El aviso, firmado por doce militantes de la izquierda, no podría haber sido más contracultural dentro de la sociedad judía israelí que lo leyó ese día, embriagada de gloria como estaba por los resultados de la guerra, que vieron a Israel superar de forma clara a los ejércitos árabes vecinos y tomar control de la Península del Sinaí y de la Franja de Gaza al sur (hasta ese momento bajo control egipcio), Cisjordania al este (de manos de los jordanos) y los Altos del Golán al norte (de los sirios). Esta expansión territorial incluyó de forma significativa la parte oriental de la ciudad de Jerusalén, que los jordanos habían conquistado en la Guerra de 1948, y que por lo tanto marcó el retorno judío al Muro Occidental del Templo (el llamado Muro de los Lamentos) y otros lugares de importancia histórica y religiosa judía.
Sin embargo, la publicación resume sucintamente el ethos de la izquierda israelí desde aquel momento: la idea de que la retirada de los territorios conquistados en la contienda militar (tal como reza la resolución 242 del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) de noviembre de ese año y posteriores decisiones del organismo) es necesaria para la seguridad física e integridad moral del Estado de Israel, llamando por lo tanto a poner fin a la violenta ocupación que nació de la guerra y que continúa hasta el día de hoy. De esta forma, gran parte de la izquierda sostiene la necesidad de crear un Estado palestino como principio político, mientras luchan para denunciar los abusos de derechos humanos y violencia que conlleva el mantenimiento del status quo. La pregunta sobre qué hacer con estos territorios y si deben ser cedidos para crear un Estado palestino marca el principal clivaje político de la sociedad israelí y la diferencia principal del eje izquierda-derecha, tomando una mayor centralidad que las preguntas en torno a la distribución de la riqueza o la separación entre iglesia y Estado que suelen marcar esta distinción a nivel global.
Siguiendo esta definición inicial, la izquierda israelí construyó a lo largo de los años un amplio panorama de organizaciones sociales y partidos políticos, con claras diferencias en cuanto a cómo resolver el conflicto (algunas, por ejemplo, proponen la creación de un Estado palestino que conviva pacíficamente con el Estado judío, mientras que otras, históricamente más pequeñas, apoyan un único Estado binacional para judíos y árabes) pero marcadas con una identidad común que se autodenomina como el “campo de paz”. Este campo político incluye partidos políticos como Meretz (que se define como sionista y de izquierda) y la Lista Unida (frente no sionista de base electoral mayoritariamente árabe-israelí), organizaciones culturales y educativas, organismos de defensa jurídica y demás.
Las organizaciones de derechos humanos en Israel, que registran y denuncian violaciones por parte del Estado, también se ubican en el campo de paz al denunciar los males de la ocupación: dentro de este grupo se ubica el Comité Israelí Contra la Demolición de Casas (ICAHD), la Asociación de Derechos Civiles en Israel (ACRI) y el Centro de Información sobre los Territorios Ocupados (B’Tselem), entre otros. Incluso hay organizaciones de ex combatientes, como Shovrim Shtiká (en hebreo, “Rompiendo el Silencio”), que recauda testimonios de ex soldados israelíes que realizaron su servicio militar obligatorio en los territorios ocupados y graban su experiencia como protagonistas en violaciones a los derechos humanos como denuncia de la terrible realidad de la ocupación en territorios a los que la mayoría de los israelíes no van.
La izquierda tuvo sus éxitos, como presionar a fines de la década del ’70 al primer ministro Menajem Beguin a hacer la paz con Egipto a cambio de renunciar al Sinaí. En los años ‘90, la izquierda en el poder hizo la paz con Jordania y sintió muy cerca la paz tan esperada con los palestinos. Sin embargo, a pesar de la gran diversidad de sus organizaciones, la izquierda es hoy una minoría en Israel, habiendo disminuido en las últimas décadas dramáticamente su presencia en la Kneset, el parlamento israelí. Según una encuesta de 2016 del periódico Iediot Ajronot, el 67% de la sociedad israelí cree que no es posible hoy un acuerdo de paz con los palestinos. Según la organización Pnima, el 22,5% del público israelí cree que “la izquierda constituye un peligro para el país”.
Cincuenta años después de la guerra, la sociedad israelí está decididamente corrida a la derecha y se fortalecieron voces extremas en una época consideradas marginales, como la del diputado Oren Hazan del partido Likud, que el pasado 22 de julio expresó en un video difundido por internet ante el asesinato de una familia en un asentamiento judío en Cisjordania: “Si fuera por mí, iría a la casa del terrorista y lo asesinaría junto a su familia… Ellos entienden sólo la violencia… La Tierra de Israel es para el pueblo de Israel (judíos) y no para Ismael (árabes)”.
¿Cómo se generó tanto escepticismo por parte de los israelíes ante una solución diplomática y, por lo tanto, la reducción y el aislamiento de la izquierda israelí? En su libro El movimiento pacifista israelí: un sueño hecho añicos, la politóloga Tamar Hermann ofrece una explicación: la génesis de este proceso se habría producido -según ella, paradójicamente- en el momento de oro de la izquierda israelí, el gobierno de Itzjak Rabin entre 1992 y 1995. Rabin fue el primer mandatario israelí en reconocer a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) como interlocutor (antes eran vistos sólo como una organización terrorista) y firmó acuerdos iniciales (los Acuerdos de Oslo) que apuntaban a realizar concesiones territoriales con el fin de establecer un Estado palestino.
Ese último gobierno de Rabin (terminado el 4 de noviembre de 1995 cuando un judío ortodoxo de derecha lo asesinó por su oposición al proceso de paz), significó para la izquierda la llegada al gobierno de muchas de las demandas que durante décadas habían sido formuladas por fuera del poder. Aunque la idea dividió a la sociedad israelí en dos mitades, luego del asesinato de Rabin asumió la derecha y el proceso de paz de Oslo quedó congelado. La izquierda fue acusada de haber sido responsable, gracias a su inocencia sobre las aspiraciones del otro lado o su maldad o indiferencia ante la seguridad propia, del estallido de violencia conocido como la Segunda Intifada en el año 2000, por haber hecho concesiones que habrían fortalecido la posición palestina.
Debilitada ante un creciente escepticismo fogoneado por los actos de terrorismo, un primer ministro de centroizquierda, Ehud Barak (del Partido Laborista) famosamente declaró en 2000 que “no existe partner para la paz”, quizás clavando el último clavo en el ataúd de la izquierda en el poder. Desde entonces y hasta hoy, buena parte de la sociedad israelí ve en la izquierda personas inocentes y de buena voluntad, pero incapaces de entender la política real, desconectados de la complicada situación de seguridad de Israel que requiere de medidas militares drásticas y no siempre simpáticas, o ajenos a la naturaleza de la violencia árabe (yafei nefesh se los llama en hebreo, que vendría a ser “bellos de alma”). En algunos casos, otros políticos y organizaciones los han llamado shtulim (“topos” o “infiltrados”), sosteniendo que su agenda no es resguardar los intereses de Israel sino otros, extranjeros. Según esta última visión, no serían inocentes sino ajenos o directamente hostiles al bienestar de su país: ohavei aravim (“amantes de árabes”) es otro “insulto” que se esgrime en las redes sociales virtuales, frente a las manifestaciones e incluso por parte de algunos políticos de derecha empoderados por el clima actual.
Esta perspectiva -un tanto reminiscente del macartismo- no queda sólo en el mero discurso político, sino que avanza también en el plano legislativo. Cuando en octubre de 2016, Hagai El-Ad, presidente de la organización B’Tselem, se expresó ante una sesión del Consejo de Seguridad llamando a la comunidad internacional a presionar a Israel para que ponga fin a la ocupación, el embajador israelí ante la ONU lo acusó de «sumarse a los esfuerzos palestinos de terror diplomático contra Israel«. El líder de la coalición gubernamental en el Parlamento afirmó que El-Ad debería ver revocada su ciudadanía, mientras que en segunda instancia propuso una ley que penalizaría a los israelíes que critiquen a su país ante un organismo internacional con el potencial de imponer sanciones contra Israel. Un spot de la organización de derecha Im Tirtzú mostraba un palestino apuñalando a una víctima que no se ve en cámara al ocupar el lugar del televidente, mientras señalaba una voz en off: “Antes de que te apuñale el próximo terrorista, ya sabe que Hagai El-Ad, un infiltrado de la Unión Europea, llamará a Israel criminal de guerra” (la propaganda también menciona a otros dirigentes de izquierda).
Aunque algunas de estas medidas fueron canceladas cuando Estados Unidos criticó las violaciones a la libertad de expresión, existe en Israel una “Ley de Transparencia” que obliga a estas organizaciones a expresar de forma prominente en todas sus comunicaciones si la mayoría de sus fondos provienen del exterior. Aunque esta medida fue introducida como un acto para promover la transparencia, es bastante llamativo que afecta de forma desproporcionada a las organizaciones de izquierda, que reciben buena parte de sus fondos de la Unión Europea (UE), países de Europa de forma independiente y EE.UU. Hay otros avances legales contra los reductos tradicionales de la izquierda y centroizquierda: el mundo académico, el artístico y algunos medios de comunicación.
¿Cuáles son los principales desafíos que debe enfrentar la izquierda israelí si quiere volver a ser relevante? En la humilde opinión del autor, son estos:
• Cómo hacer que los israelíes vuelvan a creer en la paz y en la existencia de «un socio del otro lado». Cada vez que se producen actos de violencia, la derecha se fortalece y la izquierda se debilita. La derecha vende al público israelí seguridad, un argumento que apela a elementos más viscerales que la paz que ofrece la izquierda y que tantos israelíes ven como mero optimismo infundado.
• Cómo escapar a la trampa del dinero extranjero. Mientras que muchas de estas ONG necesitan dinero de organismos internacionales e incluso de gobiernos extranjeros (particularmente, Alemania y países nórdicos) para financiar a su personal y mantener su visibilidad, esto fortalece la acusación de que representan intereses extranjeros.
• Cómo superar la fragmentación. Existen muchas divisiones dentro de la izquierda al no existir una postura unificada frente al sionismo, derecho al retorno palestino, Movimiento Internacional de Boicot a Israel (BDS), futuro destino político de Jerusalén, etc. Como resultado, no existe una movilización unificada.
• Cómo salir de la burbuja. La izquierda continúa siendo vista como un movimiento eminentemente laico, ashkenazí (de judíos de origen europeo), adinerado y centrado en Tel Aviv o los kibutzim. La sociedad israelí es mucho más diversa e incluye sectores culturales que fueron conquistados por la derecha, como los judíos mizrajim (originarios de países árabes e islámicos).
• Cómo encontrar el mensaje correcto. La ocupación de los territorios palestinos puede ser enmarcada como un problema ético, político (el creciente aislamiento de Israel en el mundo), económico (los costos necesarios para sostener la ocupación y sus impactos negativos sobre las poblaciones y regiones más vulnerables de Israel) y hasta demográfico (el problema de mantener un Estado judío que, en pocos años y si se sostienen las actuales tendencias de crecimiento, controlará un territorio habitado por una mayoría árabe, parte de la cual no tiene ciudadanía ni derecho de voto). Identificar el mensaje que más resuene puede servir para una izquierda que en las últimas décadas parece ser más bien reactiva y sin la capacidad de marcar agenda en el debate público.
A pesar de estos desafíos, la marcha convocada en mayo pasado por la organización Shalom Ajshav (“Paz Ahora”), uno de los referentes más antiguos de la izquierda, que congregó a 15.000 personas en Tel Aviv bajo el lema de “Dos Estados para Dos Pueblos”, evidencia que este sector continúa vivo y que puede convocar si se dan las circunstancias correctas. Las posibilidades de que se avance hacia una solución política al conflicto árabe-israelí o, por el contrario, comience una masacre más, dependerá en buena medida en la evolución de este movimiento y de las ideas que lo sustentan.
Kevin Ary Levin - Sociólogo, docente y analista de Oriente Medio. Espartaquista