El tránsito a un nuevo socialismo puede tener como primer escenario las fronteras nacionales de un país o grupo de países.
En Cuba, tiene casi medio siglo de vigencia una revolución de orientación socialista, con un modelo de tránsito predominantemente estatista, modificado parcialmente después del inicio del llamado periodo especial.
En los hechos la voluntad de tránsito al socialismo ha ido expresada también con mucha claridad en Venezuela con bastante claridad, acompañada de los primeros pasos en esa dirección.
En ese país hermano es claro un proceso hacia la revolución, que ha modificado significativamente factores del poder temporal y del poder permanente y que inicia ahora una etapa de radicalización de esos cambios, vía reformas constitucionales, nacionalizaciones de áreas estratégicas, conformación de un partido unido o fuerza política de vanguardia, y de otras medidas anunciadas recientemente.
En Ecuador, el nuevo gobierno -montado todavía sobre las viejas instituciones y las antiguos estructuras sociales capitalistas-dependientes y oligárquicas- ha declarado, con mucha firmeza, la decisión de hacer una revolución radical, derrotar el neoliberalismo y emprender el camino del socialismo del siglo XXI.
Su actitud frente al TLC, al FMI, al Banco Mundial., a la cuestión petrolera, a la Base de Manta, al Plan Colombia, a la Constituyente… son señales esperanzadoras en dirección a un proceso de cambios, que a penas se inicia y que ya enfrenta una feroz resistencia oligárquica-imperialista.
El grado de conciencia, organización y popular, expresado en el Ecuador en los últimos años y recientemente, parece ser una garantía para nuevos avances.
En Bolivia, con más tiempo de ejercicio gubernamental, el discurso del nuevo liderazgo no tiene tintes tan radicales.
El viejo aparato estatal boliviano, que actúa como camisa de fuerza, perdura aunque ciertamente amenazado por una red de organizaciones y corrientes políticas- sociales definidamente anti-neoliberales y antiimperialistas.
La Asamblea Constituyente ya instalada, dirigida a cambiar las bases constitucionales del país y el sistema político vigente en dirección una democracia participativa, si bien cuenta con una mayoría progresista y con importantes componentes revolucionarios, exibe significativas limitaciones para dar un salto en la dirección deseada. Todo parece indicar que necesitará de la ayuda de una fuerte presión social extraparlamentaria.
El tema del agua, la reivindicación de la hoja de coca y de los recursos mineros, el trascendente problema del gas, la propiedad latifundista…han sido objeto de importantes embestidas populares, parcialmente asumidas por las acciones de gobierno y desafiadas por una oligarquía cavernícola.
La alianza de Bolivia con Venezuela y Cuba resulta ser muy alentadora, incluyendo lo relativo a la recepción de la cooperación militar ofrecida por Chávez, mientras la proclividad de su gobierno a firmar el TLC con la comunidad económica europea y el envío de tropas a Haití, son evidentemente señales de ambivalencia.
Por otra parte, la victoria sandinista en Nicaragua alienta el viraje a la izquierda del continente, por encima del tono conciliador y la expresa moderación del nuevo gobierno de Daniel Ortega en materia de política interna. Su afiliación al Alba entra en contradicción con la vigencia del TLC, mientras el desplazamiento de la derecha tradicional entregada a Washington, en el nuevo contexto continental, crea mejores condiciones para el protagonismo de las bases populares del FSLN.
Con grados diferentes de intensidad y firmeza, el tono antiimperialista es común en estos cinco casos. Y no solo, sino que mientras en Cuba y Venezuela la definición anticapitalista y pro-socialista presenta hechos incontrovertibles, en Ecuador se adopta como propósito de gobierno y en Bolivia - sin que se manifieste homogéneamente- tiene también expresiones dentro y fuera de lo institucional, aunque evidentemente más débiles. En Nicaragua el FSLN hasta la fecha obvia ese trascendente tema.
El hecho real es que estas realidades, con su altos y moderados desniveles (según las comparaciones posibles), se diferencian de las de Brasil y Uruguay; ni hablar de la existente en Chile, donde las políticas y los modelos neoliberales siguen campantes, y donde gobiernos asumidos por fuerzas autodenominadas de izquierda o centro izquierda, se han convertido en variantes de la derecha en aspectos esenciales de su gestión, salvo en lo relativo a algunas políticas sociales y a algunas posiciones puntales en política exterior.
En Venezuela, Ecuador y Bolivia, más en el primero que en los otros dos, puede hablarse de las posibilidades actuales y reales de revolución, de proyectos de sociedades post-neoliberales y de tránsitos al socialismo. Y esto refuerza la actualidad del socialismo como alternativa al capitalismo, conscientes sí que el proyecto transformador en esos países apenas está en sus albores..
En Cuba la revolución es un hecho desde hace muchos años. El carácter anticapitalista del proceso es factor dominante y lo que está en jueguen la actualidad para las fuerzas revolucionarias allí es el tipo de modelo mas apropiado para crear más socialismo a la luz de este nuevo siglo.
Cuba resistió los efectos demoledores del colapso del “socialismo irreal” y de la desintegración de la URSS, hasta que su revolución empalmó con este nuevo auge revolucionario y con un periodo en el que se plantea con mucha razón la necedad de un socialismo diferente, nuevo del siglo XXI. Y esa confluencia en el tiempo –y a tiempo- le imprime una mayor subjetividad al proceso y eleva la mística continental a favor de los nuevos cambios.
Estamos, pues, ante la posibilidad de nuevos tránsitos al socialismo y ante el anuncio de otros procesos inspirados en ese ideal debidamente renovado.
Esos procesos pueden avanzar más o menos aceleradamente en sus respectivos escenarios nacionales.
Pero es claro ya –y esto es muy positivo- que no se está pensado simplemente en el tránsito al socialismo en un solo país, y que por demás entre los países en trance de revolución esta incluida Venezuela con sus grandes potencialidades de desarrollo como nación.
Y es todavía más alentador, que las fronteras bolivarianas y el despliegue de las nuevas transformaciones apuntan en dirección de la liberación de la Patria Grande, dado que de más en más se está pensando en términos continentales, en nuevas independencias, nuevas democracias y nuevos socialismos a escala latinoamericana-caribeña.
Alentador y trascendente porque un soberanía pequeña o mediana, una revolución liberadora, que se sume y articule a otras, darían progresivamente como resultado una soberanía mayor y un tránsito revolucionario con mayores alcances y posibilidades de éxito, con mas potencia emancipadora.
No olvidemos que el capitalismo es un sistema mundial, además de un orden de dominación integral (económica, social, política, militar, ideológica-cultural).
No olvidemos el poder del capital altamente concentrado sobre las fuerzas productivas, el sistema financiero, el mercado mundial, el comercio mundial, las fuerzas armadas regulares, los medios masivos de comunicación, el modo de vida, la naturaleza…a escala planetaria
Ese poder mundial incluye el poder continental, la estrategia de dominación continental de los EEUU y de otras potencias capitalistas, las fuerzas gubernamentales e instituciones subordinadas y funcionales a ellas, los poderes oligárquicos tutelados por el imperialismo, los sistemas políticos y las estructuras dependientes.
Por eso, el despliegue del tránsito al socialismo y el socialismo en su plenitud, son impensables sin una dimensión internacional, sin avances sostenidos sobre esa dominación mundial. Y esto, en nuestro caso, comienza por lo continental.
Mientras los cambios en marcha trasciendan en mayor grado las fronteras de un país o de un grupo limitado de países, más posibilidades tendrán el tránsito al socialismo y el socialismo como tal, y más profundos y creadores pueden resultar esos procesos emancipadores.
Los límites nacionales le facilitan al imperialismo contenerlos, afectarlos, bloquearlos, estancarlos…
Por ejemplo, Cuba aislada como estaba, solo tenía posibilidades de sobrevivir con escasos avances y significativos retrocesos. Ahora, con lo que pasa en Suramérica y en Nicaragua, tiene mayores posibilidades de crecer, crear y desarrollar más socialismo…
Igual es para Nicaragua, comparándola con la Nicaragua post-derrumbe de la URSS, esto sin obviar la necesidad de no incurrir en los errores del pasado y en la cultura de la maniobra convertida en forma de conciliación con el capitalismo.
De ahí lo lamentable del curso de la política gubernamental de Lula y el PT brasileño y de su conversión en una especie de administrador (más eficaz por tratarse de una fuerza y un liderazgo de origen popular), del modelo neoliberal, limitándose en lo interno a limar sus aristas más hirientes, distribuyendo mejor algunos excedentes, pero garantizándole al gran capital transnacional y a la gran burguesía paulista (de Sao Paulo) las mayores ganancias de los últimos tiempos.
Lamentable, porque un viraje de Brasil hacia un modelo de democracia participativa, hacia un curso post-neoliberal de orientación socialista (y el PT tenía una buena social para hacerlo), tendría un impacto todavía mayor que lo acontecido en Venezuela. Porque solo el viraje de Brasil equivale aceleraría extraordinariamente el viraje continental. Y el viraje de Brasil junto a Venezuela desataría una marea incontenible.
Lula tuvo la posibilidad de convertirse en un gran líder del nuevo socialismo continental y mundial. El ejemplo de Chávez lo confirma con creces Y esto hubiera acelerado todas las transiciones en marcha y potenciales.
Solo los positivos efectos de su limitada resistencia al ALCA indican lo que significaría romper las ataduras respecto al capitalismo actual y a la democracia liberal.
Uruguay no pesa tanto ni materialmente ni geográficamente, pero no sería nada despreciable que hubiera desistido del trillo que la está conduciendo a imitar con creces los pasos de Lula y del PT. El impacto en el Cono Sur de un Uruguay leal a los postulados iniciales del Frente Amplio y sintonizado con la Venezuela de Chávez hubiera sido formidable.
El tránsito al socialismo –como hemos subrayado en otros trabajos- implica transformaciones de largo aliento, que solo restándole progresiva e ininterrumpidamente fuerzas productivas, espacios territoriales, mercados, instituciones, empresas, poder político, reservas naturales y científicas, y poderío militar al capitalismo y al imperialismo actual, podría completar, garantizando y llevar a feliz término hasta lograr la extinción de los Estados como medios de coerción.
Y esa no es meta alcanzable desde un país o grupo de países, sino desde un proceso continental y mundial, repleto de latinoamericanismo, antillanismo e internacionalismo revolucionario. Nada uniforme. Suma de diversidades, variedades y múltiples actores de las transformaciones.
Continental como suma articulada y cooperante de las multirraciales naciones caribeñas-latinoamericanas.
Mundial como producto de la victoria planetaria del trabajo sobre el capital racista, xenófobo, machista, adulto-céntrico y ecocida; como sistema integrado de transiciones socialistas variadas hacia la socialización plena.
Y es esa dimensión internacional del tránsito revolucionario al socialismo, lo único que posibilitaría el proceso de extinción de los aparatos estatales, la autogestión en todas las vertientes, la asociación libre de seres humanos libres, y la plenitud del socialismo camino al comunismo, como máxima expresión del no poder y la no dominación de uno seres humanos sobre otros.
La existencia de otros Estados bajo control capitalista, de corporaciones transnacionales, de ejércitos transnacionales, de guerras de conquista, de monopolios, oligopolios y mercados bajo su dominio, impide el despliegue del socialismo en toda su extensión y profundidad, y afecta la velocidad y profundidad de los procesos de tránsito hacia él.
De ahí el valor del nuevo internacionalismo como contrapartida de la globalización capitalista, la importancia de la unidad de las fuerzas del cambio en el contexto de una estrategia de ruptura y creación de todos los actores comprometidos con los valores de la nueva democracia y del nuevo socialismo.
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