jueves, 6 de noviembre de 2003

Historia de la masonería



La masonería es una de las instituciones fraternas más antiguas y enigmáticas del mundo. 

Su influencia se ha extendido a lo largo y ancho de la historia, dejando significativas huellas en la política, la filosofía. el arte y la cultura. Pero, ¿cuáles son los verdaderos orígenes de la masonería? 

Este artículo explora su génesis, evolución y los contextos sociopolíticos que han moldeado su desarrollo a lo largo de los siglos.

Introducción

La masonería, como la conocemos hoy, es un fenómeno complejo que ha evolucionado desde sus raíces en las antiguas sociedades de constructores hasta convertirse en una institución moderna que aboga por principios de moralidad, ética y filantropía. A través de un análisis de sus orígenes, se pueden identificar las corrientes de pensamiento y las circunstancias que facilitaron su formación y expansión. Esta exploración se realizará a través de un recorrido histórico, filosófico y social que permite comprender cómo la masonería ha llegado a ser lo que es hoy.

Las Raíces Históricas

La Edad Media y la Artesanía. Los Constructores Medievales

La masonería tiene sus raíces en las guildas o gremios de trabajadores de la Edad Media. Los constructores de catedrales y otros edificios importantes se organizaban en grupos para compartir conocimientos, herramientas y técnicas. Estas comunidades de artesanos eran responsables de las obras más grandiosas de la época, como las catedrales góticas de Notre Dame y Chartres en Francia, así como otras estructuras icónicas en toda Europa. La formación de estas guildas no solo se basaba en la necesidad de construir, sino también en la protección de secretos de la profesión, que se consideraban sagrados.

En estos gremios, los miembros eran iniciados en un sistema de aprendizaje que incluía un viaje de varios años en el que aprendían sobre la construcción, la geometría, y la moralidad. A medida que la Edad Media avanzaba, la construcción se volvía menos común, y las guildas comenzaron a aceptar miembros no relacionados con la construcción. Este cambio marcó el inicio de lo que se conoce como la masonería especulativa, donde el enfoque pasó de la construcción física a la construcción del carácter y el desarrollo moral.

Influencias Filosóficas

La Ilustración

La Ilustración, un movimiento intelectual que emergió en Europa en el siglo XVIII, tuvo un profundo impacto en la masonería. Filósofos como Voltaire, Rousseau y Montesquieu abogaban por la razón, la libertad y la igualdad. Estos principios se incorporaron en la ética masónica, creando un espacio para el diálogo y la reflexión crítica. La influencia de la Ilustración condujo a una visión más racional del mundo, donde la ciencia y el pensamiento crítico reemplazaban las antiguas creencias supersticiosas.

Durante este período, la masonería se convirtió en un refugio para pensadores progresistas. Las logias eran lugares donde se discutían ideas sobre derechos humanos, gobierno representativo y educación, valores que se reflejaron en los movimientos revolucionarios de la época. La masonería no solo promovía la ética individual, sino que también defendía la libertad de pensamiento, lo que la colocaba en conflicto con las instituciones establecidas.

El Neoplatonismo y el Hermetismo

Además de la Ilustración, el neoplatonismo y el hermetismo también influyeron en el pensamiento masónico. Estas corrientes filosóficas exploraban el conocimiento esotérico y la búsqueda de la verdad, lo que resonaba con los ideales de la masonería de fomentar el autoconocimiento y la iluminación espiritual. El neoplatonismo, con su énfasis en la trascendencia y la conexión con lo divino, proporcionó un marco para la exploración espiritual dentro de las logias.

El hermetismo, por otro lado, enfatizaba la unidad del universo y la interconexión de todas las cosas. Esta perspectiva ayudó a los masones a desarrollar un sentido de comunidad y fraternidad, donde la búsqueda del conocimiento se consideraba un objetivo común. Así, la masonería se estableció como un espacio donde los conocimientos antiguos podían ser preservados y reinterpretados para el contexto contemporáneo.

La Fundación de las Primeras Logias

La Gran Logia de Londres

La masonería moderna se consolidó en 1717 con la fundación de la Gran Logia de Londres. Este evento reunió a cuatro logias existentes, marcando el inicio de una estructura organizativa más formal. La Gran Logia se convirtió en el modelo para futuras organizaciones masónicas, estableciendo rituales y prácticas que perduran hasta hoy. La creación de la Gran Logia fue un hito significativo, ya que proporcionó una plataforma para la estandarización de rituales y el establecimiento de reglas que regularan la conducta de sus miembros.

La Gran Logia se esforzó por atraer a miembros de diversas profesiones y clases sociales, promoviendo la idea de que la masonería era accesible para todos los hombres de buena voluntad. Esto permitió que la fraternidad se expandiera rápidamente, no solo en Inglaterra, sino en todo el continente europeo. A medida que se establecieron nuevas logias, la influencia de la masonería comenzó a sentirse en la política y la cultura de la época.

La Expansión Internacional

La Masonería en Europa

Tras la fundación de la Gran Logia, la masonería se expandió rápidamente por Europa. En Francia, surgieron nuevas logias que adoptaron principios más liberales y racionalistas. La masonería francesa se caracterizó por su enfoque en la libertad de pensamiento y su rechazo a la autoridad. Este período vio el nacimiento de la masonería de alta filosofía, que incorporó ideas más profundas sobre la moral y la ética.

En Alemania, la masonería tomó un giro distinto, fusionándose con el idealismo filosófico. Filósofos como Johann Gottlieb Fichte y Friedrich Schiller fueron influyentes en el desarrollo de logias que buscaban elevar la moral y la cultura. Las logias alemanas a menudo se centraban en el estudio de la filosofía y la ética, promoviendo la educación y el pensamiento crítico como valores centrales.

La Masonería en América

La llegada de la masonería a América se produjo a través de los colonos europeos. La primera logia en América fue establecida en 1730 en Boston. La masonería se expandió rápidamente entre los colonos, que buscaban un sentido de comunidad y camaradería. A medida que las colonias se desarrollaban, la masonería se convirtió en un vehículo para la promoción de ideales de libertad y democracia, influyendo en eventos como la Revolución Americana.

Los masones desempeñaron un papel crucial en la creación de nuevas instituciones políticas y sociales. Muchos de los Padres Fundadores de Estados Unidos, como George Washington, Benjamin Franklin y Thomas Jefferson, eran masones. La influencia de la masonería se reflejó en la redacción de la Constitución y en la formación de un nuevo gobierno basado en principios democráticos. La masonería se convirtió en un símbolo de la lucha por la independencia y la libertad, fortaleciendo el vínculo entre sus miembros y la causa revolucionaria.

La Masonería y la Política

La Masonería en la Revolución Americana

Los masones jugaron un papel crucial en la Revolución Americana, con figuras clave como George Washington y Benjamin Franklin siendo miembros de la fraternidad. La masonería proporcionó un espacio para el intercambio de ideas sobre la libertad y la independencia, fomentando un sentido de unidad entre los colonos. Las logias masónicas se convirtieron en centros de actividad política y social, donde se discutían estrategias para resistir la opresión británica.

La conexión entre la masonería y la Revolución Americana fue más que simbólica; muchos de los ideales de la revolución, como la igualdad y los derechos individuales, estaban enraizados en los principios masónicos. La influencia de la masonería se extendió a la creación de nuevas instituciones políticas, y muchos líderes revolucionarios utilizaron sus conexiones masónicas para movilizar apoyo y recursos.

La Influencia en Europa

Revolución Francesa

En Europa, la masonería también influyó en movimientos políticos significativos. Durante la Revolución Francesa, muchos masones abogaron por la igualdad y la justicia social. Las logias masónicas proporcionaron un espacio donde se discutieron ideas radicales sobre la libertad y la soberanía del pueblo. La conexión entre la masonería y la revolución fue innegable, y los ideales masónicos se reflejaron en los principios de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano.

Sin embargo, la relación entre la masonería y la política ha sido compleja. La Revolución Francesa, aunque impulsada por ideales masónicos, también llevó a la persecución de muchos masones. Durante el régimen de Robespierre, se llevó a cabo una campaña de represión contra cualquier forma de oposición, incluidos los grupos masónicos. A pesar de esto, la masonería emergió de la revolución como una fuerza influyente en la política europea, buscando promover la libertad y los derechos humanos.

La Masonería en el Siglo XIX

El siglo XIX fue testigo de una expansión masónica sin precedentes, con la creación de nuevas logias y ritos en todo el mundo. La masonería se convirtió en un fenómeno global, con logias establecidas en América, Europa, África y Asia. Durante este tiempo, los masones jugaron un papel activo en movimientos sociales, como la lucha por los derechos de las mujeres y la abolición de la esclavitud.

>En este contexto, la masonería se convirtió en un símbolo de progreso y modernidad. Las logias se dedicaron a actividades filantrópicas, promoviendo la educación, la salud pública y la justicia social. Sin embargo, a pesar de su crecimiento, la masonería también enfrentó desafíos, incluidos ataques de grupos anti-masónicos que buscaban desacreditar la organización.

La Masonería y la Religión

La Relación con la Iglesia

La masonería ha mantenido una relación complicada con las religiones organizadas. A menudo, las instituciones religiosas, especialmente la Iglesia Católica, han visto la masonería como una amenaza. Las condenas papales, como la de Pío IX en 1865, reflejan el conflicto entre los valores masónicos y las doctrinas religiosas. La Iglesia Católica considera que los principios de la masonería, que abogan por la libertad de pensamiento y la investigación, están en conflicto con la fe católica.

Este conflicto ha llevado a la excomunión de muchos masones y a la prohibición de la membresía masónica en la Iglesia. Sin embargo, a pesar de la oposición de la Iglesia, la masonería ha mantenido su independencia y ha continuado promoviendo la tolerancia y el diálogo interreligioso.

El Sincretismo Religioso

La masonería es conocida por su sincretismo, integrando elementos de diversas tradiciones religiosas y filosóficas. Este enfoque inclusivo permite que personas de diferentes creencias se reúnan y trabajen juntas por un bien común. En las logias, se fomenta la idea de que todos los hombres son iguales, independientemente de su religión.

A pesar de las tensiones con algunas religiones, la masonería ha promovido la tolerancia y el respeto mutuo. Las logias masónicas a menudo celebran rituales que incorporan símbolos y prácticas de diversas tradiciones espirituales, creando un espacio donde los miembros pueden explorar su espiritualidad de manera libre y abierta.

La Masonería en el Siglo XX y Más Allá

Adaptación y Modernización

A medida que el mundo cambió en el siglo XX, la masonería se adaptó a las nuevas realidades sociales y culturales. Aunque enfrentó desafíos, como la disminución de miembros y la creciente secularización, muchas logias buscaron modernizarse, enfatizando su papel en la filantropía y la comunidad. Las logias comenzaron a involucrarse en causas sociales y a apoyar iniciativas de desarrollo comunitario, lo que les permitió mantenerse relevantes en un mundo en constante cambio.

Además, la masonería también comenzó a abrirse a la inclusión de mujeres, aunque esto ha variado según la región y la tradición. La creación de logias femeninas y mixtas ha permitido que la masonería evolucione y se adapte a los valores contemporáneos de igualdad y diversidad.

La Masonería en la Era Digital

En la actualidad, la masonería también ha comenzado a utilizar herramientas digitales para conectarse y atraer a nuevos miembros. Las redes sociales y los sitios web han facilitado el intercambio de ideas y la promoción de actividades, revitalizando el interés en la fraternidad. La masonería ha adoptado plataformas digitales para compartir conocimientos, realizar ceremonias en línea y fomentar la participación de los jóvenes.

Sin embargo, este uso de la tecnología también plantea desafíos. La masonería, que históricamente ha valorado la discreción y la privacidad, debe encontrar un equilibrio entre la apertura y la confidencialidad. Las logias deben adaptarse a un entorno en el que la información se comparte instantáneamente, mientras protegen los principios que han guiado la fraternidad a lo largo de los siglos.

Conclusiones

La masonería tiene una historia rica y compleja que refleja los cambios sociales, políticos y filosóficos a lo largo de los siglos. Desde sus humildes orígenes en los gremios de constructores hasta su papel en la política y la religión, la masonería ha dejado una marca indeleble en la historia humana. A medida que avanza el siglo XXI, la masonería continúa adaptándose y evolucionando, reafirmando su compromiso con los principios de libertad, igualdad y fraternidad.

La masonería se presenta no solo como una organización fraternal, sino como un espacio de reflexión, aprendizaje y crecimiento personal. Su legado perdura en las enseñanzas que promueve y en la comunidad que ha construido a lo largo de los años. Mientras enfrenta desafíos en un mundo en constante cambio, la masonería se esfuerza por seguir siendo relevante, aportando valores fundamentales a la sociedad contemporánea.

 

(*) vivehistoria.com/historia-de-la-masoneria/



sábado, 19 de abril de 2003

La radicalización de los Socialistas en la década de 1960



Los análisis de la política chilena de la segunda mitad del siglo XX coinciden en señalar que la radicalización política del Partido Socialista de Chile (PSCh) desde mediados de la década de 1960, fue el producto del fuerte impacto que tuvo sobre su estructura e ideología el "fenómeno cubano", es decir el triunfo de la revolución en Cuba en 1959. El PSCh, siempre permeable a las experiencias revolucionarias y reformistas en el mundo de los "no alineados", habría recogido y adherido a las tesis insurreccionales cubanas para América Latina y con ello habría variado, fundamentalmente, su línea política, y de paso habría introducido un elemento de inestabilidad al conjunto del sistema político chileno. Este artículo cuestiona esa visión y propone que la radicalización de los socialistas de Chile es un fenómeno que antecede en su origen a la revolución cubana y que sus raíces más profundas se encuentran en la crisis partidaria de la década de 1940, resultado ella del fracaso de las coaliciones con partidos de centro.


La sabiduría convencional ha determinado que la radicalización política e ideológica del Partido Socialista de Chile (PS) desde mediados de la década de 1960, fue esencialmente el resultado de la influencia de la revolución cubana sobre la organización. En este estudio se plantea que, muy por el contrario, el proceso de radicalización antecedió en su origen al desenlace de la revolución en Cuba y que, en lo fundamental, está vinculado a la crisis del socialismo chileno en la segunda mitad de la década de 1940, producto ella de la participación en coaliciones de gobierno que tuvieron como eje el centro político, el Partido Radical. También contribuyó a ello el deterioro del apoyo popular y, tal vez decisivamente, la participación de un segmento de los divididos socialistas, en la coalición que eligió Presidente de la República a Carlos Ibáñez del Campo en 1952, y a su frustrante participación en los primeros 18 meses de su gobierno.


Un factor adicional que determinó el giro a la izquierda de los socialistas, fue la aguda crisis de mediados de la década de 1950, con su correlato de deterioro social y económico, y con el amplio consenso en torno a la necesidad de reformas estructurales para su superación, lo que para el PS crecientemente sólo era posible concretar a través de un proceso revolucionario.


Es más, es posible plantear que los antecedentes ideológicos remotos de la radicalización se encuentran en los contenidos del Programa de 1947, redactado por Eugenio González Rojas, en el momento más agudo de la primera gran crisis partidaria2.


Este trabajo se sustenta sobre la bibliografía básica acerca del socialismo chileno3, y sobre documentos partidarios impresos, en particular con las resoluciones de los congresos realizados entre 1957 y 1967, y con entrevistas a algunos militantes que tuvieron responsabilidades de dirección nacional en las décadas de 1960 y 1970.


En el XVI Congreso General Ordinario, realizado en Valparaíso en octubre de 1956, los Socialistas Populares comenzaron a apartarse decisivamente de lo que había sido la "política socialista" de alianzas y también a perfilar más claramente el carácter de la revolución, comenzando a transitar por el camino que les llevaría a adoptar la opción insurreccional a mediados de la década de 1960. Para 1956 consideraban agotada la experiencia de los frentes con los partidos burgueses; ello no constituía una sorpresa, pues ese tipo de alianzas había llevado al Partido no sólo a una profunda crisis a mediados de la década de 1940, sino virtualmente al borde de su extinción4. De otra parte, el desencanto luego de su experiencia populista en la candidatura presidencial y en los primeros meses del segundo gobierno de Carlos Ibáñez, era un argumento adicional para terminar con las alianzas más allá del ámbito de los partidos obreros.


Desde todo punto de vista, había llegado:


"la hora de endurecer la lucha, definiéndola tras objetivos revolucionarios, a tono con las aspiraciones de clase de los trabajadores y en tal sentido, únicamente un frente de partidos obreros y la CUT, Un Frente de Trabajadores, podía conducir adelante, sin claudicaciones, una política de clase, bajo la consigna "Revolución o Miseria" proclamada en el XVI Congreso General del PSP.


Detrás de ese giro era posible identificar la vigencia al interior del Partido de ideas trotskistas acerca de la naturaleza de la revolución socialista en los países atrasados, la que rechazaba cualquier rol que la burguesía nacional pudiese tener en el proceso revolucionario tanto por su debilidad, como por sus estrechos vínculos con la oligarquía terrateniente y el imperialismo.


En la preparación del Congreso XVII, la Comisión Política del Congreso de Unidad planteó que existía "la imposibilidad dentro del actual sistema legal, político e institucional, que favorece a las fuerzas sociales regresivas, de promover un efectivo desarrollo de la democracia y el progreso social ... y denunció los efectos disociadores, corruptores y enervantes de la acomodación de los partidos revolucionarios al juego político e institucional de la democracia burguesa, lo que les ha impedido aprovechar las oportunidades que franquea ese sistema para acelerar el avance hacia los objetivos del socialismo"5.


Las conclusiones del Congreso, por su trascendencia para la política del Partido en los diez años siguientes, hacen necesario reproducirlas de manera extensa. En ellas se encuentran los fundamentos del recorrido que el Socialismo chileno haría hasta el "Congreso de Chillán" en 1967:


"Ante este panorama de la realidad nacional, el socialismo chileno confirma su oposición irreductible al régimen existente en el país en todos los planos y proclama su voluntad de dirigir a todas las fuerzas sociales interesadas en su superación en una común empresa política destinada a edificar un nuevo orden social, capaz de asegurar nuestro desarrollo productivo y de crear las condiciones para una convivencia social justa, democrática y progresiva, encaminada hacia el socialismo


Afirma que su convicción de que el desarrollo social y económico de Chile, la experiencia sindical y política de la clase obrera, su gravitación potencial en el país y el desenvolvimiento paralelo del pensamiento socialista, le confieren a esta clase en la medida en que tome conciencia de su papel revolucionario, un sitio de vanguardia en el campo de los adversarios del régimen, y le convierte en el agente fundamental de su transformación"6.


De las consideraciones anteriores, se desprende que un solo y vasto Frente de Trabajadores, manuales e intelectuales, bajo el comando y la hegemonía de la clase obrera e inspirado en la ideología socialista, podía ser capaz de alterar el "status quo" nacional, proponiéndose abiertamente la toma del poder, como único medio de realizar consecuentemente sus aspiraciones.


Para entonces una parte importante del socialismo chileno estaba convencido de que sólo se podían resolver las contradicciones internas fundamentales de la estructura social, si el poder político era conquistado por la clase trabajadora y sus partidos representativos. En la lucha por el socialismo, la cuestión decisiva era, pues, la conquista del poder político, ya que era imposible lograr una transformación estructural de la sociedad, si las clases privilegiadas mantenían el poder de sus partidos y si este poder no pasa a manos del pueblo y las organizaciones que lo representan7.


Dos años más tarde, con ocasión del XVIII Congreso, realizado en Valparaíso, los Socialistas fueron más explícitos aún en cuanto a su política, y se impusieron dos líneas de acción política que habrían de tener un fuerte impacto acerca del carácter del Partido por un lado, y respecto de su accionar en el sistema político, por otro. Todo ello quedó plasmado en las resoluciones 4ª y 5ª. La primera de ellas planteaba la necesidad de llevar la discusión política al seno de los trabajadores y especialmente de los campesinos, hasta formar conciencia de papel revolucionario que deben jugar en la pugna social. La segunda, rechazaba la práctica de alianza o entendimientos con partidos ajenos al Frente de Acción Popular, a excepción de la acción parlamentaria, a menos que razones de gran trascendencia para la vida del Partido y del movimiento popular así lo exijan y sólo en carácter absolutamente transitorio y con objetivos concretos, en el entendido de que no comprometan la línea política del Partido y sus objetivos de clarificación ante la masa8.


Para los Socialistas la nueva política de alianzas de ningún modo significaba hacer concesiones con el fin de mantener la unidad; al respecto la resolución número 3 planteaba que era necesario:


"Alimentar la discusión fraternal y respetuosa entre los aliados del FRAP en aquellos puntos de su política nacional e internacional en que no haya acuerdo, hasta lograr que el entendimiento llegue y la unidad se fortalezca"9.


Esta postura de los Socialistas habría de tener importantes manifestaciones en ásperas polémicas con la dirección del Partido Comunista de Chile, desde mediados de la década de 1960, con relación a la derrota de Salvador Allende en la elección presidencial de 1964, al cisma chino-soviético, las vías de la revolución, y en 1968 con ocasión de la invasión a Checoslovaquia de las fuerzas del pacto de Varsovia que determinó el fin de la "primavera de Praga"10.


El camino de la radicalización socialista continuó y se acentuó en la medida en que las contradicciones que enfrentaba el país en todos los ámbitos de su poder se agudizaban. Cuenta de ello es el análisis de Raúl Ampuero en el artículo "Reflexiones sobre la revolución y el socialismo"11, en el que en primer lugar proclamaba su adhesión al marxismo, entendido como un método de orientación social, por lo que rechazaba lo que él llamaba la posición "talmudista" del marxismo, por su espíritu dogmático y de mera aplicación de conceptos teóricos abstractos. Es marxista, pero, según sus propias palabras, "la peor manera de responder a nuestra misión revolucionaria es caer en la exégesis simple de los viejos textos sagrados o en la imitación servil de la estrategia extranjera".


Respecto de la estrategia partidaria, Ampuero enfrentó el ineludible desafío de tener que referirse al concepto de "revolución democrática burguesa" que enarbolaba por entonces el PC de manera frontal, y concluyó que América Latina no reclamaba una revolución democrática burguesa, pues las burguesías del continente carecían de independencia para desarrollar los procesos que llevaron a cabo las burguesías de los países avanzados; las burguesías latinoamericanas ya eran por entonces tributarias del imperialismo. Con relación a ello señaló: "Yo diría (...) categóricamente(...) que si por revolución democrática-burguesa entendemos una revolución conducida por la burguesía, para extender los derechos populares, para crear un estado verdaderamente nacional, para hacer trizas los moldes de la economía terrateniente (...) ningún país latinoamericano está en víspera de vivirla".


Lo anterior hacía que "la revolución socialista" estuviese en el primer punto de la agenda, y para ello era necesaria "la existencia de un partido con plena conciencia de sus metas políticas, de su carácter de agente de la transformación y cuya organización y régimen interno le permiten operar como un factor de comando sobre la masa trabajadora en su conjunto". Para Ampuero, ese partido era el Partido Socialista, y advertía que frente a las dimensiones de sus desafíos y ante la posibilidad de las clases dominantes rompieran su propia legalidad:


"Si el Partido desea cumplir cabalmente con su rol histórico, deberá agotar el examen del significado de la violencia en el curso de los acontecimientos chilenos. Cualquiera que sea, y ello dependerá de condiciones históricas y sociológicas concretas, su presencia en nuestras luchas políticas parece ineludible y sería un pecado de leso optimismo el suponerla ajena a las tradiciones de nuestras clases dominantes y una ingenuidad imperdonable incurrir en la idealización de los instrumentos electorales.


En el marco de una fuerte polémica con la dirección del Partido Comunista de Chile, con motivo de la celebración de los 30 años del Partido, Raúl Ampuero intervino en un seminario organizado al efecto con una ponencia que profundizaba las concepciones rupturistas y que permitían avizorar en el horizonte grandes definiciones partidarias. En "Los distintos caminos hacia el socialismo" Ampuero formuló, tal vez, el más elaborado análisis para el ideario, contenido y extensión del pensamiento socialista en la primera mitad de la década de 196012.


Luego de pasar revista a los problemas internacionales del socialismo, entre los cuales formuló un lúcido análisis de los movimientos anticoloniales y de liberación nacional y al creciente conflicto chino-soviético, el Secretario General enunció las que a su juicio eran las grandes cuestiones del socialismo contemporáneo, todas fuertemente críticas del ordenamiento del "campo socialista":


El primero de ellos eran los problemas de la unidad de las fuerzas revolucionarias. Es decir la necesidad de integración del movimiento socialista en un sistema democrático de coordinación política, estratégica e ideológica, sobre la base del respeto a cada uno de los partidos y a cada una de las experiencias y abordar con objetividad científica las denominaciones de "sectarismo" y "revisionismo".


La segunda, se relacionaba con el tema de los métodos de lucha. O sea, análisis de la concepción de la revolución y de la reforma, la combinación de los medios legales e ilegales de lucha, en su valorización nacional y como alternativas posibles para América Latina.


En tercer término, hizo referencia a los problemas ideológicos. Entre ellos la coexistencia pacífica y la lucha de clases, y sus implicaciones conexas de paz y desarme, y la concepción de la guerra de liberación nacional como una guerra justa, porque un clima de convivencia pacífica en el plano universal, un aflojamiento de las tendencias internacionales, no sólo no obligaban a renunciar a la lucha por los cambios sociales en el seno de cada país, sino más bien "ella puede tener un renovado impulso al librar a los partidos y movimientos del peso de la polarización de los bloques y de las amenazas de la guerra internacional". También se refirió a la importancia de analizar cómo en una sociedad socialista por el sólo hecho de establecer un gobierno revolucionario no se resuelven automáticamente todas las contradicciones, y la necesidad de enfocar, entonces, los asuntos del Estado, el capitalismo de Estado y el burocratismo, dentro de una sociedad básicamente socialista.


Otro de los temas discutidos por el líder socialista fue el concepto de dictadura del proletariado. Es decir, plantear la dictadura del proletariado como democracia de trabajadores, pues dentro de las tradiciones socialistas y en el espíritu de Marx y Engels se encuentra la idea de que la dictadura revolucionaria del proletariado debe desembocar en la amplia democracia de los explotados. Por ello "la experiencia stalinista ha demostrado la necesidad de establecer instrumentos institucionales democráticos en el Estado obrero, que neutralicen las tendencias represivas".


Otros tres problemas llamaron la atención de Ampuero; la propiedad nacionalizada; las relaciones de intercambio entre naciones socialistas y problemas del desarrollo económico socialista y, por último, los problemas políticos. Especialmente aquellos que se relacionaban con el estudio de los instrumentos institucionales democráticos del gobierno revolucionario, y en especial, la creación de instituciones que mantuvieran la conexión entre el interés político y social de las masas trabajadoras y los objetivos de su gobierno revolucionario, poniendo atención a la concepción del partido aislado y sólo, como único intermediario entre la voluntad política de las masas y el Estado, o las ideas de un partido como centro y columna vertebral de una más amplia organización de instituciones, movimientos y personas.


Por aquellos días ya soplaban los aires del "efecto cubano" y el Partido, como es sabido, no estuvo ajeno a su influencia, sino que por el contrario, la experimentó intensamente. Pero tampoco el Partido estuvo ajeno a las implicancias del cisma chino-soviético. En su informe al XX Congreso, febrero de 1964, el Secretario General manifestó:


La crisis chino-soviética, principalmente, pero también el embrujo romántico de las acciones guerrilleras en otros escenarios o la demagogia irresponsable de algunos aventureros, constituyen los ingredientes básicos de quienes pretenden fundar una nueva agrupación política, que dispute el campo a socialistas y comunistas. Nada tendríamos que objetar si se conforman con reclutar adeptos limpiamente, rivalizando con nosotros a la luz del día; pero no es así, las expectativas están puestas en la previa destrucción del Partido Socialista13.


El momento decisivo en la trayectoria socialista hacia una concepción insurreccional tuvo lugar en torno a la realización del XXI Congreso en junio de 1965 y está marcada por la tercera derrota electoral de Salvador Allende como candidato presidencial, los reordenamientos en el seno de la izquierda y el desafío DC en cuanto a partido con actividad de masas. Fue en ese Congreso, realizado en Linares, en que el Partido radicalizó sus planteamientos teóricos, y dejó abierto el camino y dadas las condiciones para que dos años más tarde, en Chillán, se adoptara la "vía insurreccional".


Las discusiones de ese Congreso tuvieron como base una tesis política elaborada por una figura partidaria emergente que tuvo una gravitación importante en la vida interna del Partido hasta 1973, Adonis Sepúlveda Acuña, en la que realizó un recuento del devenir partidario desde el Congreso de unidad de 195714. Sin embargo, su eje principal lo constituyó su análisis del estado en que quedó el movimiento popular después de la elección de septiembre de 1964; en él, nuevamente los fantasmas del reformismo y la colaboración de clases comenzaban a rondar al socialismo chileno:


La no conducción de la lucha social hacia un enfrentamiento decisivo de clases y su orientación exclusiva por la vía electoral, presentando ese camino como una etapa de la revolución chilena, dejó a ésta sin otra posibilidad que el triunfo en las urnas. El fracaso la dejó sin salida momentáneamente, provocando un cambio en el estado anímico y en el sentido del movimiento de masas: su reflujo político.


Sin embargo, el proceso de la revolución no se rompió con la derrota. Su desenlace ilegítimo -que no llevó a jugarse a la clase y sólo desgastó sus energías en luchas insustanciales- permitió que sus fuerzas quedaran con sus cuadros vivos y combatientes.


El problema era ahora la definición del objetivo estratégico en pos del cual había que invertir todo "este capital político, puesto nuevamente en marcha hacia la toma del poder como objetivo de fondo, depurado y orientado sin debilidades ni vacilaciones hacia su meta histórica, debe culminar ineludiblemente en el triunfo del socialismo".


El problema creado por la emergencia de la Democracia Cristiana como fuerza política popular de masas, y su política de "Revolución en Libertad", obligaba al socialismo a perfilarse de manera más clara, de tal manera que los llamados desde el centro no tuvieran eco en las filas partidarias; a los socialistas estos no pueden hacernos dudar de la vigencia de nuestros postulados básicos. No hay ni puede haber una sino una revolución: la que lleve al poder a la clase obrera y al pueblo para realizar a través de un solo proceso las tareas incumplidas de la revolución democrático-burguesa y la revolución socialista.


Desde ese punto de vista, las tareas de los socialistas eran claras y representaban trascendentes desafíos, pues:


"nuestra perspectiva sigue siendo la toma del poder, aunque este objetivo no esté a la orden del día en lo inmediato por las condiciones actuales que han cambiado la característica y el ritmo de la lucha. Dentro de esta perspectiva, las tareas presentes de los partidos de vanguardia son por un lado, la reconquista de las masas...y por otro, impulsar la lucha del pueblo desde su nivel actual hacia una salida revolucionaria que culmine con la toma del poder (...)".


En esa perspectiva tampoco era plausible un entendimiento con el centro radical, e igualmente era considerado funesto continuar alimentando agrupaciones minúsculas, seudo izquierdistas a las que calificó como a "verdaderos despojos de la burguesía". Sería fatal forjar nuevas ilusiones en las masas; por lo tanto, junto con agilizar la organización del movimiento popular, incluida la Central Única de Trabajadores, el Partido debía afianzarse de nuevo en las masas con una política de contornos precisos y definidos.


Tal postura significaba reafirmar la vigencia de la línea estratégica establecida en 1957, pero a la vez revisar los contenidos de la alianza con el PC. Al respecto, en cuanto al FRAP, el documento de Adonis Sepúlveda planteó que:


Como expresión de la línea de Frente de Trabajadores, debe constituirse en un efectivo Frente de Clase, que prepare con un sentido revolucionario el nuevo ascenso del movimiento popular. Una política de este orden implica resolver las diferencias que neutralizan la acción de los partidos obreros, para dar paso a una perspectiva estratégica común elaborada en franca y abierta discusión. Porque mientras se mantenga la actual correlación de fuerzas dentro del movimiento popular, la consecución de objetivos revolucionarios de la clase obrera sólo será realidad si la conducción del movimiento no significa dos líneas divergentes, ni menos una orientación supeditando a la otra. La unidad socialista-comunista ha significado, en los hechos, dos puntos de vista que han chocado en momentos trascendentales o se han impuesto subrepticiamente. No obstante estos obstáculos paralizantes, ha sido la unidad de clase, la unidad socialista-comunista, la que ha permitido la formación orgánica del movimiento popular y ha impulsado su desarrollo. Esta premisa sigue siendo válida, pero por los propios resultados de la estrategia seguida como por la experiencia ganada con las actuales formas de entendimiento, necesitamos elevarla a un plano distinto en el cual los objetivos y la estrategia común no impidan la configuración política propia de cada partido. La unidad socialista-comunista sigue siendo valedera y está en la esencia de la línea de Frente de Trabajadores, pero no unidad por la unidad, sino unidad para preparar el camino de la revolución y consumarla15.


Y a continuación planteó la tesis que llevaría a los Socialistas a elaborar la resolución del Congreso de Chillán, dos años más tarde:


"Nuestra estrategia descarta de hecho la vía electoral como método para alcanzar nuestro objetivo de toma del poder. ¿Significa esto abandonar las elecciones y propiciar el abstencionismo por principio? Debemos clarificar este problema sobre el cual, consciente o inconscientemente, se hace tanta oscuridad. Un partido revolucionario, que realmente es tal, le dará un sentido y un carácter revolucionario a todos sus pasos, a todas sus acciones y tareas que emprenda y utilizará para estos fines todos los medios que permitan movilizar a las masas...Afirmamos que es un dilema falso plantear si debemos ir por la "vía electoral" o la "vía insurreccional". El Partido tiene un objetivo, y para alcanzarlo deberá usar los métodos y los medios que la lucha revolucionaria haga necesarios. La insurrección se tendrá que producir cuando la dirección del movimiento popular comprenda que el proceso social, que ella misma ha impulsado, ha llegado a su madurez y se disponga a servir de partera de la revolución. No podemos predecir la forma concreta que adquirirá en el futuro la insurgencia de las masas (...) En la nueva etapa de la Revolución Chilena, el Partido Socialista tiene una nueva posibilidad de poner a prueba su condición de vanguardia revolucionaria de la clase, impulsando todas las iniciativas de las masas, desatando sus energías revolucionarias y convirtiéndose en campeón de sus luchas reivindicativas inmediatas y su liberación definitiva (...)".


Además el Congreso partidario acordó, por una parte, redoblar sus esfuerzos por afianzarse en las masas, y por otra, en el plano interno, experimentó un giro trascendental al adoptar el "leninismo". A partir de entonces, y de acuerdo con el mandato del XXI Congreso, se abocó a:


1º Planificar metas y tareas dirigidas a mejorar el rendimiento interno partidario en todos sus niveles de trabajo.


2º Impulsar una actividad política y doctrinaria destinada a recuperar los perfiles propios del Partido.


3º Sacar al PS de su aislamiento internacional.


Con relación al primer punto, el desafío era mayor y se declaró 1966 el "año de la organización". En el Pleno Nacional de marzo de ese año se acordó celebrar una Conferencia Nacional de Organización, la que se desarrolló en Santiago en agosto, a la cual concurrieron delegaciones representativas de 33 comités regionales, y miembros acreditados de las diferentes brigadas y frentes.


La Conferencia replanteó los principios orgánicos y modificó los Estatutos de acuerdo con lo cual el Partido se transformó en una organización marxista-leninista de cuadros revolucionarios para realizar una política de masas. La estructura orgánica también fue modificada de manera tal que respondiera adecuadamente a los mayores requerimientos de la línea política cada vez más inclinada a la vía insurreccional Nº 79, agosto de 196716.


¿Quiénes fueron los líderes de la transformación?


Básicamente la generación que se hizo cargo del partido en 1947, y en este sentido Raúl Ampuero jugó un rol decisivo. Él, Adonis Sepúlveda, Clodomiro Almeida, Iván Núñez y Julio Cesar Jobet fueron los inspiradores intelectuales y políticos de una experiencia que marcó una de las etapas más fascinantes del Partido Socialista de Chile.


En menos de una década, el Partido había experimentado una transformación teórica y orgánica trascendente, al punto que aún hoy es motivo de polémicas. Ese tránsito, los Socialistas chilenos lo iniciaron a través de sus propios análisis antes del triunfo del Movimiento 26 de Julio en Cuba, pero sin duda que el desarrollo de la revolución en ese país jugo un rol importante, mas no determinante, en la radicalización del Partido Socialista de Chile.


A MODO DE CONCLUSIÓN


La radicalización e izquierdización del Partido Socialista de Chile fue un proceso que se originó en sus propias crisis internas y que se gestó con el recambio generacional en su dirección desde fines de la década de 1940. Ese proceso, en gran medida, estuvo determinado por la frustración que generó al interior de la organización fuerzas centrífugas y pugnas internas que le levaron al borde de la extinción en 1946.


La frustración de los socialistas chilenos luego de ocho años de colaboración en gobiernos encabezados por el Partido Radical tuvo altos costos políticos, que se expresaron no sólo en divisiones y la partida de líderes históricos, como fue el caso de Marmaduke Grove, sino en una vertical caída en el apoyo electoral que había logrado en sus primeros años de existencia, que se prolongó por algo más de una década. También esa crisis llevó al socialismo chileno por caminos divergentes en cuanto a las alianzas políticas que desarrollaron los principales sectores en que se verificó su división. Así, en 1952 mientras el grueso de los socialistas se plegó a la candidatura presidencial populista de Carlos Ibáñez, el sector minoritario, encabezado por Salvador Allende, inició una política de alianzas con el Partido Comunista de Chile, en su primera candidatura presidencial, que se prolongó hasta, por lo menos, 1976.


En alguna medida, ello reflejó las contradicciones socialistas por el próximo cuarto de siglo, pues mientras las resoluciones de sus congresos empujaban cada vez más a la organización a posturas y posiciones radicales que culminaron en las resoluciones del Congreso de Chillán de 1967, el Partido siguió participando con entusiasmo en las contiendas electorales, ya fuesen ellas municipales, parlamentarias o presidenciales.


El doble discurso partidario tuvo un costo importante para el Partido, en la medida en que su retórica revolucionarista generó al interior de la organización fuertes tendencias, que se alejaron cada vez más de la lógica de la política parlamentaria, mientras que, por otra parte, sus diputados y senadores jugaron un rol protagónico mayor. Las repercusiones de esa tensión estratégica tuvieron su máxima expresión luego de la tercera derrota de Salvador Allende en la elección presidencial de 1964. Al interior de la organización ello se expresó en la proliferación de grupos que buscaban convertir al Partido en una organización con capacidad de combate para la conquista del poder. Los grupos que se generaron al interior fueron numerosos, aunque de efectividad variable.


Las contradicciones del Partido en cuanto a la práctica de la política parlamentaria se agudizaron para adquirir su máxima intensidad, y dramatismo, durante el gobierno de la Unidad Popular.


Pero las repercusiones de la radicalización del socialismo, por cierto, no estuvieron limitadas al ámbito partidario. Ellas se expresaron en una importante influencia en el aparecimiento de diversos y numerosos grupúsculos de ultra izquierda que comenzaron a emerger desde 1965, algunos de ellos, como el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, en gran medida originado en el seno del Partido.


1 Este artículo forma parte de los resultados del proyecto de investigación "El conflicto izquierda - derecha: Una reconstrucción histórica de sus estrategias políticas en el período de la Unidad Popular (1970 - 1973)", N° 03-0552VV, patrocinado por el Departamento de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (DICYT) de la Universidad de Santiago de Chile, USACh.


2 González Rojas, E., "Fundamentación teórica del Programa del Partido Socialista", en Jobet, Julio César y Chelén, Alejandro, Pensamiento teórico y político del Partido Socialista de Chile, Santiago, 1972, pp. 67-91.


3 Para la trayectoria y vicisitudes del socialismo chileno en el crucial período 1956 - 1968, son fundamentales Jobet, Julio César, El Partido Socialista de Chile (2 vols., Santiago, 1971), vol., II. Casanueva, Fernando y Fernández, Manuel, El Partido Socialista y la lucha de clases en Chile (Santiago, 1973). Drake, Paul, Socialism and Populism in Chile 1932-1952 (Urbana, Ill, 1978), con traducción al castellano por la Universidad Católica de Valparaíso en 1989. Faúndez, Julio, Marxism and Democracy in Chile from 1932 to the fall of Allende (New Haven, Conn, 1988), con edición en castellano por BAT en 1992. Arrate, J. y Hidalgo, P., Pasión y razón del socialismo chileno (Santiago, 1989).


4 Revista Arauco, Nº 18, julio 1961.


5 En Jobet, J, vol. II, pp. 19-32.


6 Ibid.


7 Conversaciones con Adonis Sepúlveda Acuña, Subsecretario General del Partido Socialista de Chile entre 1965 y 1979.


8 En Jobet, J, vol. II, pp. 51-52. Según Armando Barrientos Miranda, Alcalde de Viña del Mar 1970-1972, Diputado en 1973 y dirigente histórico de esa ciudad, los congresos XVI al XVIII marcaron un progresivo giro a la izquierda.


9 La Nación, 9.VII.1957.


10 Algunas de ellas están incluidas en el libro editado por Jobet y Chelén en 1972.


11 Revista Arauco, Nº 40, mayo de 1963.


12 Revista Arauco, N° 42, junio de 1963.


13 Boletín del Comité Central del Partido Socialista, N° 1, febrero, 1964. Es parte de la colección de documentos en la biblioteca de la Fundación Clodomiro Almeyda.


14 El texto completo en la revista Arauco, N° 79, agosto, 1965.


15 Ibid.


16 Ibid., Nº 79, agosto de 1967.


Luis Ortega Martínez (*)

(*) Doctor of Philosophy (Ph.D), University collage, University of London. Académico del Departamento de Historia de la Universidad de Santiago de Chile.