balas enemigas como un soldado de la revolución, sin claudicaciones de ningún tipo, con la absoluta confianza, con el optimismo de quien sabe que el pueblo de Chile se sobrepondría a cualquier revés y que lucharía sin tregua hasta conquistar la victoria definitiva.

El cayó con invariable confianza en la fuerza de su pueblo, con plena conciencia del significado histórico que habría de tener su actitud al defender con su vida la causa de los trabajadores y de los humildes de su patria.



 

jueves, 10 de junio de 2021

¿Qué fue de la izquierda judía?

Las tradiciones de la izquierda judía parecen haber entrado en un ocaso. A la crisis y la desaparición de la vieja tradición bundista se suma la de la izquierda sionista en Israel, que apostaba por los dos Estados con los palestinos y por un modelo más igualitario entre los propios judíos israelíes.


El judaísmo es más que una fuerza del pasado o una curiosidad del presente: para nosotros es la meta de todo futuro posible. Franz Rosenzweig
Aquí estoy habitando lo que queda del judaísmo y somos tan pocos, pero aquí estamos. Jacques Derrida

Discutir la pervivencia o la desaparición de una «izquierda judía» presupone un modo de entender ya no solo la izquierda, sino el propio judaísmo. ¿Se trata meramente de una religión, de un conjunto de ritos y normas asociados con la trascendencia espiritual? ¿Es una cultura? ¿Es un conglomerado de sentidos mutables a lo largo de la historia? La respuesta a esta pregunta sin respuesta –el judaísmo es, finalmente, un conglomerado amplio que se asocia a todos esos componentes– ha habilitado históricamente el enlazamiento entre judaísmos y tendencias políticas específicas.

Si el antecedente bíblico constituye el primer llamado a los desposeídos, la palabra indica que el judaísmo puede ser entendido, a la vez, como una religión, una ley, una guía, una forma de leer el mundo o, simplemente, una ética. La palabra hebrea musar designa esta relación: ética, instrucción y disciplina. Si el judaísmo inaugura un tipo de «disciplina moral» –distinta de la de otros pueblos, la cuestión consiste en saber en qué se distingue esta. La comunicación de Dios es clara al respecto. El vínculo llamado musar expresa un pacto no solo entre Dios y los hombres y mujeres, sino entre la humanidad misma. En Deuteronomio 10:19, la Biblia dice: «Habéis, pues, de amar al extranjero, porque extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto». Moisés y los profetas (Abraham, Itzjak y Yaakov) no se preocupaban por la supervivencia del alma, sino por los desposeídos: la viuda, el pobre, el huérfano y el extranjero.

Desde este tipo de lectura se ha desprendido históricamente una vinculación entre las categorías políticas de la izquierda y el anclaje ético-profético del judaísmo. La transformación de este vínculo en una tradición múltiple entre judaísmo e izquierdas pareció así habilitada desde un inicio. No es extraño que, avanzados en el tiempo, con el nacimiento de la Ilustración y de los humanismos (incluidos los seculares), el judaísmo (religioso o secular) contribuyese decisivamente a fortalecer este vínculo.

El Bund: judaísmo y patria

Las relaciones entre los judaísmos y las izquierdas manifestaron una fuerte intensidad desde el surgimiento mismo de las teorías socialistas. Asociados al marxismo –heredero, en buena medida, de una tradición judía secular–, pero también de otros espacios de reflexión y política socialista, los judíos europeos pertenecientes al bloque compuesto por las «fuerzas de trabajadores» fueron asumiendo una posición nítida: la defensa de su identidad judía y la búsqueda de la transformación de aquellos Estados en los que se encontraban afincados. En tal sentido, afirmaban que la «nación judía» podía reconocerse en los términos de la «clase oprimida». Clase y nación se hermanaban. La integración de parte de la población trabajadora judía afincada en Europa en organizaciones socialistas y socialdemócratas tenía, además, otra razón de ser: estas fuerzas políticas rechazaban –aunque muchos tenían sus contradicciones– el antisemitismo que profesaban las derechas, particularmente las nacionalistas. En tal sentido, operaban de cobijo para una población desperdigada por todo el continente.

El desarrollo del socialismo leninista precipitado por la Revolución Rusa supuso un nuevo proceso político para el judaísmo de izquierdas. Tanto en Rusia como en Ucrania, Letonia, Polonia y otros países de Europa del Este y el Báltico, numerosos judíos habían integrado el Bund (la Unión General de Trabajadores Judíos), una organización socialista de corte antisionista y de tendencias centralistas asociadas al bolchevismo. El antisionismo del Bund no debía entenderse como una negación de la nación judía, sino como una respuesta anticolonialista frente a quienes deseaban conquistar por la fuerza el «territorio histórico». Por el contrario, el Bund concebía a la nación judía y a la clase obrera como elementos entrelazados, pero su concepto de nacionalismo era «no territorializado». Aspiraba, en definitiva, a que el judaísmo de la diáspora (galut) de Europa oriental diera tránsito a una izquierda internacionalista que se hiciera cargo, no ya de la vocación de tener un Estado, sino de la propia «errancia» del pueblo judío. En ese contexto, el bundismo promovía, además, el uso del yiddish frente al hebreo (defendido por el sionismo, que lo consideraba símbolo nacional). El yiddish era una lengua de la diáspora que unía lo común y lo diverso: los bundistas consideraban que la patria no era el viejo territorio, sino el lugar que habitaban, pero a la vez querían distinguirse con una lengua común. El Bund se encontraba anclado a la tierra. En uno de sus carteles más famosos se puede leer una leyenda: «Dondequiera que vivamos, esa es nuestra patria».

El bundismo no constituyó la única experiencia de la izquierda judía no sionista. Al Bund en Europa del Este y a las numerosas organizaciones judías que se integraron en los partidos socialdemócratas del margen occidental de Europa, se sumaron el Óblast Autónomo Judío, con su capital Birobiyán, durante los tiempos soviéticos –que fue luego liquidado por el antisemitismo estalinista.

El creciente antisemitismo en Europa y, finalmente, la Shoá –la gran tragedia del siglo XX, del pueblo judío y de la humanidad– volvieron inviables las tesis bundistas. La consideración de que era necesario un Estado judío para los judíos comenzó a ser hegemónica entre un pueblo que había sufrido una de las mayores atrocidades de la historia. Tanto izquierdas como derechas coincidieron en la necesidad de un Estado. Pero no en sus características, sus maneras y sus formas.

La izquierda sionista: la autodeterminación

El sionismo socialista, la otra posición dentro de las izquierdas judías, había planteado históricamente la necesidad de retornar a la tierra de Israel y otorgarle al naciente Estado un «carácter socialista». Dov Ber Borojov, ex-miembro del partido de izquierda Poale Zion y comandante de las Brigadas Judías del Ejército Rojo durante la Revolución Bolchevique, había sido uno de sus principales impulsores. El socialista Borojov compartía con Theodor Herzl –considerado el padre «intelectual» del moderno Estado de Israel–, la necesidad del retorno, pero no anclaba el futuro de Israel en las clases medias, sino en las clases trabajadoras. Si para Herzl los problemas se resolverían con un Estado judío, para Borojov, tal como él lo señaló en la plataforma de Poale Zion, el problema judío se resolvería «con el sionismo» y «el problema social a través del socialismo». Sus ideas –al igual que las de otros sionistas socialistas– fueron pregnantes entre las organizaciones judías de izquierda del antiguo Protectorado de Palestina y en el Histadrut (Federación General de Trabajadores de la Tierra de Israel).

Tras la Shoá, la fundación del Estado de Israel se convirtió, para buena parte del judaísmo, en un imperativo ético y en una necesidad política. Ya no se trataba solo de desarrollar un Estado basado en la idea de retorno a la tierra de origen, sino de construir una patria en la que la población judía pudiese sentirse a salvo de un antisemitismo que había tenido su huella indeleble en la Shoá. Tras el fin del nazismo, David Ben-Gurión, líder sionista que presidía el Partido de los Trabajadores de la Tierra de Israel (Mapai) –identificado con el socialismo democrático–, supo leer de forma rápida los sucesos históricos. La salida de Gran Bretaña del hasta entonces Protectorado de Palestina habilitó la creación del Estado de Israel, tras un acuerdo entre Estados Unidos y la Unión Soviética.

Aun con un sionismo en ascenso y un bundismo internacionalista y socialista que se diluía, los debates sobre el carácter del Estado no dejaron de manifestarse. ¿Qué tipo de Estado debía ser ese que se llamaba a sí mismo un «Estado judío»? ¿Qué tipo de perspectiva prevalecería en él? ¿Una meramente nacionalista, que excluiría al resto de actores que vivían allí donde fue emplazado, o una universalista, cuya idea de judeidad sería la de los mandatos ético-sociales que habían inspirado a generaciones de judíos a defender, a la vez, la causa de la nación junto con una ética social amplia, integradora y respetuosa?  Y, si se elegía esta última opción, ¿cómo cumplirla frente a un espacio geográfico-político en el que no pocos rechazaban la presencia de judíos en tanto judíos?

El Estado de Israel nacía con problemas irresueltos. Por un lado, había una destacada presencia de ideas socialistas expresadas en la lógica de los kibutz, las comunas y las empresas agrícolas. Pero esas políticas coexistían con el proceso de ocupación y con un nacionalismo que, progresivamente, iba adoptando características cada vez más excluyentes. Si una parte de la izquierda israelí apelaba a estrechar lazos y vínculos de paz con la población árabe, no sucedía lo mismo con otra.

Durante los primeros años de construcción del Estado, los partidos de izquierda israelíes con mayor caudal electoral eran el Mapai (socialistas democráticos) y el Mapam (asociado al marxismo). El Mapai era, de hecho, el partido gobernante del Estado dirigido por David Ben-Gurión. En 1949, el año de la fundación del Estado, contaba con 46 representantes de los 120 que integraban la Knesset (el Parlamento israelí) y manifestaba una vocación socialdemócrata tradicional, formando parte de la Internacional Socialista. Su posición respecto del pueblo palestino era, formalmente, la del apoyo a un Estado hermano en convivencia con el Estado de Israel. Pese a ello, era también el Mapai el partido que creaba los asentamientos palestinos –si bien sería la derecha la que luego instalaría allí la población–. El Mapai, que en 1968 pasó a ser el Partido Laborista, fue el partido más potente del espacio progresista y aquel que, durante años, supo adaptarse a las cambiantes condiciones de la política israelí. Sin lugar a dudas, el Mapai logró convertirse en un movimiento y un partido político que iba más allá de la clase trabajadora. Por su parte, el Mapam –constituido tras la fusión de Ahdut Ha’avoda y Hashomer Hatzair– sostenía posiciones diversas respecto al conflicto israelí-palestino. Mientras los miembros de la organización marxista Hashomer Hatzair consideraban que debía avanzarse en la creación de un Estado binacional palestino-israelí, los del socialdemócrata Ahdut Ha’avoda favorecían el establecimiento de un Estado judío en toda Palestina (y terminaron integrándose al Partido Laborista en 1968).

Frente a estas izquierdas, sin embargo, aparecieron otras. Algo que quedó claro cuando el 22 de septiembre de 1967 –tras la Guerra de los Seis Días– en el diario Haaretz fueron publicadas dos solicitadas que marcaban bien la división dentro del Estado. Una, firmada por decenas de intelectuales que defendían la política adoptada frente a los árabes y el pueblo palestino, decía: «La Tierra de Israel está ahora en manos del pueblo judío, y así como no se nos permite renunciar al Estado de Israel, también se nos ordena mantener lo que hemos recibido de él: la Tierra de Israel. Por la presente estamos comprometidos fielmente con la totalidad de nuestra tierra, con respecto al pasado del pueblo judío y a su futuro por igual, y ningún gobierno de Israel renunciará jamás a esta totalidad». La otra solicitada estaba firmada por 12 intelectuales de izquierda, algunos de ellos vinculados al socialismo democrático, otros al sionismo de izquierda y otros al Matzpen, una fuerza asociada a posiciones trotskistas. Allí decían: «Nuestro derecho a defendernos contra la aniquilación no nos otorga el derecho a oprimir a otros». «La ocupación trae consigo el dominio extranjero. El dominio extranjero trae como consecuencia la resistencia. La resistencia trae consigo la opresión. La opresión trae como consecuencia el terrorismo y la lucha contra el terrorismo. Las víctimas del terrorismo suelen ser personas inocentes. Aferrarnos a los territorios nos convertirá en una nación de asesinos y víctimas de asesinatos. Dejemos ahora los territorios ocupados».

Sin dejar de considerar valiosa la existencia del Estado de Israel, esa izquierda emergente se diferenciaba de las oficiales. Por un lado, defendía la autodeterminación del pueblo judío y su derecho a defenderse de los ataques, pero también reivindicaba la necesidad de retirarse de los territorios ocupados. A diferencia de la vieja tradición bundista, esta tradición de izquierda reconocía el Estado en vínculo con la patria, pero negaba o rechazaba el carácter de ocupante que ese Estado había tomado.

El proceso político, sin embargo, avanzó por otros cauces. Las numerosas crisis de las décadas de 1980 y 1990 llevaron a una vertiginosa derechización de Israel. El asesinato del primer ministro Isaac Rabin en 1995 por parte de un extremista de derecha contrario al proceso de paz con Palestina y a la creación de un Estado para esa nación comenzó a minar el proceso de acercamiento impulsado por el laborismo. Posteriormente, el abandono de la hoja de ruta marcada por los Acuerdos de Oslo minó aún más el proceso de paz. La Cumbre de Camp David del año 2000 entre el líder de la Autoridad Nacional Palestina, Yasser Arafat, y el entonces primer ministro israelí, el laborista Ehud Barak, resultó un fracaso. Los palestinos consideraron insuficiente la propuesta territorial israelí y Barak declaró: «Israel no tiene socios para la paz del lado palestino». Esto ayudó a que la derecha israelí recompusiera su terreno sobre la propia premisa planteada por Barak, asumiendo así que si la centroizquierda consideraba que no había interlocutores válidos entre los palestinos, Israel debía reforzarse en sus características de ocupación.

Con un Partido Laborista que, en parte por sus propios virajes, iba perdiendo posiciones frente a la derecha, el espacio de la izquierda progresista «oficial» empezaba a mermar. Grupos más pequeños intentaban, sin embargo, ocupar ese espacio, sin conseguirlo por completo. La derechización de la sociedad y de la política iba asentándose cada vez más. A los fallidos procesos mencionados precedentemente se sumaba otra situación que abroquelaría al grueso de la sociedad en posiciones contrarias al diálogo con Palestina: la de la violencia de la Segunda Intifada, producida entre 2000 y 2005. El ascenso de líderes como Ariel Sharon y Benjamin Netanyahu, que gobierna desde 2009 –y ya lo había hecho entre 1996 y 1999– expresaron ese crecimiento de las perspectivas derechistas de distinta índole. El dato es claro: desde hace 20 años, ninguna fuerza progresista ha gobernado Israel.

Hoy, el Partido Laborista y la organización política Meretz –asociada al progresismo y al pacifismo– suman juntas un total de 13 diputados en un Parlamento de 120 bancas. La situación de esta última fuerza reviste características trágicas, dado que, a inicios de la década de 1990, había cobrado una fuerte relevancia en el mapa progresista. En su primera elección en 1992 había conseguido 12 asientos propios en la Knesset, logrando colocar ministras y ministros en el gabinete de Rabin e impulsando el proceso de paz. Hoy, esos tiempos en los que Rabin, el hombre que habiendo comandado las Fuerzas Armadas durante la Guerra de los Seis Días había ido progresivamente adoptando una postura en favor de la paz y la solución binacional, parecen haber quedado lejos. Como también quedaron lejos aquellos años en que Meretez, Ratz (el Movimiento por los Derechos Civiles y la Paz de tendencia socialdemócrata) y los comunistas y ecosocialistas de Hadash tenían, además de un considerable número de bancas, cierta pregnancia en el discurso y en la opinión pública.

Sin embargo, no todo está perdido. Luego de los trágicos sucesos del último mes, el debilitamiento de Netanyahu parece cada vez mayor. Aunque no representa a una fuerza de izquierda, el centrista Yair Lapid podría abrir paso a un nuevo marco político que las izquierdas deberían aprovechar. No está claro si algo de eso sucederá, pero las ya minoritarias fuerzas progresistas deberían aprovechar un nuevo escenario e, incluso, intentar forzarlo.

En Un largo sábado (2016), el destacado ensayista judío George Steiner dice: «Durante miles y miles de años, más o menos a partir de la destrucción del Gran Templo de Jerusalén, los judíos no han tenido el poder necesario para maltratar, torturar o expropiar a nadie en el mundo. Para mí se trata de la más noble aristocracia que existe. Cuando me presentan a un duque inglés, me digo en silencio: 'La mayor nobleza es la de haber pertenecido a un pueblo que nunca ha humillado a otro'. Ni torturado a otro. Ahora bien, en la actualidad Israel debe necesariamente (subrayaría y repetiría el término 20 veces si pudiera), necesariamente, pues, inevitablemente, ineluctablemente, matar y torturar para poder sobrevivir; Israel debe comportarse como el resto de la humanidad supuestamente normal. Pues bien, soy de un esnobismo ético sin fin, de una arrogancia ética total; convirtiéndose en un pueblo como los demás, me han quitado el título de nobleza que les atribuía». Con ánimo de polemizar, Steiner postula que Israel se ha añadido a una lógica de la estatalidad que el pueblo judío había negado en sus características actuales. Este es, para él, el gran meollo: que si bien parte de la izquierda sionista anhelaba lo mejor para con los palestinos -aun teniendo la insuperable buena fe al respecto-, su proyecto quedaba trunco por las necesidades propias del Estado. Steiner se apegaba así a la tesis esbozada por Walter Benjamin en Para una crítica de la violencia (1921), según la cual para crear un Estado o para instaurar las leyes, la violencia fundadora se vuelve necesaria. El problema, sin embargo, estriba en que la violencia fundadora se ha convertido, además, en permanente: en un modo de asegurar la existencia, pero también de excluir a otro.