Etiopía es el segundo país más extenso del África subsahariana. Su potencial económico es enorme, pero su pueblo está aún entre los más pobres del mundo.
El coronel Mengistu Haile Mariam se convirtió en su líder en los años 70, en una época de gran fermento revolucionario, después de que la monarquía feudal del emperador Haile Selassie fue debilitada por rebeliones campesinas, manifestaciones estudiantiles y huelgas de la pequeña clase obrera, tras una terrible hambruna.
Etiopía, a diferencia del resto de África, nunca había sido sometida a las peores brutalidades del dominio colonial, pues derrotó una fuerza expedicionaria italiana en 1895 en la batalla de Adawa. Pero fue invadida por el ejército de Mussolini en los años 30. Selassie sobrevivió a la ocupación en el exilio en Gran Bretaña, y regresó al trono tras la derrota de Italia en la Segunda Guerra Mundial.
Desde entonces, el emperador colaboró con el imperialismo norteamericano y británico. Durante muchos años, su principal puesto de observación para el Medio Oriente fue la base aérea de Kagnew en Eritrea, que entonces hacía parte de Etiopía. Sin embargo, Selassie mantuvo una reputación mundial como líder de un Estado africano orgulloso e independiente.
Una encarnizada lucha de clases
Fue la lucha de clases al interior de esta sociedad feudal la que eventualmente produjo el gobierno militar revolucionario dirigido por Mengistu. La clase obrera era muy pequeña para tomar el poder directamente. Los campesinos alzados estaban muy dispersos, aunque habían luchado igual que en las guerras campesinas europeas cientos de años antes, contra los terratenientes o sus capataces, ocupando las tierras y tratando de sobrevivir con cultivos de pancoger.
Con el país en revuelta, se inició una lucha entre los militares etíopes. que habían sido llamados a reprimir a las masas. Los oficiales jóvenes rompieron con sus oficiales que apoyaban el antiguo sistema feudal, llegando a fusilar a algunos de ellos. Establecieron un Consejo Administrativo Militar Provisional de 125 miembros para dirigir el país.
En sucesivas luchas, el liderazgo de este consejo se fue moviendo a la izquierda. Mengistu, un coronel que no venía de la élite sino de un pueblo de antiguos siervos, emergió como el líder con orientación socialista. El Consejo derrocó al emperador Haile Selassie y a su Consejo Real.
La transformación social en Etiopía combinó elementos tanto de una revolución burguesa como de una socialista. Su primer gran acto fue nacionalizar todas las tierras y las viviendas excedentes en 1975, rompiendo el espinazo de la clase terrateniente. A esta medida siguió la nacionalización de los bancos, las compañías de seguros y las pocas industrias existentes.
Todo esto fue recibido con un enorme apoyo popular, excepto, claro está, por los antiguos dirigentes y sus agentes. Algunos de éstos formaron un ejército contrarrevolucionario, llamado curiosamente la "Unión Democrática Etíope", que montó ataques desde el vecino Sudán.
El Consejo Provisional organizó en respuesta un gran ejército campesino. En el campo, se conformaron asociaciones campesinas con apoyo del gobierno. Éstas recibían a los visitantes con letreros que decían: "Nunca dejaremos que los terratenientes regresen".
En Addis Abeba, la capital, milicianos descalzos vigilaban los edificios públicos armados con rifles Kalashnikov. Las mujeres también estaban armadas en los kebeles urbanos, o asociaciones de cuadras.
Los kebeles organizaron mercados cooperativos que vendían bienes básicos a precios bajos, evadiendo a los comerciantes especuladores.
El crecimiento de las organizaciones populares fue de la mano con una campaña de alfabetización masiva. En ocho años, el alfabetismo creció de un 10 a un 63 % en el país.
Como crecía la hostilidad hacia la revolución etíope en Occidente, la Unión Soviética y los países de Europa oriental brindaron su ayuda. La República Democrática Alemana, en particular, ayudó con entrenamiento técnico y artículos como ropa y juguetes para los niños que por primera vez en la historia del país africano asistían a jardines infantiles.
La CIA trata de dividir a Etiopía
Los Estados Unidos no se mostraban abiertamente como organizadores del derrocamiento del gobierno revolucionario, pero los medios de comunicación estaban llenos de injurias contra la orientación de Etiopía hacia los países socialistas. Y tras escena, la CIA trataba de dividir el país ayudando directamente o a través de sus aliados, a movimientos separatistas e invasiones abiertas. Con 90 grupos étnicos diferentes que habían sido sometidos a un Estado central a través de las conquistas de un imperio feudal, Etiopía era vulnerable.
Una de esas invasiones vino de Somalia en 1977. Fue descrita por los medios de comunicación imperialistas como un movimiento de liberación del pueblo somalí en las planicies Ogaden del oriente de Etiopía. De hecho, tropas con tanques de guerra y armas pesadas penetraron lejos en las tierras altas etíopes antes de ser rechazadas.
El editor de Newsweek, Arnaud de Borchgrave, reveló en su revista el 26 de septiembre de 1977, que el presidente somalí había recibido un mensaje secreto del presidente de Estados Unidos Jimmy Carter animándolo a ocupar territorio etíope. Rápidamente, los E.U. acordaron una ayuda de US$ 500 millones de Arabia Saudita, equivalentes en ese momento a dos años del Producto Interno Bruto de Somalia.
Aunque Etiopía ganó la guerra, lo hizo a un costo bastante alto para un país pobre que trataba de reorganizar la sociedad.
La guerra con Eritrea
El problemas más espinoso para Etiopía fue el movimiento separatista de Eritrea. Esta provincia sobre el mar Rojo tenía los únicos puertos de Etiopía. Su lucha por la independencia había comenzado bajo Haile Selassie, y sus líderes habían sido originalmente antiimperialistas. Pero cuando ocurrió la revolución en Etiopía, empezó un desplazamiento sutil. Los eritreos empezaron a recibir mayor apoyo de los regímenes árabes en la región.
Los líderes eritreos caracterizaron al Consejo Provisional como fascista y colaboraron con todos sus opositores, incluyendo incluso al ejército de los terratenientes conocido como Unión Democrática Etíope. La guerra entre Etiopía y el movimiento de Eritrea fue encarnizada.
Mengistu había dicho a la Organización de Unidad Africana en 1977 que "hemos cortado el cordón umbilical con el imperialismo". Pero en un acuerdo firmado en Londres, el cordón umbilical fue restaurado en 1991, cuando el Consejo Provisional fue derrocado y Mengistu renunció. La URSS se había desintegrado y las perspectivas de construir cualquier forma de socialismo en Etiopía, con asistencia del campo socialista, se habían ido a pique.
El feudalismo no puede regresar
En 1993, el nuevo régimen aceptó un programa de provatización trazado por la banca imperialista internacional. Sin embargo, la obra de la revolución no fue en vano. Produjo resultados duraderos que no pueden ser echados atrás.
El aspecto antifeudal de la revolución logró su objetivo. Hoy, Etiopía se describe a sí misma como un lugar donde "la tierra es de propiedad pública". Los campesinos cultivan sus alimentos tomando en arriendo las tierras del gobierno. Los inversionistas extranjeros también pueden arrendar tierras para la agricultura moderna. Pero los días en que los campesinos debían entregar el 75 % de sus cosechas, y muchas veces sus propios cuerpos, a los terratenientes han pasado a la historia.
En esencia, casa sociedad de clases es una dictadura de una clase sobre otra, aunque su forma política sea una democracia o un Estado totalitario. La gran población carcelaria y las enormes fuerzas represivas de los E.U., autoproclamado como el más democrático de los países imperialistas, son evidencia de la lucha de clases que subyace y la fuerza bruta necesaria para contenerla.
Sin embargo, los imperialistas, que nadan en la opulencia, encuentran preferible en este punto de la historia comprar parlamentos y presidentes en sus propios países en vez de nutrir regímenes militares, aunque hayan diseñado las formas de gobierno más autocráticas y abiertamente brutales en los países oprimidos cuando las masas han retado al Establecimiento.
Los imperialistas odian a Mengistu no porque hubiera sido un dictador, sino porque la dictadura en Etiopía fue ejercida por las clases oprimidas sobre los feudales aburguesados y sus aliados imperialistas. Y por esta razón, Mengistu ha ganado su lugar en la historia de la revolución africana.
El coronel Mengistu Haile Mariam se convirtió en su líder en los años 70, en una época de gran fermento revolucionario, después de que la monarquía feudal del emperador Haile Selassie fue debilitada por rebeliones campesinas, manifestaciones estudiantiles y huelgas de la pequeña clase obrera, tras una terrible hambruna.
Etiopía, a diferencia del resto de África, nunca había sido sometida a las peores brutalidades del dominio colonial, pues derrotó una fuerza expedicionaria italiana en 1895 en la batalla de Adawa. Pero fue invadida por el ejército de Mussolini en los años 30. Selassie sobrevivió a la ocupación en el exilio en Gran Bretaña, y regresó al trono tras la derrota de Italia en la Segunda Guerra Mundial.
Desde entonces, el emperador colaboró con el imperialismo norteamericano y británico. Durante muchos años, su principal puesto de observación para el Medio Oriente fue la base aérea de Kagnew en Eritrea, que entonces hacía parte de Etiopía. Sin embargo, Selassie mantuvo una reputación mundial como líder de un Estado africano orgulloso e independiente.
Una encarnizada lucha de clases
Fue la lucha de clases al interior de esta sociedad feudal la que eventualmente produjo el gobierno militar revolucionario dirigido por Mengistu. La clase obrera era muy pequeña para tomar el poder directamente. Los campesinos alzados estaban muy dispersos, aunque habían luchado igual que en las guerras campesinas europeas cientos de años antes, contra los terratenientes o sus capataces, ocupando las tierras y tratando de sobrevivir con cultivos de pancoger.
Con el país en revuelta, se inició una lucha entre los militares etíopes. que habían sido llamados a reprimir a las masas. Los oficiales jóvenes rompieron con sus oficiales que apoyaban el antiguo sistema feudal, llegando a fusilar a algunos de ellos. Establecieron un Consejo Administrativo Militar Provisional de 125 miembros para dirigir el país.
En sucesivas luchas, el liderazgo de este consejo se fue moviendo a la izquierda. Mengistu, un coronel que no venía de la élite sino de un pueblo de antiguos siervos, emergió como el líder con orientación socialista. El Consejo derrocó al emperador Haile Selassie y a su Consejo Real.
La transformación social en Etiopía combinó elementos tanto de una revolución burguesa como de una socialista. Su primer gran acto fue nacionalizar todas las tierras y las viviendas excedentes en 1975, rompiendo el espinazo de la clase terrateniente. A esta medida siguió la nacionalización de los bancos, las compañías de seguros y las pocas industrias existentes.
Todo esto fue recibido con un enorme apoyo popular, excepto, claro está, por los antiguos dirigentes y sus agentes. Algunos de éstos formaron un ejército contrarrevolucionario, llamado curiosamente la "Unión Democrática Etíope", que montó ataques desde el vecino Sudán.
El Consejo Provisional organizó en respuesta un gran ejército campesino. En el campo, se conformaron asociaciones campesinas con apoyo del gobierno. Éstas recibían a los visitantes con letreros que decían: "Nunca dejaremos que los terratenientes regresen".
En Addis Abeba, la capital, milicianos descalzos vigilaban los edificios públicos armados con rifles Kalashnikov. Las mujeres también estaban armadas en los kebeles urbanos, o asociaciones de cuadras.
Los kebeles organizaron mercados cooperativos que vendían bienes básicos a precios bajos, evadiendo a los comerciantes especuladores.
El crecimiento de las organizaciones populares fue de la mano con una campaña de alfabetización masiva. En ocho años, el alfabetismo creció de un 10 a un 63 % en el país.
Como crecía la hostilidad hacia la revolución etíope en Occidente, la Unión Soviética y los países de Europa oriental brindaron su ayuda. La República Democrática Alemana, en particular, ayudó con entrenamiento técnico y artículos como ropa y juguetes para los niños que por primera vez en la historia del país africano asistían a jardines infantiles.
La CIA trata de dividir a Etiopía
Los Estados Unidos no se mostraban abiertamente como organizadores del derrocamiento del gobierno revolucionario, pero los medios de comunicación estaban llenos de injurias contra la orientación de Etiopía hacia los países socialistas. Y tras escena, la CIA trataba de dividir el país ayudando directamente o a través de sus aliados, a movimientos separatistas e invasiones abiertas. Con 90 grupos étnicos diferentes que habían sido sometidos a un Estado central a través de las conquistas de un imperio feudal, Etiopía era vulnerable.
Una de esas invasiones vino de Somalia en 1977. Fue descrita por los medios de comunicación imperialistas como un movimiento de liberación del pueblo somalí en las planicies Ogaden del oriente de Etiopía. De hecho, tropas con tanques de guerra y armas pesadas penetraron lejos en las tierras altas etíopes antes de ser rechazadas.
El editor de Newsweek, Arnaud de Borchgrave, reveló en su revista el 26 de septiembre de 1977, que el presidente somalí había recibido un mensaje secreto del presidente de Estados Unidos Jimmy Carter animándolo a ocupar territorio etíope. Rápidamente, los E.U. acordaron una ayuda de US$ 500 millones de Arabia Saudita, equivalentes en ese momento a dos años del Producto Interno Bruto de Somalia.
Aunque Etiopía ganó la guerra, lo hizo a un costo bastante alto para un país pobre que trataba de reorganizar la sociedad.
La guerra con Eritrea
El problemas más espinoso para Etiopía fue el movimiento separatista de Eritrea. Esta provincia sobre el mar Rojo tenía los únicos puertos de Etiopía. Su lucha por la independencia había comenzado bajo Haile Selassie, y sus líderes habían sido originalmente antiimperialistas. Pero cuando ocurrió la revolución en Etiopía, empezó un desplazamiento sutil. Los eritreos empezaron a recibir mayor apoyo de los regímenes árabes en la región.
Los líderes eritreos caracterizaron al Consejo Provisional como fascista y colaboraron con todos sus opositores, incluyendo incluso al ejército de los terratenientes conocido como Unión Democrática Etíope. La guerra entre Etiopía y el movimiento de Eritrea fue encarnizada.
Mengistu había dicho a la Organización de Unidad Africana en 1977 que "hemos cortado el cordón umbilical con el imperialismo". Pero en un acuerdo firmado en Londres, el cordón umbilical fue restaurado en 1991, cuando el Consejo Provisional fue derrocado y Mengistu renunció. La URSS se había desintegrado y las perspectivas de construir cualquier forma de socialismo en Etiopía, con asistencia del campo socialista, se habían ido a pique.
El feudalismo no puede regresar
En 1993, el nuevo régimen aceptó un programa de provatización trazado por la banca imperialista internacional. Sin embargo, la obra de la revolución no fue en vano. Produjo resultados duraderos que no pueden ser echados atrás.
El aspecto antifeudal de la revolución logró su objetivo. Hoy, Etiopía se describe a sí misma como un lugar donde "la tierra es de propiedad pública". Los campesinos cultivan sus alimentos tomando en arriendo las tierras del gobierno. Los inversionistas extranjeros también pueden arrendar tierras para la agricultura moderna. Pero los días en que los campesinos debían entregar el 75 % de sus cosechas, y muchas veces sus propios cuerpos, a los terratenientes han pasado a la historia.
En esencia, casa sociedad de clases es una dictadura de una clase sobre otra, aunque su forma política sea una democracia o un Estado totalitario. La gran población carcelaria y las enormes fuerzas represivas de los E.U., autoproclamado como el más democrático de los países imperialistas, son evidencia de la lucha de clases que subyace y la fuerza bruta necesaria para contenerla.
Sin embargo, los imperialistas, que nadan en la opulencia, encuentran preferible en este punto de la historia comprar parlamentos y presidentes en sus propios países en vez de nutrir regímenes militares, aunque hayan diseñado las formas de gobierno más autocráticas y abiertamente brutales en los países oprimidos cuando las masas han retado al Establecimiento.
Los imperialistas odian a Mengistu no porque hubiera sido un dictador, sino porque la dictadura en Etiopía fue ejercida por las clases oprimidas sobre los feudales aburguesados y sus aliados imperialistas. Y por esta razón, Mengistu ha ganado su lugar en la historia de la revolución africana.