Documento de Marzo de 1974



¡AL CALOR DE LA LUCHA CONTRA EL FASCISMO, CONSTRUIR LA FUERZA DIRIGENTE DEL PUEBLO PARA ASEGURAR LA VICTORIA!

"SUPERARÁN OTROS HOMBRES ESTE MOMENTO GRIS Y AMARGO, DONDE LA TRAICIÓN PRETENDE IMPONERSE. SIGAN USTEDES SABIENDO QUE, MUCHO MÁS TEMPRANO QUE TARDE, SE ABRIRÁN LAS GRANDES ALAMEDAS POR DONDE PASE EL HOMBRE LIBRE PARA CONSTRUIR UNA SOCIEDAD MEJOR..."

SALVADOR ALLENDE

DESDE LA MONEDA AL PUEBLO DE CHILE, EL 11 DE SEPTIEMBRE DE 1973

DOCUMENTO DEL COMITÉ CENTRAL
DEL PARTIDO SOCIALISTA DE CHILE

INTRODUCCIÓN.

El pueblo de Chile atraviesa por el momento más difícil de su historia. La derrota de la Unidad Popular y la instalación de la dictadura militar fascista, han replegado profundamente al movimiento popular. La lucha por la liberación nacional y el socialismo se da ahora en condiciones muy distintas y particularmente duras. Sin embargo, el experimento fascista lleva en sí mismo los gérmenes de la derrota. La condición de su éxito es la destrucción definitiva del movimiento popular; y éste es indestructible. El pueblo, a las puertas de la conquista del poder, perdió una importante batalla, pero no está vencido. Reconstruye sus organizaciones y enarbola nuevamente las banderas de la lucha, en las difíciles condiciones de la represión más violenta que haya conocido nunca. La brutalidad política y el inmenso costo económico antinacional y antipopular de la contrarrevolución, se enfrentan con la resistencia activa y latente de los sectores más avanzados de la clase obrera y del pueblo, a los que se suman día a día nuevos contingentes de fuerzas sociales y políticas que engrosan la oposición a la dictadura. Se crean aceleradamente las condiciones para forjar la más amplia y férrea unidad de todo el pueblo contra el fascismo. Se acera la voluntad y el compromiso de luchar, y se mejora la capacidad para hacerlo. En la obscura noche que el fascismo impuso a la Patria el 11 de septiembre, clarean ya las esperanzas promisorias de un futuro pleno de luchas y de inmensos sacrificios, pero con la seguridad de la victoria final. Asegurar la victoria exige más que la sola voluntad de combatir y la disposición a entregarlo todo. Las reservas del pueblo son inmensas, su fuerza latente puede barrer con el fascismo pero sus destacamentos de vanguardia deben conducirlo por el camino adecuado. El pueblo de Chile y su heroica clase obrera no resisten otra derrota de la magnitud de la que sufrieron.

Por ello la importancia de que esta nueva etapa de la lucha popular sea orientada, estratégica y tácticamente en forma justa.

Las tareas del movimiento popular deben estar sólidamente fundamentadas en el análisis de la actual situación política nacional y su marco externo. Debe considerarse el carácter de la contrarrevolución y de su régimen militar, su capacidad de consolidación y sus factores de debilidad, sus contradicciones internas y las tendencias previsibles en su política. De acuerdo a la nueva situación, se debe trazar la divisoria entre el pueblo y sus enemigos, y definir la contradicción principal a resolver frente al fascismo, como asimismo la vía previsible para el triunfo del pueblo. Sobre estas bases y considerando la correlación de fuerzas objetivas de cada momento, será posible determinar las tareas políticas y las formas de lucha concreta que se desarrollarán. Cumplir exitosamente estos requisitos ineludibles para conquistar la victoria, es responsabilidad de todas las fuerzas políticas del pueblo; pero, en particular, de los partidos de la clase obrera. La aplicación consecuente y creadora del marxismo-leninismo, el estudio concienzudo de las condiciones concretas, de nuestra realidad política, social y económica la consideración de la experiencia de los últimos 3 años -de la que hay que extraer todas las lecciones posibles- y el ejercicio de una vocación histórica de conquista del poder por la clase obrera, son los factores que hacen posible definir una correcta línea política. El presente documento pretende ser un aporte para avanzar en este sentido. Su contenido es el fruto de una intensa y rica discusión interna, desarrollada pese al fuerte deterioro orgánico producto de la represión fascista y a las dificultades surgidas de la falta de homogeneidad y a las deficiencias ideológicas de la organización, que han exigido revisar problemas teóricos, no aclarados antes o definidos de manera idealista y dogmática. A pesar de ser sintético, procura mantener cierto rigor conceptual y será completado posteriormente con otros documentos sobre materias específicas.

El C.C. entrega este documento al Partido para definir con la mayor precisión su quehacer político global y el del movimiento popular, y como elemento central de una lucha ideológica que busca consolidar el punto de vista proletario en el seno del Partido, fundamento de su absoluta unidad de acción y de su reconstrucción orgánica.

I CHILE EN LA ACTUAL SITUACIÓN INTERNACIONAL

1. Ascenso revolucionario y retroceso imperialista a nivel mundial.

Para definir las tareas políticas que la actual situación chilena plantea al movimiento popular, es necesario considerar el marco internacional y el carácter del período por que atraviesa el movimiento revolucionario mundial y latinoamericano en particular.

La situación internacional, determinada por el desarrollo del enfrentamiento entre las fuerzas del sistema imperialista y las fuerzas que abren paso al socialismo, se caracteriza en los últimos años por el avance sostenido del movimiento revolucionario. Pese a los intensos contraataques imperialistas y a las dificultades internas del movimiento progresista y revolucionario, éste mantiene y desarrolla en su favor la correlación de fuerzas, aislando y golpeando, significativamente al imperialismo y sus aliados.

Las tres grandes vertientes que abren paso al socialismo como sistema universal: el campo socialista, las luchas de la clase obrera en los países capitalistas desarrollados, y las luchas de liberación nacional en los países dependientes, neo-coloniales y coloniales, experimentan en los últimos años un inmenso desarrollo y ponen en jaque al imperialismo, debilitado por su crisis general, la agudización de sus contradicciones internas, y las tendencias centrífugas y divisiones entre las propias potencias capitalistas.

El imperialismo sufre una situación de creciente inestabilidad producto de la crisis económica y política: declina la inversión privada, se agrava la tendencia inflacionaria y se cierne la amenaza de la recesión económica y el desempleo masivo, agudizada por la grave crisis energética surgida de la crisis del Medio Oriente. En ese marco mundial de ascenso de las fuerzas del socialismo la contradicción principal entre el imperialismo y la lucha liberadora de los pueblos, se va resolviendo favorablemente a estos últimos con los triunfos y avances revolucionarios obtenidos en Vietnam, Camboya, Laos y Guinea, con la consolidación de Cuba socialista y el sostenido debilitamiento de la política imperialista en Medio Oriente.

2. Ofensiva imperialista y repliegue revolucionario en América Latina.

En América Latina se vivió en los últimos años un período de ascenso de las luchas antiimperialistas, que en 1970 marca un hito con la victoria de la Unidad Popular en Chile, la consolidación de las tendencias antiimperialista y progresistas del Gobierno del Perú, la instalación del Gobierno de Torres en Bolivia, la formación del Frente Amplio en Uruguay, el aislamiento de EE.UU. en organismos internacionales que siempre fueron su instrumento y el auge de las luchas obreras y estudiantiles en Argentina, México y Uruguay. Pero no era de esperarse que el imperialismo aceptara pasivamente, en condiciones de retroceso mundial y con una serie de crisis en perspectiva, una pérdida progresiva de su influencia y control en América Latina, considerada como su patio trasero y base de sustentación política, económica y militar indisputable.

Desde 1970, arrinconado a nivel mundial, el imperialismo norteamericano pone en práctica un repliegue que entre otras cosas implica fortalecer y asegurar su plena dominación en América Latina. Complementándola con una apertura económica y diplomática de acuerdo al nuevo estilo de su política exterior, desarrolla una táctica conducente a golpear, decisivamente y de menor a mayor, a los movimientos populares, liquidar sus conquistas y crear o fortalecer regímenes de fuerza de tipo fascista, incondicionales del imperialismo. El retroceso a nivel mundial obliga al imperialismo a hacerse fuerte en su patio trasero.

El derrocamiento del gobierno de Torres en Bolivia, el auto golpe de estado fascista en Uruguay, luego del vigoroso avance del Frente Amplio; las amenazantes posiciones reaccionarias y anticomunistas dentro y fuera del peronismo en Argentina, y como el más duro golpe, el derrocamiento del Gobierno Popular en Chile, son éxitos claves del plan de consolidación imperialista en América Latina.

Puede constatarse, sin embargo, que la ofensiva yanqui tiene sus tropiezos. A pesar de sus empeños, no han podido llevarse por delante a los regímenes democráticos burgueses de diversos países, como México, Venezuela, Costa Rica y Colombia. Allí se afianza y extiende el sentimiento democrático y antiimperialista en amplias masas, dando lugar al surgimiento de tendencias nacionalistas en el seno de los propios partidos burgueses y pequeño burgueses. No obstante, no es ésta la situación predominante.

El actual período está caracterizado en esta parte del mundo, por un retroceso del movimiento popular, golpeado y puesto en repliegue por la acción imperialista.

3. Solidaridad internacional con el pueblo chileno

El triunfo de la contrarrevolución en Chile y sus dramáticas consecuencias, ha repercutido con gran fuerza en todo el ámbito internacional. No sólo por ser un severo retroceso del movimiento revolucionario mundial, sino por mostrar crudamente hasta donde es capaz de llegar el imperialismo y la reacción interna en la defensa del orden social y el sistema de dominación capitalista en crisis. La contrarrevolución en Chile ha puesto al desnudo ante el mundo la amenaza y la presencia agresiva del fascismo como instrumento y última carta del capitalismo.

Una ola gigantesca de solidaridad con el pueblo chileno ha concitado el apoyo de todos los movimientos, organizaciones de masa, instituciones y personalidades democráticas, progresistas y revolucionarias del mundo, que se han movilizado contra la Junta Militar y su criminal política represiva. Esta solidaridad constituye un aporte de primera importancia para el desarrollo de la resistencia popular contra el fascismo, porque crea las condiciones para el aislamiento político, económico y diplomático del régimen militar. Esa solidaridad que el pueblo chileno reconoce y agradece, debe ser sostenida y estimulada, porque con ella no sólo se apoya la lucha antifascista en el país, sino que levanta una barrera para impedir el avance internacional del fascismo. El proceso revolucionario desarrollado por la Unidad Popular y, a continuación, la solidaridad activa con el pueblo de Chile golpeado por la contrarrevolución, han estrechado profundamente los lazos de amistad de la clase obrera y el pueblo de Chile con los países socialistas, con los partidos obreros y revolucionarios de todo el mundo y con todos los pueblos que luchan también por su liberación y el socialismo.

Hoy más que ayer, la clase obrera y el pueblo de Chile son parte integrante de las fuerzas que a nivel mundial se enfrentan con el imperialismo y enarbolan las banderas victoriosas de la democracia y el socialismo.

II LA EXPERIENCIA REVOLUCIONARIA DE LA UNIDAD POPULAR

1. La conquista del Gobierno en la lucha por el poder

El 4 de Septiembre de 1970, el movimiento popular derrotó a la reacción en una batalla decisiva. En más de medio siglo de luchas reivindicativas y políticas, la clase obrera maduró hasta comprender que su liberación sólo era posible ejerciendo directamente el poder. Y que para que conquistarlo debía forjar un sólido movimiento, que uniera a todo el pueblo contra sus enemigos fundamentales, preservando para sí el papel dirigente y conductor de la revolución. En la lucha por el poder, la conquista del Gobierno fue el triunfo más importante y trascendental materializado por el pueblo.

Ello fue posible como resultado del ascenso del movimiento de masas y de su unidad política, en el marco de una grave crisis del sistema de dominación capitalista dependiente, que luego de fracasar rotundamente en sus experiencias conservadoras, aplicadas con gobiernos claramente reaccionarios o con la mediación de agentes políticos de capas medias de corte populista, fracasa también en su intento de salvar el sistema a través del reformismo desarrollista del Gobierno de Frei, inspirado en las recetas de la Alianza para el Progreso.

La incapacidad de conciliar los intereses de clase contradictorios presentes en dicha experiencia, agudizó la dependencia del país y las trabas a su desarrollo, abrió paso al movimiento popular y le permitió constituirse en alternativa de poder.

2. El Programa de la Unidad Popular.

En la conquista de la unidad del pueblo y en la movilización política masiva que aseguró la victoria electoral, jugó un papel decisivo el programa de la Unidad Popular.

A partir de una acertada caracterización de la sociedad chilena y de la crisis del sistema de dominación, el Programa señaló con justeza los enemigos principales cuyo poder se debía destruir para hacer posible las transformaciones revolucionarias.

Planteó correctamente el carácter de estas transformaciones, al señalar al proceso liberador tareas nacionales, democráticas y populares, y la construcción del socialismo no como una perspectiva remota e inalcanzable sino como resultado del mismo proceso.

De la definición de la formación social chilena como CAPITALISTA, DEPENDIENTE, MONOPÓLICA, CON ALTO GRADO DE INTERVENCIÓN ESTATAL, se desprendía que el problema fundamental de la revolución chilena pasaba por enfrentar el poder del capital imperialista, la burguesía monopólica y los terratenientes, que constituía el núcleo central, el centro de gravedad del sistema de dominación.

El carácter de la estructura económica y social del país como asimismo su sistema político, determinaban que este núcleo dominante, sustentado por la explotación directa o indirecta de los demás sectores de la sociedad, fuese el sostén del capitalismo en Chile. Destruido su poder económico y despojado de su poder político, ninguna otra fracción burguesa estaba en condiciones de encabezar un intento de desarrollo capitalista, quedando definitivamente subordinadas en un proceso de construcción social y económica que conducía al socialismo. De aquí la importancia de esta caracterización justa de los enemigos principales en el proceso revolucionario, porque permitía intentar aislarlos y concretar una amplia alianza en torno a la clase obrera y la pequeña burguesía como fuerzas principales, donde era perfectamente factible ganar, o neutralizar a las fracciones de la burguesía pequeña y mediana subordinada a los monopolios.

La posibilidad de esta alianza, estaba sustentada materialmente en la tarea común de destruir el capitalismo monopólico dependiente y desarrollar una economía de transición, que no terminaba con todas las formas de propiedad privada de todos los medios de producción, sino en primer lugar con la propiedad imperialista, monopólica y terrateniente, columna vertebral y base de la dominación burguesa en las condiciones particulares de nuestra formación social.

El fundamento del carácter revolucionario de esta amplia alianza, lo constituye el papel dirigente y hegemónico de la clase obrera. Existiendo múltiples contradicciones de intereses entre las diversas fuerzas componentes del frente, el ejercicio permanente del principio de unidad y lucha debía materializar la hegemonía del proletariado en su seno.

Sólo la hegemonía de la clase obrera podía garantizar la fidelidad del movimiento a sus objetivos estratégicos. En definitiva es la clase obrera la interesada en el desarrollo integral y hasta las últimas consecuencias de la revolución, y necesita ganar, mantener y desarrollar la unidad de las otras fuerzas, definiendo en cada momento los objetivos parciales a cumplir y garantizando siempre el curso progresivo y ascendente del proceso hacia sus objetivos máximos.

3. La viabilidad de la estrategia de la Unidad Popular.

Establecido el carácter revolucionario del Programa y de la alianza que permitía generar, el factor que en definitiva permite caracterizar como revolucionario el proceso iniciado con la conquista del Gobierno por la Unidad Popular, es la viabilidad del mismo, como estrategia revolucionaria del proletariado que hacía posible la conquista de todo el poder, y la construcción del socialismo en Chile.

La revolución chilena no podía escapar a las leyes generales de la transición del capitalismo al socialismo, y exigía al proletariado y sus aliados conquistar el control del poder del estado y reemplazar revolucionariamente sus instituciones. La originalidad de la situación chilena consistía en la posibilidad real de asumir esta tarea ineludible a partir del manejo del más importante centro de poder institucional por el pueblo: el Gobierno, con una legitimidad reconocida por toda la sociedad.

Con el control del Gobierno era posible cumplir cuestiones esenciales del Programa, intentar mejorar la correlación de fuerzas, golpear y debilitar a los enemigos principales, facilitar la unidad del pueblo, fortalecer al movimiento de masas y mantener una constante iniciativa política que arrinconara al enemigo y los obligara a ceder posiciones o, lo que era más probable, a resistir el proceso revolucionario desde el plano de la ilegalidad lo que facilitaría su enfrentamiento y destrucción. Siendo un factor limitante en determinados aspectos, la legalidad podía servir principalmente al movimiento popular, porque mediatizaba el comportamiento y actitud de capas sociales, partidos e instituciones, que no compartían el programa. Siendo los enemigos del pueblo los que quebraran la legalidad, la conquista de la plenitud del poder político y la destrucción de las instituciones burguesas, debía resultar de la acción defensiva de contragolpe del movimiento popular, desarrollada sobre la base de la defensa legítima de las posiciones alcanzadas en el terreno de la legalidad.

Sobre la base de la hegemonía del proletariado en el frente y de una acertada, flexible y audaz conducción política de las fuerzas acumuladas por el movimiento, la estrategia de la Unidad Popular permitía intentar la conquista del poder.

5. - Balance de la acción del Gobierno Popular

Desde la instalación del Gobierno Popular, y a través de sus primeras medidas concretas, quedó en evidencia la decisión irrenunciable de cumplir el programa y avanzar firmemente por el camino de las transformaciones revolucionarias. Los primeros meses, en particular, se caracterizaron por una acción ofensiva del Gobierno Popular, que asumía un papel de vanguardia y conducción por encima incluso del frente y los partidos, que recién se adaptaban a las nuevas condiciones y necesidades de fuerza de gobierno.

Las transformaciones que el pueblo, convertido en fuerza gobernante, promovió en la sociedad chilena, dejaron una huella profunda que el fascismo no podrá borrar. Por primera vez en su historia, Chile se convirtió en centro de la atención mundial y escenario de un proceso liberador caracterizado por la reivindicación plena de la soberanía nacional expresada en una política exterior independiente, antiimperialista y profundamente solidaria con la causa de todos los pueblos dependientes y progresistas, y por la recuperación de las riquezas básicas que la clase dominante entregó al capital extranjero.

La liquidación de la oligarquía terrateniente con la profundización de la reforma agraria y el traspaso al control del Estado de las principales empresas monopólicas y de las instituciones financieras dando forma a un Área Social dominante en la economía, exacerbaron el odio de clase de los enemigos del pueblo contra el Gobierno Popular al mismo tiempo que fortalecían su base social y el respaldo de las masas. Todas las medidas de la política económica estuvieron inspiradas en un sentido profundamente democrático y popular. La drástica redistribución del ingreso a través de la política de sueldos y salarios, tributaria y de mejoras sociales, el impulso a los planes de desarrollo social y de vivienda, la nueva política educacional y de desarrollo cultural, la política cambiaria y crediticia destinada a defender los intereses de las masas, fueron todas medidas de beneficio popular enmarcadas en el cuadro de transformaciones radicales de la estructura económica. Se trataba de construir una economía para asegurar el desarrollo nacional independiente y garantizar la satisfacción de las necesidades del pueblo. Pero, no contando con todos los mecanismos institucionales necesarios, y enfrentando el criminal sabotaje económico organizado por el imperialismo y los reaccionarios, se crearon tensiones agudas que fueron hábilmente explotadas por el enemigo. A pesar de los importantes logros del pueblo en el aumento de la producción y en el control de la distribución con participación de las masas, no fue posible evitar el desequilibrio entre la oferta y la demanda, el mercado negro, las presiones inflacionarias y el déficit de divisas.

Mientras la clase obrera daba lecciones de heroísmo anónimo y cotidiano en el terreno de la producción, estimuladas por la creciente participación organizada de la gestión económica en el gobierno, los enemigos del pueblo no descansaban en su tarea destructiva.

Lo avanzado en casi tres años en la reconquista de la soberanía nacional, en la recuperación de las riquezas básicas del país, en la destrucción del poder monopólico y formación del Área Social dominante, en el impulso de la Reforma Agraria, en el desarrollo de nuevos sectores productivos como la pesca y la explotación forestal, en el desarrollo social y la satisfacción de las urgentes necesidades del pueblo, en el fortalecimiento acelerado de la organización y la conciencia política de las masas populares agudizó las contradicciones sociales y elevó la lucha de clases a niveles nunca vistos con anterioridad, se produjo un desate de fuerzas sociales, una masiva comprensión del carácter de clase de las instituciones del aparato estatal y una expectativa de poder, que reflejaron la profunda toma de conciencia de la clase obrera y el pueblo de su propia fuerza y de su papel histórico revolucionario.

6. - La estrategia de los enemigos del pueblo

El trascendental desarrollo de las condiciones subjetivas para el avance del proceso revolucionario no logró equilibrar los éxitos obtenidos por el enemigo en el mismo plano.

El factor fundamental de la derrota de la experiencia de la U.P. lo constituyó la decidida resistencia de los enemigos del pueblo al proceso y la inmensa fuerza que lograron acumular.

La derecha hizo cuanto estuvo a su alcance desde el mismo 4 de septiembre para impedir la asunción al gobierno de Salvador Allende. Y aunque fracasó en su primer intento, se mantuvo agresiva con el claro propósito de buscar la frustración y la caída del Gobierno Popular. Lo característico en la primera etapa fue su decisión estratégica, pero su absoluta dispersión y la ausencia de una táctica coherente. Su sector más consciente y hábil se replegó sin poder impedir la expresión desesperada de grupos extremistas, particularmente de la pequeña burguesía fascistizada, representada por Patria y Libertad y organizaciones semejantes, que postularon desde el principio el desorden institucional y el golpismo. Los mejores cerebros de los círculos políticos del imperialismo y la reacción interna, fuertemente relacionados con los medios empresariales monopólicos y agrarios, se abocaron a diseñar una política destinada a conquistar los necesarios aliados, explotar las debilidades del proceso revolucionario y utilizar eficazmente su inmensa fuerza económica, institucional y publicitaria, a fin de crear condiciones para terminar con el Gobierno Popular antes de 1976 y reemplazarlo por un régimen que aplastara el ascenso revolucionario del pueblo chileno. Para ello su primera tarea política fue asegurar la formación de un amplio frente opositor al Gobierno Popular y evitar a toda costa un eventual entendimiento de la D.C. con la U.P. en torno a iniciativas concretas. El hábil tratamiento de las contradicciones internas de ese partido constituyó uno de los problemas de la política de la reacción desde la ratificación de Allende por el Congreso Pleno. Para acumular fuerzas, la reacción aplicó una táctica muy flexible haciendo todo tipo de concesiones a la pequeña burguesía, conducente a aislar al movimiento popular y desgastar al Gobierno, creando hechos políticos que modificaran a su favor la correlación de fuerzas. Hábilmente combinaron todas las formas de lucha, legales e ilegales, pacíficas y violentas, para avanzar tras el objetivo final. Haciendo concesiones cada vez que el mantenimiento de la unidad política lo exigía la derecha arrastró a su política a la D.C. y a otros sectores políticos y fuerzas sociales no comprometidas directamente con los intereses imperialistas y monopólicos. A su acción saboteadora en la economía, se sumó el cerco institucional al proceso: la resistencia y la permanente obstrucción ejercida por el parlamento, el poder judicial, la contraloría y las diversas instancias de la burocracia estatal controladas por los reaccionarios. A partir de los problemas objetivos de determinados sectores sociales, fundamentalmente de la pequeña burguesía, se desarrolló una fuerte resistencia de masas que incluyó todas las formas de movilización, hasta las verdaderas asonadas sediciosas que organizó el fascismo en las calles de Santiago y de las principales ciudades del país. Sus ejemplos más característicos fueron los paros empresariales de Octubre de 1972 y Agosto de 1973, que atentaron criminalmente contra la marcha de la economía del país. Paralelamente se actuaba en el terreno conspirativo adulando y presionando a las FF.AA., a fin de comprometer a la oficialidad en aventuras golpistas, combinada con la organización y preparación de grupos paramilitares derechistas, y con un intenso tráfico de armas en la frontera. Con estos elementos se desató embozadamente el terrorismo y la violencia, que caracterizan al fascismo. La escalada sediciosa conoció todos los matices, incluyendo el asesinato del Comandante en Jefe del Ejército, General Schneider, en Octubre de 1970, el asesinato del ex-vicepresidente de la República E. Pérez Zujovic, el asesinato del Capitán Araya, Edecán Naval del Presidente Allende, en Julio de 1973. A todos estos sucesos está ligada tangiblemente la CIA (Inteligencia Norteamericana). De todas las formas de lucha antipopular, la utilizada con más eficacia fue la ideológica. Con el inmenso poder publicitario de sus medios de comunicación de masas, la reacción logró dar coherencia a su política global, formar corrientes de opinión y orientar la articulación de todas las formas de resistencia en forma magistral. En base a la presión ideológica se introdujeron las consignas y se movilizó a todas las fuerzas en torno a reivindicaciones parciales que se fueron elevando hasta el cuestionamiento de la existencia misma del Gobierno Popular. De la simple agitación de problemas mínimos de abastecimiento en Diciembre de 1971, se llegó a la agitación masiva de la renuncia del Presidente Allende en Agosto de 1973. Ideológicamente se legitimó la «resistencia civil», el «acosamiento institucional» e incluso el levantamiento golpista del Regimiento Blindado N°2. Progresivamente se acusó al Gobierno Popular de arbitrariedades, de ilegalidades, de ilegitimidad y finalmente de inconstitucionalidad, en base al conflicto de poderes del estado creado por los reaccionarios desde el Parlamento con apoyo de la Contraloría y el poder judicial.

La gran mayoría de las llamadas capas medias se incorporaron a la resistencia al Gobierno orgánicamente, a través de sus instituciones representativas y en muchos casos como fuerza de choque: los medianos y pequeños empresarios de la industria, el comercio, la agricultura y las capas medias de la pequeña burguesía propietaria y no propietaria, artesanos, profesionales, empleados, dueñas de casa, estudiantes e inclusive elementos atrasados de la propia clase obrera. Junto con obtener el concurso decisivo del PDC en la resistencia, aislando a sus sectores democráticos que no tuvieron la entereza y la claridad para no hacerle el juego a la política crecientemente fascista de la derecha. Los enemigos del pueblo consiguieron meter cuñas en el propio movimiento popular, a través de la división del Partido Radical e intentando crear disensiones en el seno de los trabajadores organizados.

7. - Las debilidades del proceso

La derrota del pueblo y el triunfo de la alternativa contrarrevolucionaria, no puede explicarse como la simple derrota militar en la resistencia directa al golpismo. La derrota política del movimiento popular estuvo sellada antes del 11 de septiembre, determinada por el grado de aislamiento de la clase obrera y la ausencia de una real fuerza dirigente capaz de hacer uso, con posibilidades de éxito, de la potencialidad revolucionaria latente en la fuerza de las masas y en los instrumentos de poder institucional al alcance del Gobierno.

La incapacidad de usar la fuerza que se tenía y evitar el aislamiento progresivo de la clase obrera, reflejan claramente que no llegaron a imponerse los intereses de ésta en la conducción del proceso. Contando con las más importantes y significativas posiciones conquistadas en su historia, y con una estrategia viable que permitía la conquista del poder, el movimiento popular no logró concretar un acuerdo estratégico en torno al cual constituir una real fuerza dirigente del Gobierno y del movimiento de masas.

No habiendo hegemonía de la clase obrera en el frente, no fue posible desarrollar una política correcta para concretar la alianza que presuponía el programa, no se consiguió evitar el aislamiento buscado por el enemigo, no hubo capacidad de autocrítica y corrección oportuna de los errores, no hubo capacidad para retomar la ofensiva, no hubo línea política clara, confundiéndose diversas orientaciones y matices que no hacían sino reflejar la presión de las tendencias pequeño burguesas, disparadas hacia el evolucionismo, la conciliación sin principios, el aislamiento o el extremismo anárquico.

La ausencia de unidad en torno a una estrategia única del movimiento popular, orientada por la clase obrera como fuerza dirigente, se expresó en diversos errores cometidos en el tratamiento de problemas y situaciones específicas a lo largo de los tres años.

Se manifestaron discrepancias respecto al ritmo de desarrollo del proceso, cuestión que dependía en cada momento de la correlación de fuerzas real y no de la voluntad o buenos deseos de nadie. No hubo comprensión acertada de los requisitos de un proceso de acumulación de fuerzas para derrotar a un enemigo poderoso, y de la necesidad de avanzar fijando prioridades y subordinando objetivos parciales al gran objetivo estratégico. No tenía sentido dispersar fuerzas en la intervención de una pequeña empresa, mientras la Papelera continuaba siendo el principal monopolio del país.

Faltó capacidad para que todo el movimiento popular expresara en la acción de masas y en el ejercicio del poder de Gobierno, diferenciara los enemigos principales del pueblo de quienes no lo eran. No era lo mismo tratar a la SNA que a la Federación de Asentamientos, a la SOFOFA que a la AMPICH, al PN y P y L que a la D.C., etc.

Respecto a la posibilidad de concertar compromisos tácticos y a la política de alianzas hubo todo tipo de desviaciones y prejuicios. Junto a las posiciones «izquierdistas» de rechazo a cualquier forma de compromiso calificándolos de conciliación y traición, hubo quienes reducían el problema de ganar a los aliados sociales que señalaba el programa, a conquistarlos por la base a través de la política económica, al margen de sus representantes políticos, sin entender nada del papel decisivo que juega la ideología, sobre todo en las llamadas capas medias. Por otra parte, se manifestó la tendencia al entendimiento político superestructural desde posiciones de debilidad, sin articularlo con políticas de masas.

Respecto de la institucionalidad, faltó claridad para comprender el papel que jugaba en el proceso y las condiciones y oportunidad de su reemplazo.

Una de las cuestiones fundamentales sobre la que debió existir claridad y educarse a las masas, es el problema del enfrentamiento de clases y la violencia revolucionaria. Se sembraron ilusiones en el desarrollo pacifico y evolutivo del proceso y cundió también el verbalismo insurreccionalista, que reducía el problema de la revolución a meras situaciones de enfrentamiento. Faltó energía para imponer un consenso en torno a una apreciación correcta del problema. Se debía estar alerta y contar con la fuerza necesaria, para imponer la voluntad mayoritaria del pueblo y consolidar el proceso revolucionario en todos los terrenos, incluyendo el del enfrentamiento directo. Pero contando el movimiento popular con la iniciativa, teniendo en sus manos parte importante del poder del Estado para cumplir sus objetivos y teniendo una legitimidad de ejercicio de ese poder reconocida ampliamente, más que nunca la violencia sería iniciativa y responsabilidad del enemigo. La fuerza de las masas y la fuerza institucional importante con que se debía contar, ejercían la violencia revolucionaria con plena legitimidad para aplastar de contragolpe la acción insurreccional del enemigo, de paso barrer con todos los vestigios de su poder y consolidar el curso socialista de la revolución. Para hacer efectiva esta posibilidad no se debía legitimar la acción del enemigo y su propaganda hacia las FF.AA., jugando a las milicias o haciendo gala de verbalismo insurreccionalista, ni se podía tener tolerancia alguna con el terrorismo fascista al que debió haberse reprimido sin contemplaciones con la fuerza institucional apoyada en las masas. La política era desarrollar la fuerza del movimiento popular y darle confianza manteniendo la legitimidad.

Muy relacionado con lo anterior, estaba el tratamiento correcto de las FF.AA. Hubo excesiva tolerancia con elementos golpistas que debieron ser reprimidos a tiempo, no se respaldó firmemente a quienes defendieron dentro de las instituciones militares una posición progresista y constitucionalista, no hubo decisión para ejercer las atribuciones legítimas del Ejecutivo en este plano, no se planteó nunca una discusión para estudiar los problemas de democratización y reorganización institucional que postulaba el Programa, se limitó al trato a los mandos superiores y hubo, en general, una actitud demasiado rígida y mecánica del gobierno y los partidos respecto de las FF.AA. Se desconfió de las posibilidades de integración al proceso y no se aplastó al golpismo como y cuando se debía. De otro lado, el MIR, con su típico espíritu infantilista enajenó el apoyo de sectores de las FF.AA., al hacer llamados abiertos que servían fundamentalmente de justificativo a los golpistas, a pesar de su intención de esclarecer y orientar a la tropa, olvidando la fuerza ideológica de la jerarquía militar. No comprendieron que atacando al Gobierno se debilitaba su ascendiente dentro de las FF.AA.

Existieron además otros tipos de errores y desviaciones como la tolerancia frente a la burocratización, casos de corrupción administrativa no denunciados y combatidos públicamente, sectarización del trabajo del frente en la base, ausencia de políticas sectoriales claras y únicas, y definición de las relaciones de Gobierno-Partidos, etc.

Pero la deficiencia principal, fue la incapacidad para articular y combinar el ejercicio de todas las formas de poder con que contaba el movimiento popular: el poder del Gobierno y la fuerza del movimiento de masas organizado. Todas las desviaciones pequeño burguesas, cuya pugna esterilizó la política popular, se conjugaron para impedir el avance del proceso sobre la base de la utilización armónica, oportuna y coordinada de estas fuerzas de poder, subestimando algunos las posibilidades del Gobierno y otros las de la acción de las masas.

Esta deficiencia fundamental se reflejó en la incomprensión del problema de la generación del Poder Popular, en actitudes paternalistas en el estímulo al enfrentamiento entre el Gobierno y el poder de masas, en la no valoración de la participación de los trabajadores en los diversos niveles de decisión económica y política, en la creencia que la fuerza de las masas se expresaba únicamente por medio de concentraciones y desfiles, en el descuido de problemas concretos de las masas que podían ser resueltos a no mediar la insensibilidad de la burocracia funcionaria, en el sectarismo y chovinismo partidario que castraba la fuerza del movimiento de masas (recuérdese las elecciones de la CUT, el Congreso de los Trabajadores de la Construcción, la Confederación del Cobre, las elecciones de FESES, la lucha por el control de los organismos sindicales y de participación, etc.), en la lucha ideológica que con escasas excepciones no tenían en vista la necesidad de educar a las masas respecto a los grandes problemas del proceso, y, sobre todo, en la renuncia a utilizar el poder del Gobierno para fortalecer mucho más aún el poder y la fuerza de las masas organizadas, y estimular un apoyo mutuo de Gobierno y masas, basado en la comprensión real del significativo papel revolucionario que cumplían ambos elementos para conquistar el poder.

Todas estas desviaciones, producto de la insuficiente hegemonía proletaria en el proceso, crearon las condiciones propicias para el éxito de la estrategia de la contrarrevolución.

La unidad alcanzada entre el PS y el PC, y entre todas las fuerzas de la Unidad Popular, fue suficiente para aplicar el Programa en sus postulados económicos fundamentales (con las debilidades y excesos anotados), pero fue absolutamente insuficiente para enfrentar las circunstancias más decisivas en que estuvo en juego el cambio de calidad en la correlación política de fuerzas, o el propio problema del poder.

Para realizar los virajes tácticos exigidos por la situación política, o para entregar consignas únicas a las masas en las fases de repliegue del enemigo, o en sus momentos de ofensiva abierta, casi nunca estuvimos de acuerdo socialistas y comunistas.

Esta dispersión y divergencias casi constantes, no hicieron posible que la hegemonía proletaria adquiriera la fuerza determinante en todo el proceso.

8. - El partido ante los problemas y coyunturas decisivas del proceso. La derrota del movimiento popular.

Con el objeto de precisar las posiciones que mantuvo la dirección del Partido en el seno de la UP y ante el compañero Allende, se examinarán brevemente algunas de las principales coyunturas y problemas del proceso y el desarrollo de las condiciones políticas que culminaron con la derrota del pueblo y el triunfo contrarrevolucionario:

A: plebiscito.

Después de las elecciones de Abril de 1971, en que la UP obtuvo más del 50% de la votación nacional, el Partido propuso la convocatoria de un plebiscito para reformar la Constitución y resolver el diferendo con el Parlamento. Este planteamiento fue reiterado posteriormente en otras situaciones, siendo rechazado por la UP, y acogido a medias por el Presidente. Analizando las posibilidades reales a la luz de la historia pasada, se puede afirmar que no era ésta una proposición acertada, en la medida que no aseguraba resolver a favor del Gobierno Popular y la revolución, el conflicto de clases.

B: Nacionalización del Cobre.

El Partido mantuvo con intransigencia no indemnizar a las compañías norteamericanas del cobre, lo que finalmente fue aceptado por el compañero Presidente y los demás partidos de la UP. Ésta fue una de las principales medidas económicas del Gobierno y tuvo una gran repercusión internacional y permitió sentar la «doctrina Allende» respecto de la nacionalización de capitales extranjeros en los países dependientes y neocoloniales. Fue notoria la deficiente agitación y propaganda en el seno de las masas, que acerara su condición antiimperialista, deficiencia habitual en el estilo de trabajo de la UP.

C: Sobre la primera rueda de conversaciones UP-DC.

En torno a un proyecto de Reforma Constitucional sobre Área Social y participación de los trabajadores presentado por la D.C., y que perseguía paralizar el cumplimiento del Programa y en vista de la fuerza demostrada por el Gobierno Popular, la directiva del PDC (controlada todavía por su sector progresista), manifestó su disposición favorable a concertar un compromiso con la UP. Se presentó entonces una oportunidad de comprometer a la D.C. en el impulso a cuestiones esenciales del Programa (comunes al programa presidencial de Tomic), decisivas para quebrar el espinazo del régimen capitalista dependiente expropiando la propiedad monopólica.

La oposición del ala derechista de la D.C., que se jugó entera, frustró esta posibilidad, y a ello contribuyó la oposición del oportunismo de izquierda, expresado principalmente en el seno del Partido, que no fue capaz de entender que los compromisos tácticos son posibles y necesarios en una política revolucionaria.

D: Sobre la política económica

El partido fue el más firme partidario e impulsor de conformar rápidamente el Área Social e imponer el control popular en la economía. La dirección estuvo consciente de delimitar las áreas de propiedad, pero fue incapaz de explicar su punto de vista a la militancia que preocupada exclusivamente de situaciones locales exigían la expropiación de pequeñas y medianas empresas.

Además, el Partido planteó desde el inicio del proceso la necesidad de renegociar la deuda externa y tomar las medidas para paliar los inevitables desequilibrios que surgían de la política económica de corto plazo: déficit fiscal y del Área Social, agotamiento de divisas, presiones inflacionarias y problemas de abastecimiento.

E: El Paro de Octubre

La agudización de las contradicciones desatadas por el avance del movimiento popular y la tensa y violenta resistencia del enemigo de clase y sus aliados, tuvo una primera expresión abierta en Octubre de 1972, con el paro de las organizaciones empresariales y gremios pequeño-burgueses lideralizados por agentes del fascismo, llevando como furgón de cola a la pequeña-burguesía democrática (D.C.). De esta experiencia el Gobierno Popular salió fortalecido, con un gabinete con participación de la CUT y de las FF.AA., a la cabeza del cual estuvo el General Prats.

Tras este fracaso reaccionario se crearon condiciones para propinar duros golpes a los enemigos principales, en los marcos estrictos del cumplimiento del programa, pero ello no prosperó al interior de la UP. El Partido no supo imponer esta posición a nivel de la dirección política del frente, además de ser dramáticamente impotente para explicar a las masas el significado objetivo del gabinete y para desatar por sí sólo una profunda contraofensiva popular.

Lo que está fuera de dudas es que ese Gabinete no fue una «capitulación ante los generales», como afirmó el MIR, posición que tuvo eco en un sector del Partido y en otros partidos de la UP.

F: Elecciones Parlamentarias.

A pesar de las relativas debilidades, errores tácticos y del error estratégico de no aprovechar las condiciones posteriores al paro de Octubre, las elecciones de Marzo fueron una victoria popular categórica y un duro golpe para la contrarrevolución. Como el Partido lo afirmó, el porcentaje del 44%, fue cualitativamente superior a lo obtenido en la elección de regidores y constituía una sólida base sobre la cual podía intentarse seriamente remontar las dificultades políticas y económicas que se habían ido profundizando durante la gestión del Gobierno. La situación abría posibilidades de sellar la alianza del movimiento popular con un sector progresista de las FF.AA.

Sin embargo, la UP fue incapaz de concretar esta posibilidad revolucionaria, lo que permitió al oportunismo de izquierda sabotear exitosamente su materialización y postular una pretendida «reagrupación de fuerzas en torno al polo revolucionario». La agudización del conflicto entre el ala proletaria de la UP (que fue incapaz de imponerse en la lucha ideológica y de masas) y la ultraizquierda, terminó por paralizar y disgregar la fuerza del pueblo. De otro lado, las presiones tendientes a concretar acuerdos sin una debida información y agitación en la masa, ayudaron eficazmente a anarquizar el movimiento popular y dividir su fortaleza.

Este fue el terreno fértil sobre el cual iba a entrar a operar la embestida final de los enemigos del pueblo.

G: El «tancazo» y la derrota popular

La sublevación del Regimiento de Blindados N° 2 el 29 de Junio, fue el campanazo de alerta que evidenció el avance del plan conspirativo.

La dirección de la UP intentó nuevamente establecer una alianza con sectores de las FF.AA., incorporando mandos militares al Gabinete, encabezados por el General Prats, actitud violentamente combatida por los golpistas contrarrevolucionarios y por el infantilismo de izquierda, que una vez más trató de dividir a la UP levantando el fantasma de la «capitulación», y las consignas confusionistas del «polo revolucionario» y el «gobierno de trabajadores».

La vanguardia política PS-PC fue incapaz de resolver los múltiples problemas tácticos y estratégicos planteados al movimiento popular, que perdió por completo la iniciativa y quedó a merced de la ofensiva contrarrevolucionaria. El enemigo percibió que el problema político decisivo pasaba a ser el control de la fuerza militar, condición última de su éxito. Esta cuestión no fue correctamente resuelta por la UP. De hecho el retroceso político facilitaba el trabajo y fortalecimiento de la sedición. Pero, además, ni el Gobierno, ni el Partido, ni los demás partidos de la UP, ni el MIR por supuesto, pudieron evitar el avance de las posiciones golpistas en el seno de las FF.AA. La escalada conspirativa fue progresivamente desplazando a los mandos constitucionalistas; el General Prats jugó un valiente y decidido papel intentando consolidar el régimen constitucional y el gobierno legítimo de Salvador Allende, pero fue finalmente impotente ante el cerco de los golpistas.

El 11 de Septiembre se desencadenó la ofensiva final de los enemigos del pueblo, con el concurso institucional de las FF.AA., que actuaron cohesionadas por el consenso de la oficialidad y la represión violenta y anticipada a su sector no golpista. Esta cohesión fue el factor decisivo de la derrota popular, porque le dio al enemigo una superioridad de fuerzas aplastante. Sin embargo, el pueblo, llamado a combatir en el último momento, resistió heroicamente y como pudo, encabezado por su compañero Presidente y, fundamentalmente, por el Partido, que resolvió, a las puertas del repliegue general, no entregar el Gobierno sin lucha. El 11 de Septiembre y los días siguientes, de Arica a Magallanes y en fábricas, poblaciones, oficinas públicas y en el campo, se escribieron páginas heroicas en la historia patria con la sangre de cientos y miles de compatriotas. Pero la derrota militar de la resistencia al golpe, no hizo más que ratificar dramáticamente una derrota política de la clase obrera que ya estaba sellada.

De este somero análisis, se comprende que las fuerzas revolucionarias tuvieron oportunidad de remontar el plano inclinado a que fueron llevadas por sus deficiencias y la tenaz ofensiva del enemigo, puntos de viraje donde se dieron las condiciones para golpear a los enemigos principales, dividir el frente opositor, consolidar el Gobierno Popular y asegurar el desarrollo del proceso. La ocasión más propicia se presentó en Abril de 1971, con la izquierda a la ofensiva sin que se hubiera desatado la crisis económica, con una derecha aislada y desprestigiada, con la oposición dividida, con la D.C. aún bajo la influencia de la campaña avanzada de Tomic y bajo la conducción de su ala democrática. En condiciones políticas generales menos favorables, se presentaron oportunidades de ofensiva estratégica similares con la derrota del paro de Octubre y luego del éxito electoral de Marzo de 1973. En definitiva, el pueblo fue derrotado al no contar con una vanguardia política a la altura de las complejas necesidades del proceso revolucionario.

Cuando un proceso revolucionario frustra una posibilidad estratégica de victoria, la principal responsabilidad recae sobre las direcciones de la clase obrera. En la experiencia de la UP, se fracasó en la tarea fundamental y decisiva de construir la fuerza dirigente capaz de dirigir acertadamente el proceso hasta conquistar el poder para la clase obrera, y por la ausencia de una real unidad socialista-comunista, y porque ninguno de los dos partidos obreros fue por sí sólo capaz de darle conducción única a la izquierda y resolver correctamente el problema de unir a todo el pueblo en torno a las tareas deducidas de una concepción proletaria de la estrategia de la Unidad Popular.

Las desviaciones con respecto a una línea proletaria no fueron más que el reflejo de las insuficiencias de la vanguardia. La ausencia de una clara y sólida hegemonía de la clase obrera y el consecuente desgaste del movimiento popular en una estéril pugna interna, fueron las razones esenciales de la derrota.

III El carácter de la contrarrevolución.

1. - El objetivo estratégico de la contrarrevolución

El país vive la experiencia de la contrarrevolución burguesa e imperialista que se explica como la reacción al profundo proceso revolucionario iniciado por la UP. El movimiento popular no consiguió destruir al capitalismo dependiente ni a sus instituciones, pero los remeció hasta sus cimientos, poniéndolos al borde de su derrumbe definitivo.

Los enemigos fundamentales del pueblo tienen planteada la tarea de restaurar plenamente su sistema de dominación sobre el conjunto de la sociedad. El período histórico iniciado el 11 de Septiembre es el opuesto antagónico al proceso anterior. Constituye la reacción al serio deterioro y trastocación del sistema económico, de las instituciones políticas, los valores ideológicos y todas las relaciones sociales vigentes antes de la experiencia de la UP. Persigue asegurar la estabilidad del capitalismo dependiente y monopólico por un largo tiempo.

La contrarrevolución no es una simple recuperación de posiciones perdidas. Se propone una transformación profundamente reaccionaria de la sociedad chilena, una involución histórica en todos los planos que garantice a la gran burguesía y al imperialismo la represión exitosa de cualquier nueva amenaza revolucionaria a la estabilidad del sistema.

Este proyecto histórico y social regresivo, tiene su única posibilidad de reorganización en la consolidación del capitalismo dependiente con un alto grado de concentración monopólica. Estas características estructurales son determinantes para mantener al sistema en estado de crisis permanente, y su reafirmación sólo permite esperar la profundización extrema de sus contradicciones sociales.

Para la concreción de este proyecto social, la burguesía monopólica y el imperialismo, núcleo dominante y sostén principal de la sobrevivencia del capitalismo, al mismo tiempo que sus beneficiarios fundamentales, requieren fortalecer su alianza con el sector fascistizado de la pequeña burguesía. Las contradicciones emanadas del modelo económico y político de la restauración capitalista, plantean una reagrupación de las fuerzas sociales que resquebraja y reduce el amplio frente social movilizado contra el Gobierno Popular.

2. - El modelo económico de la restauración

La restauración de las deterioradas relaciones capitalistas de producción exige desatar un proceso de acumulación acelerada de capital, en base a la superexplotación de la mano de obra y al estímulo a la inversión extranjera que permite una reestructuración y modernización de la economía nacional, orientándola hacia nuevos mercados externos. Este proceso se caracteriza por la profundización de la dependencia externa a un grado sin precedente: La inversión destinada a elevar la capacidad exportadora en las ramas dinámicas y estratégicas de la industria, en la agricultura y en la minería, se hace absolutamente subordinadas al capital extranjero, desde el punto de vista financiero, comercial y tecnológico. La economía nacional se adapta a las necesidades y requisitos de un proceso de integración monopólica internacional subordinado a los intereses imperialistas. Este modelo ratifica incuestionablemente la impotencia histórica de la burguesía chilena para proponerse un desarrollo independiente y basa todas sus posibilidades de supervivencia en la dependencia de la economía imperialista.

La segunda característica del modelo es la progresiva concentración de la propiedad y la producción en manos del sector monopólico y el fortalecimiento del capitalismo en la agricultura. Esto implica la restricción máxima de las posibilidades de desarrollo del sector no monopólico de la economía, y su expoliación sistemática y en muchos casos su quiebra definitiva. Toda la política económica que ya se ha puesto en práctica sirve a los objetivos del modelo económico expuesto. La política de libertad de precios, el régimen de libre competencia, la política de sueldos y salarios, la política cambiaria, la rebaja de aranceles de importación, la restricción crediticia, el ahorro forzoso, la reforma tributaria, los cambios al régimen previsional, la política fiscal y presupuestaria, incluso el blanqueo de capitales, son medidas que se insertan orgánicamente en los propósitos generales y características de la restauración. El efecto de esta política ha sido desatar un profundo receso económico que hace sentir sus nefastas consecuencias sobre la producción industrial (textiles, alimenticias, cuero y calzado, gráfica, muebles y madera), el transporte privado, el comercio detallista y la producción artesanal.

En particular, el aumento desmesurado del valor de los insumos importados, ha tenido efectos catastróficos sobre la industria elevando los costos de producción a un nivel que producen presiones inflacionarias extremas y aumenta la cesantía, por el cierre de muchas empresas.

El eje y centro de gravedad del modelo de la restauración capitalista, lo constituye la superexplotación de la masa asalariada, en particular de la clase obrera. Las fuentes de los inmensos recursos que exige la consolidación del capitalismo dependiente, sólo puede ser el estrujamiento de la mano de obra. Con el aumento considerable de la explotación se financiarán las inversiones en actividades nuevas y más rentables, o en la modernización y renovación de los equipos industriales que hagan posible aumentar la productividad de la mano de obra. En esas condiciones, la producción industrial tendrá costos que le permitan competir en el mercado internacional. La superexplotación afecta al conjunto de las masas trabajadoras, empleados, técnicos, profesionales y clase obrera, deteriorando seriamente a los núcleos tradicionalmente mejor rentados, como es el caso de los trabajadores del cobre. Los instrumentos de la superexplotación son una política de sueldos y salarios que mantienen permanentemente los reajustes muy por debajo de la inflación, y las restricciones presupuestarias, que deterioran muy seriamente el sector público. La Escala Única expresa esta política, terminando con todas las conquistas de los trabajadores del Estado. La consecuencia de esto es una regresión progresiva de la distribución del ingreso y la riqueza, con inmensa pérdida del poder adquisitivo de la población. Un factor decisivo para posibilitar la superexplotación y la máxima reducción de los niveles de ingreso, es la mantención de un gran sector de trabajadores desocupados. Un ejército industrial de reserva en crecimiento resulta ser también requisito básico de la restauración capitalista.

Para la política económica restauradora, es virtual impulsar el comercio exterior en términos agresivos, más allá de los límites y restricciones proteccionistas que emanan de los acuerdos del Pacto Subregional Andino. Necesariamente la Junta planteará su revisión y de hecho su cancelación, dañando seriamente las relaciones con el Gobierno Peruano, principal impulsor de la integración Regional. Además de responder a las necesidades exportadoras de la restauración, el régimen militar servirá a las expectativas de penetración económica del subimperialismo brasileño en el mercado del Pacífico.

Una cuestión decisiva del modelo restaurador, es el largo plazo que requiere para conseguir sus objetivos. La gran cantidad de excedentes que necesita acumular en sus manos la clase dominante y la complejidad del proceso de modernización y reorientación de la estructura productiva, obligan a mantener durante muy largo tiempo y sin alteración ninguna, todas las condiciones y supuestos del modelo. Una de sus características ineludibles es por lo tanto, su falta de flexibilidad.

Entre las dificultades que enfrenta la consolidación del modelo en el plano económico cabe señalar, además de la recesión económica interna que ya se manifiesta, la carencia de un mercado de capitales interno eficiente, la falta de interés en la inversión privada extranjera, el aislamiento económico originado en el repudio político de los gobiernos menos reaccionarios y progresistas, la situación crítica de la balanza de pagos por el alza de las materias primas, combustibles y alimentos en el mercado internacional, los problemas en la renegociación de la deuda externa en el Club de París, etc. Aparte del aumento sin precedentes del precio del cobre, el aumento leve de la producción agropecuaria, y el respaldo activo del imperialismo norteamericano y del régimen de Brasil (aunque todavía no tiene una fuerte expresión de auxilio económico), el cuadro general para la política económica de la dictadura es desfavorable.

3. - Los requisitos políticos de la restauración

El Gobierno Popular fue derrocado por las FF.AA. instrumento de una amplia alianza de clases, capas y grupos, en que actuó como fuerza dirigente la gran burguesía industrial y agraria y el imperialismo, como fuerza principal la pequeña burguesía propietaria y no propietaria y como aliados los sectores no monopólicos de la burguesía, elementos del proletariado atrasado y sectores del subproletariado.

Las FF.AA. asumieron la plenitud del poder, como representantes del conjunto de la alianza, y en consecuencia, reflejan las contradicciones de esta alianza y la hegemonía de los intereses de la burguesía monopólica vinculada estructuralmente al imperialismo. Las instituciones armadas, y su alto mando, son de una composición de clase fundamentalmente pequeño-burgués y no propiamente oligárquica, como en otros países latinoamericanos.

Dado esto, la hegemonía de la gran burguesía en la política de la Junta Militar, es posible por dos razones: En primer lugar, porque sólo el imperialismo y los monopolios ofrecen un modelo de restauración y desarrollo del capitalismo, coherente con un cierto grado de viabilidad, a imagen y semejanza del modelo brasileño. Ni los sectores no monopólicos de la burguesía ni las fracciones pequeño burguesas pueden ofrecer un proyecto político y económico alternativo que sea viable. En segundo lugar, porque dentro del conglomerado de fuerzas movilizadas por la contrarrevolución, adquirieron progresiva importancia los sectores fascistizados de la pequeña burguesía, con importante expresión en la oficialidad alta y media de las FF.AA. Dada la crisis del sistema político liberal-parlamentario anterior, la burguesía monopólica encuentra en el modelo dictatorial fascista el instrumento adecuado para imponer el orden social necesario a sus intereses. Se produce una coincidencia de objetivos políticos del capital monopólico con la pequeña burguesía fascistizada, aunque sus intereses económicos no sean exactamente los mismos. Históricamente, siempre el fascismo ha tenido una base social pequeño-burguesa, pero sus postulados contradictorios se han convertido en el instrumento adecuado de los intereses del gran capital, aún a costa de los intereses propios de la pequeña-burguesía.

Estando representadas en las FF.AA. todas las corrientes políticas sumadas a la contrarrevolución, en su seno se desarrollan con fuerza y adquieren peso dominante los sectores fascistas, convertidos en agentes políticos del entendimiento entre el gran capital y los sectores fascistizados de la pequeña burguesía. Como resultado de esta hegemonía la dictadura militar asumió desde el primer momento un carácter fuertemente represivo y antipopular, condimentado ideológicamente por una exacerbación chovinista, un nacionalismo vago, un supuesto apoliticismo y el ingrediente fundamental del antimarxismo histórico. Respecto del modelo fascista típico, falta un Partido que canalice en términos de movilización y acción políticas el apoyo de masas de la dictadura en el sector fascista civil de la pequeña burguesía. Los ideólogos de la contrarrevolución se han planteado la formación de un movimiento cívico-nacionalista que sea el «brazo político» de la dictadura militar (declaraciones Jarpa-Arnello).

El punto más débil de la dictadura es la heterogeneidad de su base de apoyo inicial. La restauración del capitalismo dependiente está condicionada al desarrollo del modelo económico antes descrito, que genera fuertes contradicciones y provoca la paulatina y progresiva disolución de la alianza, conduciendo al inevitable aislamiento de la Junta. El modelo económico no le deja margen alguno a la dictadura para un juego populista por un largo plazo (hasta que no pueda contar con una mayor cuota de excedentes que se pueda repartir con otras capas sociales). El Estado represivo adquiere una importancia creciente como el factor extra-económico que hace posible el funcionamiento del modelo económico. Ello condiciona a nivel jurídico-político la liquidación de toda forma de democratismo, el desarrollo sin precedentes del aparato policial y militar y la mantención de una fuerte represión.

La tendencia a darle forma a un nuevo Estado (el «orden Nuevo» o Estado Resistente) es el resultado de la necesidad de la clase dominante de consolidar su hegemonía creando condiciones que permitan imponer el modelo económico de restauración.

El Nuevo Estado de características crecientemente fascistas, exige la destrucción de los partidos de la clase obrera y el receso obligado de los partidos políticos burgueses y pequeño burgueses. Ello ha tenido efectos concretos en la división del Partido Nacional, en una ala liberal republicana dirigida por Bulnes, y otra fascista dirigida por Jarpa y Arnello. En la Democracia Cristiana, el fracaso del freismo en su intento de poner a la Junta al servicio de su política, ha provocado su aislamiento interno. El afianzamiento de las tendencias fascistas del régimen militar ha conducido a la represión creciente contra el conjunto del Partido Demócrata Cristiano, y en particular, contra sus corrientes y personeros que han tenido una actitud de condenación a los desbordes represivos y a la política antipopular de la dictadura. La clase dominante, consciente de que con la dictadura fascista se juega su última carta para conservar y darle estabilidad a su dominación, no está dispuesta a tolerar ninguna forma de oposición política que represente el descontento social en ascenso.

La brutalidad y extensión sin precedentes en la historia contemporánea mundial de la represión política, económica e ideológica, acelera el aislamiento social y político de la dictadura.

La represión ideológica: cierre de facultades y carreras universitarias, expulsión de docentes, investigadores y estudiantes, la represión a las manifestaciones culturales y artísticas, la intervención militar de todas las universidades, el control y censura de todos los medios de comunicación de masas, la postergación de la intelectualidad profesional y técnica reducida a niveles de ingreso inferiores a los de un sargento; el drama cotidiano de las dueñas de casa que sufren más directamente que nadie la pérdida del poder adquisitivo; la represión a los colegios profesionales impidiéndoles fijar aranceles a sus asociados; la represión policial y tributaria del comercio; la discriminación y la arbitrariedad consagradas en la Escala Única del sector fiscal, son todos factores que influyen en el descontento general y repudio a la dictadura.

La única posibilidad de la dictadura de impedir la expresión política del creciente descontento social, es organizar la represión sistemática y masiva, recurriendo a todos los extremos de la barbarie fascista: la delación, la presión sicológica, la cárcel, la tortura y el exterminio físico de los militantes del movimiento popular o de la propia oposición pequeño burguesa.

La clase dominante ha renegado de la ideología liberal y republicana (que alimentó la resistencia al Gobierno Popular), y recurre a los valores característicos de la ideología fascista: todas las manifestaciones del irracionalismo, el oscurantismo, el chovinismo, el mesianismo, etc. Se impone la falsificación grosera de la historia nacional, el paternalismo social, el pragmatismo ciego, el sectarismo y el dogmatismo extremos, la exaltación de un supuesto orden nacional jerarquizado y excluyente.

La dictadura construye una ideología oficial haciendo suyos todos los retazos y desperdicios ideológicos burgueses que ayuden a justificar y a darle cierta legitimidad a la represión, a la organización política totalitaria, a la explotación abierta y generalizada.

La última carta de reserva de la dictadura para conjugar las consecuencias de su absoluto aislamiento social y político, es la exacerbación de sentimientos chovinistas y la agitación irresponsable de un conflicto exterior. En esta línea se explica la política agresiva del régimen ante el Gobierno progresista del Perú, que, junto al de Panamá, está en la mira del imperialismo como próximo obstáculo a derribar para consolidar su pleno dominio en América Latina, sustentado en regímenes dictatoriales incondicionales a su política e intereses económicos.

4. - La imposibilidad de una alternativa burguesa al fascismo.

La gravedad de la crisis de dominación capitalista dependiente plantea a corto y mediano plazo una crisis de políticas reformistas alternativas a la conducción burguesa actual expresada en la dictadura militar (generada eventualmente por un reajuste interno en las FF.AA. , o por un «prematuro» retorno a los cuarteles y consiguiente restauración de formas democráticas burguesas), dada su imposibilidad de contener el movimiento de masas.

Las condiciones de debilidad del sistema al cabo de tres años de Gobierno Popular, no admite un intento de consolidar el capitalismo aplicando las concepciones confusas del reformismo burgués. Los postulados de democratización política, elecciones libres, funcionamiento de poderes del Estado independientes, reducción de las FF.AA. a su rol estrictamente profesional, participación popular, intervención estatal en la economía, empresas de trabajadores y auto gestión, renegociación de los términos de la dependencia externa, control de la inversión extranjera y proteccionismo industrial, son todos propósitos que no se pueden conciliar con la mantención del capitalismo desde la profundidad de su crisis. La experiencia reformista jugó su oportunidad histórica con el Gobierno de Frei y fracasó. No fue capaz de morigerar las contradicciones del sistema, y ayudó a desatar las fuerzas sociales que condujeron a la victoria de la UP.

La contrarrevolución burguesa-imperialista en curso, con su modelo económico de restauración y la construcción de un estado de corte fascista, conduce en consecuencia, a la crisis final del capitalismo en Chile, como producto del inevitable fracaso de su último intento de supervivencia basado en el ejercicio ilimitado de la violencia contrarrevolucionaria.

La única y remota posibilidad en el plano de algunos años de que las FF.AA. se retiren del ejercicio directo del poder político sería como consecuencia de un significativo éxito de su modelo económico que les permitiría darle estabilidad al sistema. En todo caso, jugarían el papel de gerentes de una institucionalidad cuyo "democratismo" sería limitado, con plenas facultades de intervención y con una gran autonomía. Esta alternativa sería aceptable para el reformismo burgués, porque lograría cierta participación política.

IV LAS TAREAS DEL PUEBLO EN LA LUCHA POR LA DEMOCRACIA Y EL SOCIALISMO.

1. - Reflujo revolucionario y objetivos estratégicos de la clase obrera.

El triunfo de la contrarrevolución ha impuesto una situación de reflujo al movimiento popular. La violenta represión política ha desplazado al pueblo de las posiciones de poder ganadas anteriormente, ha deteriorado fuertemente la integridad de los partidos y de todas las organizaciones de masas.

La intensa represión ha tenido relativo éxito creando una correlación de fuerzas real muy desfavorable, que ha obligado al pueblo a replegarse profundamente, limitado en su capacidad de lucha actual. Desde el 11 de Septiembre en adelante, la represión fascista ha ido en aumento, y el retroceso del movimiento popular ha debido continuar.

El carácter general del periodo histórico, a escala universal, y el grado de desarrollo de la formación social chilena y sus contradicciones más profundas, plantea la vigencia del socialismo como objetivo histórico a conquistar en un proceso revolucionario cuyo protagonista principal es la clase obrera. La formulación de la estrategia de la clase obrera debe considerar la dictadura del proletariado, la revolución socialista, como su programa máximo, y definir un programa inmediato de acuerdo al obstáculo principal que se necesita superar para avanzar hacia la construcción del socialismo.

2. - Elementos fundamentales de la estrategia del proletariado.

Los problemas fundamentales planteados a los partidos de la clase obrera, son definir el carácter de la revolución y las fuerzas motrices en que se sustenta su desarrollo, y prever la vía o línea principal del desenlace de la lucha de clases.

Se parte de la base que el derrocamiento de la dictadura requiere, necesariamente, de una revolución en el sentido marxista del termino: la ruptura violenta de la superestructura política, es decir, el desarrollo de un proceso que culmine con la destrucción del Estado erigido por la dictadura, y su sustitución por un nuevo Estado, que exprese institucionalmente la hegemonía de las fuerzas sociales y políticas revolucionarias sobre el conjunto de la sociedad.

El carácter de la revolución está determinado por la contradicción principal que impide el desarrollo de las fuerzas productivas, por las tareas principales que se plantean a la clase obrera en esta etapa de desarrollo del país, en su camino al socialismo. Dicho de otra manera, por la necesidad de enfrentar el poder de los enemigos fundamentales de la clase, que constituyen la traba o dique social a aquel desarrollo. Hay una estricta relación entre el carácter de la revolución(antiimperialista, democrática, popular, con perspectiva socialista), el enemigo principal (imperialismo, burguesía monopólica y gran burguesía agraria), y la política de alianzas del proletariado (amplio frente antifascista). A una distinta definición del objetivo principal, corresponde un enemigo principal y una política de alianzas también distintos.

La revolución chilena sigue teniendo un carácter fundamentalmente democrático, antiimperialista y antimonopólico, de tipo muy avanzado y popular. Esto obedece al carácter dependiente y de alta concentración monopólica que constituye el imperialismo, la burguesía monopólica y agraria el núcleo central, eje de sostenimiento y centro de gravedad de la dominación capitalista del país.

La concentración del poder económico y político capitalista en este núcleo dominante, y el peso de los restos de formas precapitalistas de producción (pequeña producción mercantil), condiciona una estructura de clases y un sistema de contradicciones tal, que permite agrupar en torno al proletariado no sólo a las capas de la pequeña burguesía urbana y rural, sino también a las fracciones dominadas de la burguesía mediana y pequeña.

El obstáculo principal que se debe enfrentar hoy para impulsar el desarrollo del proceso revolucionario (y avanzar en su perspectiva socialista), es el poder del núcleo dominante expresado en la dictadura militar y el Estado fascista que ésta construye. El derrocamiento de la dictadura y la destrucción del Estado fascista se convierten en el objetivo principal frente al cual el proletariado debe acumular todas las fuerzas posibles, explotando minuciosamente todas y cada una de las contradicciones existentes entre los enemigos principales y el resto de las clases, capas y fracciones de clase.

El derrocar una dictadura y destruir un Estado totalitario no es necesariamente una tarea socialista. El inmenso poder concentrado por los enemigos principales por medio de la dictadura, exige contar con todas las fuerzas susceptibles de movilizarse, para enfrentarlos y derrotarlos. Si no se elimina ese obstáculo principal, resulta utópico proponerse los objetivos subsiguientes. La dirección que la clase obrera debe asumir en esta revolución es determinante para que la perspectiva socialista no sea simplemente un planteo utópico. No es correcto postular la revolución socialista en esta etapa, en tanto ella exigiría levantar un programa que planteara la destrucción de todas las formas fundamentales de propiedad burguesa. Ello colocaría al conjunto de las fracciones y capas de la burguesía en contra de la clase obrera, la que no es capaz por sí sola, de derrotar a la dictadura y al poder acumulado de todas las clases y capas no asalariadas. El carácter de nuestra revolución, no siendo socialista desde el inicio, lleva los gérmenes de su transformación en socialista, en un proceso único.

Las posibilidades de concretar una amplia alianza que explote todas las contradicciones objetivas, dependen de la formulación de un programa que considere las reivindicaciones comunes al proletariado, la pequeña burguesía y las fracciones no monopólicas de la burguesía, la democracia política y el desarrollo independiente del país. En torno a estos objetivos se puede movilizar y contar con la fuerza de aliados que no tienen interés por el socialismo, pero que son indispensables para allanar el obstáculo principal de hoy, al curso ascendente de la lucha revolucionaria de la clase obrera.

Tampoco corresponde eludir esta necesidad planteando la lucha por la democracia y el socialismo simultáneamente. Lenin no planteaba una lucha simultánea del proletariado ruso contra el Zar y los terratenientes, y también contra la burguesía. Todas las revoluciones de los países dependientes (China, Corea, Vietnam, Cuba) y aquellas que se han desarrollado en los países liberados del fascismo (democracias populares europeas), han atravesado por una primera etapa democrática.

El planteamiento correcto de la dialéctica democracia-socialismo es una cuestión de la mayor importancia política. Lenin señalaba en 1921 que ni los anarquistas, ni los pequeño-burgueses radicales «casi socialistas«, al estilo de los socialrevolucionarios, ni los reformistas de la II Internacional fueron capaces de comprender esta correlación existente entre la revolución democrática y la revolución socialista.

Cuando más estrecha y brutal se hace la política de dominación del imperialismo y los monopolios, más amplia y flexible y no más sectaria ni infantilista debe ser la política proletaria.

Todo lo anterior no es en absoluto contradictorio con la posibilidad de subrayar con máxima claridad la perspectiva socialista de la revolución. En relación con las experiencias históricas citadas (China, Cuba, etc.), la revolución chilena tiene un carácter mucho más avanzado, por el grado relativamente más importante del desarrollo capitalista, por la rica experiencia política del pueblo en la lucha de clases, y por el grado de crisis a que ha llegado el sistema de dominación durante la experiencia del Gobierno Popular y el agotamiento de todas las alternativas burguesas.

3. - El programa democrático, popular y antiimperialista de la revolución.

Los elementos básicos del programa mínimo de la clase obrera y el Partido, válido como objetivo estratégico parcial, son el derrocamiento de la dictadura, la destrucción del Estado fascista, la construcción de un nuevo Estado democrático, popular y anti imperialista y la reivindicación de todas las conquistas sociales, económicas y políticas alcanzadas por el pueblo antes de la contrarrevolución.

La condición fundamental para que la victoria popular en la resistencia antifascista sea decisiva, es la modificación sustancial del carácter de clase del Estado, indispensable para reprimir los inevitables intentos contrarrevolucionarios, junto a medidas políticas y jurídicas revolucionarias que garanticen el aplastamiento definitivo de los fascistas y los cómplices de sus crímenes.

El nuevo poder revolucionario, no sólo restaurará los derechos democráticos de que el pueblo ha sido despojado, sino que los ampliará por todos los medios. Será preciso tener en cuenta algunas características de la ideología política de amplias capas medias para consolidar su participación en la alianza. Deben considerarse los conceptos de pluralismo, régimen amplio, de partidos, sufragio universal, etc., que no se refieren al tipo de Estado sino que a formas de gobierno. Que no se trate de majaderías reformistas lo demuestra el hecho de que Lenin planteaba el juego democrático de los partidos revolucionarios en el ámbito de los soviets y afirmaba que las restricciones electorales que estableció la revolución rusa «son un problema puramente ruso y no es un problema de la dictadura del proletariado en general». ("La revolución proletaria y el renegado Kautsky").

El programa económico, fundamental en la destrucción del poder del capital imperialista, los monopolios y los terratenientes, debe construirse en torno a los objetivos de una economía de transición, con un área social dominante, un área de cogestión y un área privada, garantías para la mediana y pequeña propiedad, control popular organizado sobre la producción y la distribución, planificación de la economía, etc.

El Estado que surgirá de la revolución antifascista será un Estado de Nueva Democracia. El frente no debe perseguir la simple restauración del Estado y la organización política democrático-burguesa, destruida por el fascismo.

Ello sería volver atrás a una situación superada por la historia.

Se trata de construir una nueva institucionalidad que asegure efectivamente el control por parte de la mayoría del pueblo de la dirección del Estado, y que destierre para siempre al fascismo del país. Será necesario destruir para transformar todas las instituciones que el fascismo haya desarrollado y, sobre todo convertir a las FF.AA. y policiales en instrumentos al servicio del pueblo. Sólo la transformación de las FF.AA. en instituciones controladas por el pueblo, garantizará, en último término, el carácter genuinamente democrático del nuevo Estado. Por lo tanto, no se trata de restaurar la vieja democracia burguesa, sino de crear una nueva democracia popular, que exprese la dirección del pueblo (de la alianza antifascista) sobre el conjunto de la sociedad.

Democracia popular en el sentido que garantizará todos los derechos políticos y sociales de las diversas clases y capas del pueblos y demás expresiones políticas. Dictadura popular en el sentido que reprime enérgicamente al fascismo y destruye el poder del núcleo de dominación imperialista, monopólica y terrateniente.

En suma, tras el derrocamiento de la dictadura, se abre un periodo de intensa lucha caracterizada por las tentativas de recuperación del poder de los sectores minoritarios contrarrevolucionarios, y por un esfuerzo desesperado por explotar las contradicciones entre el proletariado y los sectores menos consecuentes de la alianza antifascista.

Esta etapa, marcada por la represión y el aplastamiento definitivo del fascismo, impulsada por una alianza amplia del proletariado y capas medias, entre las cuales existe una relación de unidad, pero también de lucha, tiene una duración y desenlace que depende de qué fuerza establece su hegemonía, en definitiva, sobre el frente político de la revolución.

El carácter del Estado de transición que surge tras la caída del fascismo, es un problema de relaciones de fuerzas.

La hegemonía sin contrapeso de la clase obrera se expresará en un estado democrático popular sin configuración institucional acabada, cuya característica esencial es la destrucción de los aparatos represivos, la desarticulación de las FF.AA. y policiales como instrumentos de la burguesía y el control efectivo de la clase obrera en su reorganización. Se trata de un periodo inestable, de transición. La revolución adquirirá carácter socialista, planteándose como nuevo objetivo programático, la supresión de todas las formas de explotación, por métodos indudablemente distintos a los necesarios en la expropiación del capital extranjero y los monopolios, pero que expresarán el ejercicio de la dictadura del proletariado.

De darse una hegemonía de la clase obrera limitada por una fuerza considerable de la pequeña burguesía consecuente, se establecería un Estado democrático popular con institucionalidad propia, desarrollada, que expresaría claramente la hegemonía de la alianza antifascista sobre el conjunto de la sociedad. Las FF.AA. serían depuradas de la influencia fascista y reestructuradas, pero no convertidas en instrumento exclusivo de la clase obrera, quedando bajo control conjunto del frente. La perspectiva socialista dependería del fortalecimiento y consolidación del papel dirigente de la clase obrera en el proceso.

En el muy improbable caso que se diera una hegemonía pequeño burguesa en la revolución, se generaría un estado democrático, depurado de fascismo con una institucionalidad menos definida y con FF.AA. reservadas como instituciones apolíticas por «encima» de las contradicciones sociales, conservando su autonomía y posibilitando la restauración de la vieja democracia.

En todo caso, con la derrota de los enemigos principales y la destrucción del Estado fascista, se iniciará un proceso irreversible de avance hacia el socialismo, garantizado por la nueva institucionalidad e impulsado resueltamente por el proletariado, a la cabeza de una alianza de clases mayoritarias (no necesariamente idéntica a la que derrocó a la Junta). La posibilidad de la transformación de la revolución en socialista en un periodo muy corto, depende del rol dirigente del proletariado en la fase democrática de la revolución. El paso al socialismo será, con toda seguridad, rápido, constituyendo un proceso continuo y único.

En la experiencia de las democracias populares europeas y de las revoluciones china, coreana, vietnamita y cubana, las etapas democráticas y socialistas constituyeron dos fases sucesivas de un proceso revolucionario único, que en todo momento estuvo dirigido por la clase obrera. Una característica importante de tal transformación es que no se produjo un reagrupamiento significativo de las fuerzas de clase. Casi todos los aliados de la clase obrera en la etapa democrática de la revolución, apoyaron el viraje hacia la construcción socialista. Sin embargo, el paso de la revolución de una etapa a otra no fue un proceso exento de choques de clase, las cuales en algún país (Checoslovaquia, en 1948, por ejemplo), llegaron a adquirir carácter agudo.

4. - La política de alianzas y la hegemonía de la clase obrera en el frente.

Desde el punto de vista de las fuerzas motrices de la revolución, la orientación estratégica es unir a todas las clases y capas del pueblo que tienen contradicciones objetivas con los enemigos fundamentales. Por cierto, no todos los sectores no monopólicos ni anti imperialistas, tienen contradicciones de la misma naturaleza con aquellos; pero las condiciones políticas y sociales creadas por la contrarrevolución permiten consolidar una férrea alianza entre la clase obrera, el sub proletariado, y una gran parte de la pequeña burguesía no propietaria y propietaria, y, en torno de este bloque fundamental agrupar como aliados secundarios, o al menos neutralizar, a los sectores no monopólicos de la burguesía, fuertemente golpeados por la política de la dictadura.

La alianza no se producirá espontáneamente ni con facilidad. Es obligación de la clase obrera y sus vanguardias conquistarla, y ello implica no sólo postular las reivindicaciones y considerar los intereses particulares de cada sector en el programa, sino también conseguir el entendimiento con los representantes y agentes políticos de las diversas clases y fracciones de clase.

La alianza pluriclasista encabezada por la clase obrera encontrará su expresión en el Frente Anti Fascista, donde deben confluir la Unidad Popular, el MIR y la Democracia Cristiana, sobre la base de la hegemonía de su sector democrático y progresista. El desarrollo del proceso unitario y su fortalecimiento conduce a la derrota de la derecha D.C.. Frei no es, precisamente, el llamado a encabezar a la D.C. en la alianza antifascista. Su compromiso con los golpistas, antes del 11 de Septiembre, y su fatigosa y rastrera búsqueda de ser elegido por el imperialismo como la alternativa menos sanguinaria de Pinochet, lo ubican en el campo de los aliados de los grandes capitales extranjeros y nacionales.

El carácter revolucionario de la alianza y del Frente, y el resguardo de los intereses históricos de la clase obrera, está sustentado en el ejercicio de una real hegemonía suya en él. La cuestión del papel dirigente de la clase obrera se convierte, más que nunca, en decisiva para asegurar el avance consecuente de la lucha por el programa del frente.

En el Frente tienen particular vigencia los conceptos de unidad y lucha, al agrupar fuerzas sociales y políticas muy diferentes, entre las que subsisten importantes contradicciones internas. De allí la necesidad de conservar la más completa independencia de clases del proletariado y la importancia crucial de su hegemonía, que depende en lo esencial, del desarrollo de una dirección única proletaria.

Condición básica para ello es pasar a nuevos niveles de unidad en las relaciones socialista-comunista, y consolidar cada vez más estrechamente la alianza con las demás organizaciones de la Unidad Popular.

Para asegurar la dirección proletaria del frente es imprescindible que los partidos populares superen sus deficiencias orgánicas, ideológicas y políticas. La responsabilidad fundamental corresponde a los partidos Socialista y Comunista, vertientes históricas de la clase obrera chilena. Sobre la base de la enseñanza de los éxitos y fracasos anteriores, es posible construir una línea justa. Esta tarea revolucionaria fundamental, la crítica y la autocrítica, debe realizarse desde el interior del movimiento popular y de los partidos obreros, en particular, al calor de los nuevos combates librados contra la dictadura fascista. Es una pretensión absurda intentar hacer tabla rasa de la rica experiencia de los partidos de la clase obrera y creer mecánicamente que ellos no tienen vigencia, postulando su reemplazo por pseudo-vaguardias «puras, sin pecados originales».

La calidad de partido revolucionario se demuestra también por el reconocimiento franco de sus propios errores y su superación. Esta actitud es comprendida y respaldada por los sectores conscientes de la clase obrera, y sólo de esta manera se reconquista plenamente su confianza.

Conviene reiterar una vez más la importancia fundamental que tiene la unidad socialista-comunista, por el papel histórico del Partido Comunista, partido obrero revolucionario, y hacer presente la necesidad de una fraternal crítica mutua.

El Partido Comunista es un Partido ligado históricamente al desarrollo del proletariado chileno, prioritariamente a su núcleo minero industrial, y al movimiento obrero internacional, desde su misma fundación. Ha sido una fuerza inserta vitalmente en las luchas del movimiento popular, contribuyendo poderosamente a su organización y desarrollo ideológico. No es por casualidad que se reconoce en la clase obrera un alto grado de maduración política. Esta tarea la ha compartido con el PS, que se ha incorporado hace ya 41 años a los combates populares.

Sin pretender hacer un análisis histórico, tarea que las direcciones del movimiento popular tiene pendiente (que explica la existencia de dos partidos revolucionarios con decisiva influencia en la clase obrera), parece necesario señalar con ánimo unitario y constructivo algunas de las debilidades observables en el trabajo político y de masas del PC, especialmente durante los tres últimos años.

El proletariado consciente es organizado, disciplinado y firme, pero muy apegado a las fórmulas tradicionales de organización y lucha de masas. Dada la línea principal del desarrollo de la lucha de clases, centrado en las formas electorales, el proletariado chileno carece de la vivencia de la combinación de variados métodos de lucha en un periodo corto de tiempo (a diferencia del proletariado ruso, por ejemplo). Esta limitante afectó de manera importante el desarrollo de la lucha de masas en las nuevas condiciones generadas por la victoria de la UP.

Los métodos de lucha a través de los cuales nuestra clase obrera y el pueblo lograron grandes éxitos de carácter económico-social y en sus derechos políticos, fueron sobrevalorados en sus posibilidades históricas por el Partido Comunista. La lucha económica y electoral, como instancias fundamentales en las batallas de los trabajadores en el pasado, en el seno del PC adquirieron dimensión excluyente. La posibilidad de una vía pacifica, o no armada, fue magnificada, lo que redundó en ilusionismo y en errores fatales de apreciación del carácter de clase de las instituciones democrático-burguesas. En gran parte de su masa militante, tal concepción era absolutamente predominante.

Si para los infantilistas de izquierda la cuestión del enfrentamiento violento constituía el tema único, primero y último de la lucha de clases, para el PC, por contraposición, estaba marginado o era eludido de un análisis específico y oportuno. Esta actitud fue además, por sí misma orientadora para los cuadros medios y militantes de base comunistas. El PC tendió a sobrevalorar los aspectos tácticos, sin resolver siempre correctamente la ligazón de la táctica con la estrategia. Respecto al problema de la alianza con las capas medias, el PC mantuvo una política ajustada al Programa, pero perdió de vista la necesidad de construir esta alianza desde posiciones de fuerza, extremó su cautela y no impulsó con decisión el desarrollo de las nuevas formas de organización popular. Reflejo de ello, la CUT tuvo un insuficiente desarrollo de su trabajo de organización y de masas, y no cubrió adecuadamente los requerimientos que imponían las nuevas circunstancias. De aquí, debilidades serias en la participación, falta de control respecto a los interventores y de la burocracia estatal, casi nulo trabajo en los Comités de Vigilancia del Área Privada (gérmenes de control obrero, que hubieran permitido combatir el boicot patronal e imponer metas económicas del Gobierno Popular), mala ligazón con sus organismos intermedios, deficiente desarrollo de la organización base territorial de la CUT, que hizo de los cordones caja de resonancia de corrientes anarquistas y aventureras, a excepción de donde existía previamente organización de la CUT.

Además, el PC no ha demostrado una comprensión adecuada de la especificidad histórica del Partido Socialista, su arraigo obrero y de masas, su acceso a sectores sociales que no se identifican con el PC. De la incomprensión del perfil y personalidad histórica del Partido Socialista, se desprende el sectarismo en la base, pese a las reiteradas declaraciones acerca de la importancia de la unidad.

Por cierto, en todos los problemas anotados existe una cuota de responsabilidad compartida que se analizará más adelante.

El valioso aporte de cada uno de los demás partidos de la Unidad Popular debe contribuir a canalizar la adhesión a posiciones revolucionarias de grupos o capas sociales no interpretadas por socialistas ni comunistas.

Por otra parte, el MIR, expresión política de un sector de la pequeña burguesía revolucionaria, debe aportar a la lucha antifascista, pero es indispensable que manifieste una actitud responsable y efectivamente unitaria. En el MIR priman concepciones incorrectas en el plano programático, incapacidad para comprender el carácter de la experiencia de la Unidad Popular, excesivo voluntarismo y subjetivismo que impregnan su política, lo que a su vez lo conduce a estimular políticas aventureras, que sectarizan su trabajo. Sigue desconociendo sus graves errores y su débil inserción en la clase obrera, que no justifican su chovinismo partidario extremo y sus pretensiones vanguardistas excluyentes.

5. - El problema de la vía revolucionaria.

El derrocamiento de la dictadura sólo será posible en la medida en que el frente anti fascista logre acumular más fuerzas que el fascismo, en todos los planos, político, social, ideológico y militar. Las formas que asumirá el decisivo enfrentamiento de fuerzas, no puede delimitarse con precisión ahora, cuando aún no se logra prever con claridad la evolución probable de algunos factores tan esenciales como el grado de aislamiento político de la Junta, las contradicciones al interior de las FF.AA., la capacidad de manejo de la situación económica, el desarrollo de la alianza deseable en el campo popular, la capacidad de sobrevivencia y desarrollo del movimiento de masas y los partidos, la capacidad de desarrollo de la autodefensa popular frente a la agresión, etc.

Sin embargo, es ineludible la definición de nuestra revolución. El prever la línea principal del desenlace de la lucha de clases, no significa en absoluto negar la flexibilidad táctica, ni la necesidad de preparación adecuada para desarrollar todas las formas de lucha.

La vía es una previsión estratégica posible, indispensable para la vanguardia no sólo en condiciones de situación revolucionaria inminente, sino durante los diversos estados de desarrollo de la lucha revolucionaria. Renunciar a una formulación acerca de la vía, significa en la práctica caminar a ciegas, arriesgar a encontrarse inesperadamente en presencia de una situación revolucionaria que exija una capacidad de lucha no desarrollada oportuna y seriamente.

En la revolución rusa, la vía estaba planteada por Lenin ya desde «dos Tácticas»(1905), aunque hubo en la práctica variaciones importantes, perspectivas nuevas (como la que se abrió en febrero y octubre de 1917, con la consigna de «todo el poder a los soviets», y la posibilidad del tránsito pacífico), en lo fundamental su curso siguió los lineamientos previstos por los bolcheviques. Aun más, en «dos tácticas», Lenin plantea la insurrección como vía probable y deseable de la revolución democrática rusa, para demoler el aparato estatal y facilitar el pasaje a la revolución socialista.

La determinación del carácter de la vía depende de múltiples factores, situación internacional (carácter de la época, correlación de fuerzas internacional, situación de flujo o reflujo revolucionario), situación regional, situación interna (formas de dominación de clase, características del aparato estatal y sus instrumentos represivos, desarrollo de la ideología, extensión de la lucha política, correlación de fuerzas real y su evolución probable, etc.).

En una primera aproximación, se puede afirmar que, aunque en importantes periodos de la resistencia anti fascista se emplearán principalmente métodos no armados, y aunque el factor esencial de la acumulación de fuerzas para derribar la dictadura será la lucha política y de masas, en la fase final de la lucha las formas de lucha armada tendrán una importancia decisiva.

Las condiciones generales de desenvolvimiento de la resistencia popular a la dictadura fascista, permiten descartar las líneas que ponen en primer lugar la actividad conspirativa y la lucha de elites, y no el combate de las masas populares, llámese foquismo, guerrillerismo urbano o rural, etc. Tampoco existen condiciones propicias para el desarrollo exitoso de una guerra popular de curso prolongado con liberación de zonas parciales.

La forma más probable de derrocamiento de la dictadura es la insurrección armada, definida por Lenin como «aspecto particular de la lucha política» en que confluyen simultáneamente todos los factores de la crisis del sistema de dominación, llevada a su último extremo por el ascenso acelerado de todas las formas de lucha política, económica, ideológica de masas y se pone a la orden del día el levantamiento armado de las fuerzas populares para tomar el poder.

El desencadenamiento de una insurrección con perspectivas de éxito requiere de un conjunto de condiciones políticas, sociales y militares. Desde el punto de vista político y social la condición fundamental es el aislamiento y la debilidad extrema de la dictadura, su incapacidad manifiesta de resolver los problemas del país, el desarrollo de una gran movilización de masas, y un estado subjetivo de confianza de las masas en sus fuerzas y en su dirección política. Desde el punto de vista militar se requieren dos condiciones simultáneas: el desarrollo de la capacidad militar y paramilitar de las masas –especialmente obreras- que les permitan copar y defender los centros vitales de la economía en las zonas estratégicas del país y, la existencia de una fracción de las FF.AA. dispuestas a combatir a la dictadura. Por último, el desencadenamiento de una insurrección requiere una sólida y eficiente dirección que centralice la conducción del movimiento de masas, del frente político y de los sectores antifascistas de las fuerzas armadas.

6. - Acerca de la táctica.

Una cuestión es la definición clara sobre el camino más probable de la revolución (problema estratégico), y otra distinta, la enunciación de la táctica, que no tiene por que explicitarse en todas sus partes.

Algunos aspectos esenciales de la táctica del movimiento popular en la resistencia antifascista son la combinación de todas las formas de lucha, de acuerdo a las condiciones concretas que se presenten, la sustentación de la resistencia en el inmenso desarrollo del movimiento de masas, y la ligazón de todas las reivindicaciones parciales de los diversos sectores y capas del pueblo con los objetivos programáticos de la etapa actual.

Se debe partir de la base que la primera fase es de reconstitución de vanguardias políticas del pueblo, de reorganización y de activación del movimiento de masas.

Después de los recios y graves golpes recibidos, el movimiento popular debe reagrupar sus fuerzas, lograr que se agrupen de nuestro lado todos los descontentos con la política de la Junta y crear las condiciones orgánicas y políticas para impulsar una lucha ascendente que conduzca a una situación revolucionaria.

Lo prioritario hoy día, es preservar las fuerzas del pueblo, acrecentarlas considerablemente y mantener iniciativas políticas que demuestren que no está vencido, que den confianza a las masas y abran camino a combates decisivos.

Las vanguardias populares deben movilizar todos los recursos a su alcance para combatir el inmenso poderío ideológico publicitario de la dictadura. Se necesita educar al pueblo para defenderse de la represión, agitar todos los problemas sentidos por las masas, desenmascarar al régimen, convencer a los vacilantes, denunciar a los traidores, combatir el quietismo y multiplicar todas las formas de resistencia.

El movimiento popular no parte de la nada y por lo tanto no puede convertir la resistencia antifascista en una simple actividad conspirativa. La fuerza del movimiento de masas ha sido muy deteriorada, pero proporciona la base más sólida para la lucha contra la dictadura. Una tarea de la mayor importancia es la reconstrucción del movimiento sindical y de la organización campesina, donde la dictadura ha combinado la represión criminal con las pretensiones de control de un sector atrasado y desclasado de masa asalariada.

Las vanguardias del movimiento popular deben orientar la lucha que se manifiesta casi espontáneamente en los sectores poblacionales, donde más pesan los efectos de la crisis económica y la cesantía. Es vital combatir con éxito los intentos de la dictadura fascista de influir sobre el sector femenino de la población, a través de organizaciones oficialistas y de la intensa presión ideológica. Es importante también encauzar la resistencia de la juventud estudiantil y los sectores intelectuales, portadores de una profunda vocación democrática y libertaria, que deben convertirse en aliados importantes de la clase obrera en la lucha antifascista.

El movimiento popular debe resolver correctamente la actitud frente al personal de las FF.AA., valorando las contradicciones que se dan entre sus niveles de mando superior, oficiales, sub oficialidad, personal de planta y conscriptos, las contradicciones entre ramas y, principalmente, las contradicciones políticas entre el sector fascista, dominante a nivel de los mandos, y los elementos conservadores no fascistas «profesionalistas», e incluso progresistas que vienen de vuelta de su actitud de conciliación y tolerancia con el fascismo. El pueblo debe comprender que incluso en el interior del aparato represivo, tiene y puede ganar aliados. A corto plazo hará crisis la contradicción entre la descarada política pro imperialista de la Junta (indemnización a las empresas del cobre, instructores yanquis y brasileños en los cuarteles, etc.) y el pretendido nacionalismo de los planteamientos fascistas y el nacionalismo anti imperialista de algunos oficiales y sectores de la sub oficialidad.

El problema inmediato más importante es concretar la agrupación de fuerzas sociales, dándole forma al Frente Antifascista. Las reivindicaciones comunes que permiten agrupar fuerzas deben acogerse en un Programa de acción inmediata que proponga:

a) La defensa y garantías de respeto de los derechos humanos, sistemáticamente atropellados por la dictadura. Fin al estado de guerra interna.

b) La restitución de todas las libertades públicas y derechos políticos, cancelados por la Junta. El respeto a los derechos sindicales y a todas las organizaciones del pueblo.

c) La defensa del nivel de vida de las masas, con reajustes proporcionales a la inflación desatada, y restitución de todas las conquistas sociales de los trabajadores.

d) La defensa de la independencia y la soberanía nacional amenazada por la penetración imperialista amparada y alentada por la junta.

En base a este programa inmediato, las vanguardias de la clase obrera pueden aislar política y socialmente a la dictadura, y construir el Frente Antifascista.

V EL PARTIDO Y LA CONSTRUCCIÓN DE LA VANGUARDIA REVOLUCIONARIA.

1. - Necesidad de una crítica marxista leninista.

La dramática experiencia vivida por la clase obrera y el pueblo en los últimos anos, confirma categóricamente que el triunfo de la revolución no depende únicamente de un desarrollo adecuado de las condiciones objetivas, y de la enunciación de una estrategia correcta desde el punto de vista del proletariado. La derrota de la Unidad Popular demostró la importancia determinante del factor subjetivo, expresado en una fuerza política dirigente del proceso revolucionario. Sin una vanguardia organizada, que haga posible la mediación entre teoría revolucionaria y la práctica revolucionaria consecuente de la clase obrera y el pueblo, no es posible conquistar la victoria.

La construcción de la fuerza dirigente de la revolución es la tarea esencial, y su cumplimiento pasa por la gestación de una dirección única proletaria. La experiencia histórica indica que la construcción de la fuerza dirigente no es una cuestión que se pueda intentar en abstracto, al margen de las luchas concretas. La vanguardia debe forjarse al calor de la resistencia antifascista, paralelamente al avance en la construcción del frente.

Conquistar una dirección única proletaria, exige comprender profundamente el carácter de los partidos que la clase obrera se ha dado en su larga lucha, el papel que les ha correspondido jugar y el aporte que pueden y deben hacer en los planos teórico, ideológico, organizativo, de influencia de masas, etc.

Para comprender la naturaleza especifica y el carácter del Partido, y el rol que ha cumplido en la lucha de clases, sobre todo en los últimos años, es necesario estudiar su raíz histórica y analizar su práctica política revolucionaria, a la luz del marxismo-leninismo, desarrollando una critica profunda, que se inserta en la crítica y autocrítica que la experiencia pasada exige a todo el movimiento popular. Demostrando responsabilidad y honestidad absoluta en el reconocimiento de los errores, se conquista la confianza de las masas y el reconocimiento a la calidad de fuerza de vanguardia.

La crítica que debe realizarse supone precisar el grado de responsabilidades de los actores-sujeto del proceso histórico: lideres, dirigentes, partidos y movimientos. Exige situar los factores subjetivos en el contexto de la realidad objetiva en que actúan. De esta manera se evitará el error de explicar el complejo proceso histórico de una revolución, en base a las genialidades o debilidades de los líderes. Asimismo, se evitará la actitud superficial de descargar todos los fracasos en las solas condiciones objetivas (situación económica, marco internacional, etc.).

Esa crítica debe ser masiva. En la autocrítica debe participar todo el Partido, y el objeto de la crítica es también todo el Partido, tanto su dirección nacional, como sus direcciones intermedias y organismos de base. Hay que reconocer y corregir errores cometidos a todos los niveles.

La crítica se hace desde un punto de vista de clase y desde la óptica del proletariado, sirve para avanzar en la revolución, para construir organización revolucionaria y con esa perspectiva debe estimularse, y combatir con la mayor energía la crítica destructiva, pequeño burguesa, que sirve de instrumento al enemigo porque se usa para dividir y desintegrar al Partido.

Es una crítica revolucionaria en tanto se hace al calor de la lucha. Es una crítica entre combatientes y herramienta de construcción orgánica. Requiere calidad moral y revolucionaria, por lo tanto no se puede aceptar la de quienes no están comprometidos en la lucha popular, de los desertores, o de los ociosos. El Partido acepta y recoge la crítica de cualquier militante y la que surge en el seno de las masas, pero no tolerará más la de los franco tiradores de izquierda, que pontifican sobre táctica y estrategia, ni de aquéllos que, a nombre de la «idiosincrasia socialista», defienden desviaciones de derecha, superadas por la historia del Partido, sin asumir ninguna responsabilidad política.

El Comité Central considerara debidamente todas las críticas, opiniones y aportes que provengan de los niveles de dirección intermedia y de la militancia del Partido, avalados por una práctica revolucionaria consecuente, y de carácter constructivo.

Bajo los supuestos enunciados, la crítica ayudará decisivamente a un proceso de reconstrucción del Partido, proletarizándolo en su ideología, en su línea política, en su organización y en su práctica concreta en la lucha de clases, y fortalecerá su unidad a un nivel superior, derrotando definitivamente las posiciones anti marxistas y disolventes.

2. - El Partido Socialista en las luchas del pueblo chileno.

El Partido Socialista esta indisolublemente ligado, en su generación y desarrollo, a las alternativas de la lucha de clases de los últimos 40 anos. Desde su fundación se entronca profundamente a la realidad social latinoamericana y a la lucha anti imperialista continental; y progresivamente, se inserta en el movimiento obrero y revolucionario internacional, sobre todo luego que la experiencia de la Revolución Cubana demostró que, hoy por hoy, todo movimiento revolucionario nacional consecuente, necesita apoyarse y contribuir en la lucha internacional contra el imperialismo.

El Partido nació en el contexto de la crisis mundial del capitalismo de 1929, y sus dramáticos efectos en el país: crisis de la industria salitrera, cesantía masiva, aumento de la miseria de los trabajadores asalariados, deterioro violento del nivel de vida de las capas medias y el consecuente ascenso de la lucha social, con repercusiones serias en lo político, que condujeron a la República Socialista de 1932 y a la reacción represiva posterior. El movimiento revolucionario mundial vivía una crisis de conducción y una situación de reflujo, caracterizada por una política infantil y sectaria de la III Internacional, la oposición violenta entre el movimiento revolucionario y el reformismo obrero (II Internacional), la derrota de las experiencias revolucionarias de China y Europa Central (Alemania, Polonia, Hungría), y el surgimiento triunfante del fascismo (Italia y Alemania). Esta situación se expresaba en el plano nacional, en la ausencia de una real vanguardia popular; el joven Partido Comunista se hallaba gravemente aislado de gran parte de las masas asalariadas y de otras organizaciones de izquierda.

El Partido surgió con un proyecto de transformación revolucionaria muy general, de carácter pequeño burgués democrático, fuertemente impregnado de latinoamericanismo anti imperialista. Las definiciones teóricas y políticas del PS no fueron socialdemócratas, en la acepción leninista del concepto. En la primera Declaración de Principios se postulaba la necesidad de la «dictadura de los trabajadores organizados» para poder hacer efectivas las transformaciones socialistas, rechazando expresamente la posibilidad de un tránsito evolutivo como era planteado por los reformistas de la II Internacional.

Sin embargo, la aceptación del marxismo, «rectificado y enriquecido», dejaba traslucir una gran debilidad teórica, expresando en esa forma ecléctica la ambivalencia clasista del Partido: los sectores más afectados por la crisis - asalariados y pequeña burguesía- eran interpretados con una amplitud sin contornos por el PS.

Durante de década del 30, el Partido consolidó su influencia entre las capas de pequeña burguesía más empobrecida, funcionarios, artesanos, juventud intelectual y entre los sectores de la clase obrera no interpretados por la política del PC. En todo caso, el Partido no logró desarrollarse en el núcleo principal de la clase obrera de la época: el proletariado minero. Su política radical llenó un vacío en la izquierda y no constituyó una alternativa derechista en el movimiento popular. Mantuvo una actitud consecuente, sin caer en el oportunismo reformista que caracterizó a los partidos socialistas en general. Reflejó el ascenso del populismo revolucionario nacionalista de América Latina, que tuvo expresión en el APRA peruano, ADECO en Venezuela, MNR en Bolivia, varguismo en Brasil, peronismo en Argentina, y la prolongación anti imperialista de la revolución agraria mexicana (gobierno de Cárdenas).

Esa ola progresista continental logró su máxima expresión en Chile con el triunfo del Frente Popular en 1938, que dió un salto decisivo en el desarrollo industrial capitalista, favorecido por las condiciones internacionales creadas por la Segunda Guerra Mundial. El agotamiento de esa experiencia, por la capacidad estructural de la burguesía chilena para impulsar un desarrollo independiente del imperialismo, creó una crisis de línea política del movimiento popular. El Partido entró en un periodo que se prolonga por la década del 40, caracterizado por su moderación política y la persistencia de una línea de colaboración de clases, participando en gobiernos burgueses sin postular una alternativa clara para las luchas populares. Esta situación condujo a una verdadera debacle partidaria, se dividió el Partido, surgieron traidores a la clase obrera y descendió notablemente su influencia de masas, sindical y electoral.

El populismo revolucionario nacionalista hizo crisis en la década del 50, fracasando rotundamente por su incapacidad para mantener una política anti imperialista consecuente, que necesariamente debía radicalizarlo hacia el socialismo. Así lo confirmaron las experiencias del peronismo, del varguismo, de la revolución boliviana y del gobierno de Betancourt en Venezuela; cuando la presión imperialista oligárquica exigió a esos procesos, afirmarse en las masas y avanzar hacia la revolución, claudicaron o traicionaron sus postulados. Sólo la Revolución Cubana fue consecuente con su programa y derivó hacia el socialismo, cancelando definitivamente la alternativa del populismo nacionalista en América Latina.

La crisis final del populismo en Chile tuvo lugar con el gobierno de Ibáñez, en el cual participó temporalmente el PS Popular. Su fracaso creó las condiciones para que el Partido restableciera su unidad en torno a una política avanzada de Frente de Trabajadores, que enfatizaba el problema de la necesaria independencia del proletariado, como reacción a las negativas experiencias colaboracionistas posteriores al Frente Popular.

Esta maduración política revolucionaria influyó notablemente en el ascenso del movimiento popular, que se expresó en la campaña presidencial del FRAP en 1958, en las intensas luchas de clase de los años 60-64, y en la bullente campaña presidencial del FRAP en 1964.

El desarrollo orgánico y el crecimiento de la influencia política del Partido se vincula con el surgimiento de un poderoso y combativo movimiento campesino, con la incorporación a las luchas populares de los sectores semi proletarios y con el espectacular desarrollo político de la clase obrera industrial en la década del 60. La política del Partido interpreta las aspiraciones revolucionarias de las masas populares, oprimidas por la crisis del desarrollo capitalista dependiente (en el gobierno de Alessandri), y el fracaso del reformismo burgués (administración Frei). El Partido se caracteriza por su gran sensibilidad política frente a los problemas de las masas y por su consecuencia para encabezar e impulsar sin restricciones todas las luchas reivindicativas espontáneas de los trabajadores, pobladores, estudiantes, etc. A pesar de la débil organización y de la falta de una política central de masas, los socialistas se ponen a la cabeza de todas las manifestaciones de la lucha de clases, cada vez más radicalizadas. La rica práctica revolucionaria de la lucha de clases durante toda la década del 60 no alcanzó a ser asimilada y orientada plenamente por una línea política justa del movimiento popular. Hubo un rezago en el desarrollo de la teoría respecto a la realidad concreta, que afectó fundamentalmente al Partido. En el Congreso de 1965 (Linares), el Partido Socialista se define marxista-leninista, y caracteriza correctamente el carácter de la experiencia reformista burguesa de Frei, postulando los objetivos programáticos socialistas del proletariado, la independencia de clase de su frente político y la vigencia de la violencia revolucionaria, como medio para la conquista del poder, autocriticando a fondo los errores políticos anteriores. La definición del carácter leninista del Partido adquiere concreción en sus nuevos Estatutos y Principios Orgánicos (Conferencia de Organización de 1967).

Los aciertos del Partido en el plano de las definiciones estratégicas no se reflejaron en una táctica leninista, flexible y coherente. El Partido no escapó a las deficiencias en la asimilación de la experiencia de la Revolución Cubana, comunes a los movimientos que derivaron de la crisis del populismo. Asimismo, fue permeable a los efectos de los conflictos en la conducción del movimiento comunista internacional. El mecanicismo y la no aplicación creadora de la teoría revolucionaria en la realidad concreta, que generó el fracaso de experiencias revolucionarias heroicas durante toda la década del 60 (Venezuela, Perú, Argentina, Guatemala, Colombia y Bolivia, la más importante de todas), llevó al Partido a enarbolar una política dogmática en términos de las formas de lucha y de la restricción del frente (Congreso de Chillán, 1967), que relevó la influencia del foquismo y la falta de comprensión de las peculiaridades del desarrollo de la sociedad chilena, de los efectos de la dependencia, de las contradicciones de clases reales, de los rasgos del sistema jurídico político, y de las ideologías en pugna. Por esta razón se manifestó una disociación entre los postulados del Partido y su practica política real, que iba mucho más allá de las eventuales inconsecuencias de sus dirigentes. Las condiciones reales del desenvolvimiento de la lucha de clases abrieron el camino a la experiencia revolucionaria de la Unidad Popular, a la cual el Partido hizo un aporte decisivo, a pesar de no haber logrado elevarse a una cabal comprensión del proceso histórico que protagonizaba.

3.- Carácter de clase del Partido.

Un partido revolucionario proletario se define por su ideología marxista-leninista, su programa científico de transformación de la sociedad, su línea política justa, su composición de clase y el carácter de su organización y dirección.

Desde el punto de vista ideológico, en el Partido Socialista confluyen históricamente corrientes marxistas no leninistas (una especie de socialismo democrático, utópico), formas de anarquismo, el populismo nacionalista revolucionario y corrientes marxistas ligadas fundamentalmente a las disidencias de la III Internacional (troskistas en particular). Dentro de esta diversidad ideológica inicial, complementada por la constante incorporación de nuevas corrientes ideológicas revolucionarias «disidentes», el factor común es una vocación revolucionaria orientada muy en general por el marxismo, con una fuerte dosis de idealismo político, desvinculado de las cuestiones concretas de la lucha de clases. En el Partido militaron siempre cuadros con formación marxista, pero el conjunto de la organización no fue formada en el estudio ni en la práctica del marxismo-leninismo. El marxismo consecuente y el leninismo se desarrollaron lentamente, sin llegar a predominar, largos años después de la fundación del Partido. Otra característica notoria es la extrema sensibilidad del Partido a todos los conflictos surgidos en el seno del movimiento revolucionario internacional. El complejo proceso de maduración ideológica y política de la clase obrera y el pueblo, a través de los últimos 40 años, se refleja fielmente en las alternativas del desarrollo ideológico del Partido, que a su vez ha influido dialécticamente sobre el conjunto del movimiento.

El último Programa del Partido, de 1947, dejó de tener vigencia por resolución de un Congreso, y no fue reemplazado sino con un proyecto (1969) que no llegó a tener redacción definitiva.

La línea política del Partido se caracterizó por su discontinuidad (radicalismo, colaboracionismo, etc.), hasta el Congreso de Unidad de 1957 que le dio un carácter revolucionario mantenido después de forma consecuente. Una constante de la política partidaria ha sido plantear certeras previsiones estratégicas, pero no tener capacidad para desarrollar una táctica correcta y construir la organización necesaria para concretarla en la práctica.

Esto ha permitido que la práctica política del Partido haya caído en desviaciones de derecha («cretinismo parlamentario») y de izquierda (extremismo infantil).

En el plano internacional, la política del Partido ha mantenido como única constante histórica su latinoamericanismo. Surgió en oposición al fenómeno stalinista y mantuvo una actitud contraria a la política de la III Internacional, que llegó incluso al anti sovietismo extremo. Se relacionó fuertemente con la Liga de los Comunistas de Yugoslavia, y apoyó con decisión su alternativa de derecha a la política soviética («Tercer Frente»). Respaldó combativamente y desde el inicio de su lucha al Movimiento 26 de Julio, y se vinculó estrechamente a la Revolución Cubana, cuya influencia contribuyó a la redefinición internacional del Partido, como integrante del conglomerado de fuerzas que se enfrentan al imperialismo y luchan por el socialismo, a nivel mundial. La destacada participación del Partido en las Conferencias Tricontinental y Latinoamericana de Solidaridad con los Pueblos y en el trabajo del Comité Permanente de la Tricontinental, así como el estrechamiento de relaciones con el Partido Comunista de Cuba, con el Partido del Trabajo de Corea, con el Partido de los Trabajadores de Vietnam y el FLN de Sudvietnam, con el Partido Comunista de la Unión Soviética y con los Partidos Comunistas y Obreros de los demás países socialistas, han permitido el reconocimiento internacional del Partido Socialista de Chile, como fuerza integrante del movimiento obrero revolucionario mundial, solemnemente ratificado en los actos de celebración del 40 Aniversario del Partido (1973).

En términos de su composición de clase, el Partido tiene una militancia proletaria abrumadoramente mayoritaria (más de un 70% de obreros industriales, mineros y agrícolas) con una proporción importante de militantes de extracción pequeño burguesa (funcionarios, empleados, intelectuales, estudiantes y pequeños propietarios). Sin embargo, las direcciones políticas de todo nivel (de sus Seccionales a Comité Central) muestran un predominio absoluto de elementos de la pequeña burguesía, intelectual y funcionaria, principalmente.

Desde el punto de vista de su organización, el Partido refleja certeramente sus contradicciones ideológicas y el predominio de las corrientes pequeño burguesas. La pequeña burguesía revolucionaria, políticamente inestable (tiende con facilidad a caer en desviaciones de derecha o de izquierda), es intrínsecamente desorganizada. Manifiesta un individualismo que la incapacita para el trabajo colectivo (inconstancia, diletantismo, indisciplina, tendencia a aislarse de las masas y a eludir las tareas políticas). No tiene ninguna de las características que hacen del proletariado consciente una clase con tendencia natural a la organización. El predominio ideológico de la pequeña burguesía revolucionaria en el Partido, ha impedido en la práctica, la construcción de una organización leninista. <

El Centralismo Democrático, base de los principios proletarios de organización, es desconocido por la militancia del Partido y no se practica a pesar de los Estatutos y Principios Orgánicos (leninistas consecuentes), aprobados en l966. La organización del Partido no se ha desarrollado desde el punto de vista del leninismo. Ha sido concebida fundamentalmente para la lucha electoral, no está planteada en función del trabajo cotidiano en el movimiento de masas; no ha garantizado, ni mucho menos, condiciones para trabajar en la ilegalidad; ha permitido la existencia de grupos y fracciones al interior del Partido, y ha tolerado el manejo y la influencia de caudillos locales, regionales y nacionales que tuvieron gran trascendencia en toda la historia partidaria. De una u otra forma, la organización difusa y movimientista del Partido lo ha transformado en un instrumento adecuado a los intereses de fracciones, tendencias particulares, personalidades, etc. Ha sido característico en el Partido impedir la promoción de cuadros proletarios, la carencia de educación política a la militancia, la falta de un periódico que ligue al Partido a las masas, la insuficiencia de la creación teórica (no hubo revista desde 1967), el burocratismo en el trabajo de masas, el oportunismo absoluto en la lucha ideológica.

La definición proletaria y leninista del Partido, en el plano de la organización, no se logró concretar plenamente, por el factor decisivo de predominio de la pequeña burguesía revolucionaria en su conducción y su incapacidad para proletarizarse.

4.- El Partido y la experiencia de la Unidad Popular.

El papel que jugó el Partido en el proceso revolucionario desatado por la Unidad Popular, estuvo condicionado por las características analizadas en las paginas precedentes. La adaptación más importante surgió del Congreso de La Serena (Enero del 71), que avanzó un largo trecho en el terreno de la interpretación científica de la situación histórica, y renovó totalmente la dirección del Partido, aprobando importantes criterios de superación orgánica.

Es importante comprender las limitaciones de ese evento partidario, en el sentido de que no estuvo precedido de una discusión política e ideológica a fondo de todo el Partido, y se caracterizó como culminación de una intensa lucha tendencial por el control del poder interno. De aquí la deformación de los términos de la lucha interna que se pretendía abriera paso a la hegemonía del marxismo-leninismo consecuente, en términos de línea política, dirección, concepciones orgánicas y estilos de trabajo. Las corrientes que predominaron no expresaban un pensamiento homogéneo, y el propio Congreso fue una expresión de sectarismo y estilo burocrático para resolver los problemas políticos y las contradicciones ideológicas del Partido, sin perjuicio de su legitimidad interna.

En este contexto se puede precisar la inmensa responsabilidad que cabe al Partido en el desarrollo y desenlace de la experiencia revolucionaria de la UP.

El Partido fue, en gran medida el principal portador, pese a los esfuerzos de la dirección, de la dispersión política que impidió consolidar la hegemonía de la clase obrera en la conducción del proceso. No hubo capacidad para combatir con éxito las deficiencias y errores que surgían de la incomprensión de los problemas estratégicos fundamentales. Pese a las resoluciones políticas del Congreso del Partido, y a los numerosos documentos e informes de la dirección, que conceptualizaron correctamente los rasgos esenciales del proceso entregando una acertada dirección política, el conjunto del Partido (dirigentes intermedios, mandatarios, cuadros destacados de la Administración Publica, dirigentes de masas y militancia en general), no asimilo siempre el carácter de la coyuntura histórica.

En general no se valoro el contenido revolucionario del Programa, de la alianza de clases que suponía, los problemas de la estrategia para la conquista del poder. Faltó comprensión del problema de la hegemonía proletaria en el frente, del papel del Gobierno y del movimiento de masas. En el Partido se expresaron con fuerza las desviaciones de izquierda (subestimación del papel del Gobierno, culto del espontaneísmo de las masas, verbalismo revolucionario, oposición infantil a cualquier concesión o compromiso, voluntarismo, no consideración de la correlación de fuerzas real, etc.). En un caso se expresaba en ideologismos y desarraigo de los problemas concretos de la lucha de clases de muchos dirigentes intermedios y militantes de extracción pequeño burguesa, y en el otro, la carencia de compromiso revolucionario y militancia partidaria de un apreciable sector de mandatarios y funcionarios de Gobierno.

No obstante el esfuerzo de la dirección, no siempre impulsado homogéneamente, por imponer una línea única de acción para todo el Partido, que tuviera concreción en las tareas de Gobierno y en la lucha de masas, de las propias filas del Partido surgió la caricaturización de la experiencia revolucionaria de la UP.

En las condiciones del Gobierno Popular el Partido avanzo espectacularmente en su influencia y ascendiente de masas. Ello quedo reflejado en las elecciones nacionales de 1971 y 1973, en las elecciones de la directiva de la CUT y en la importante penetración socialista en los principales centros fabriles y mineros.

El objetivo fundamental propuesto a su quehacer orgánico en este periodo fue convertir en fuerza organizada este inmenso apoyo de masas, construir Partido en base a respaldo de masas (Pleno Nacional, Abril 1971). Aunque hubo progresos innegables y de gran importancia, la dirección no fue capaz de organizar al Partido en base a una concepción proletaria, para ponerlo a la altura de la situación histórica.

La condición primera para superar los problemas orgánicos del Partido era tener conciencia cabal de ello y actuar homogéneamente, y ninguno de estos dos requisitos logro concretarse.

La incapacidad de la dirección para transformar al Partido en una organización verdaderamente marxista-leninista, refleja las contradicciones no resueltas entre los distintos puntos de vista presentes en su seno, y el profundo arraigo del espíritu fraccional y de grupo en el seno del Partido.

No resolviéndose las contradicciones de carácter ideológico, no fue posible comprometer a todo el Partido en el cumplimiento de las tareas orgánicas aprobadas en general por la dirección. No hubo una política de reclutamiento, formación, promoción y control de cuadros, indispensable para cimentar una estructura orgánica nacional centralizada. No se intento profesionalizar al conjunto de dirigentes nacionales y regionales del Partido. No se impulso ni hubo recursos para un sistema Nacional de Educación Política, con publicaciones y Escuelas de Cuadros permanentes. No se destino recursos indispensables para desarrollar las tareas de Frente de Masas. No hubo firmeza para combatir y aplastar todas las formas de trabajo fraccional, la indisciplina y la infiltración en el seno del Partido. No se resolvieron criterios adecuados para encauzar una sana lucha ideológica, que permitiera conquistar la unidad ideológica del Partido, cimiento de su real unidad orgánica. La dirección en su conjunto mantuvo una débil ligazón con las masas y con la base del Partido, pese a las excepciones individuales.

Las debilidades orgánicas tuvieron también expresión en las graves deficiencias del trabajo de masas (en términos de elaboración de políticas y de construcción de los medios para aplicarlas); y del trabajo en el frente del Gobierno (donde hubo mucha elaboración de políticas, pero fallo el mecanismo de aplicación y control).

A pesar de todas estas debilidades, el Partido hizo aportes esenciales al proceso revolucionario y constituyo unos de los pilares básicos de su sustentación. El rezago histórico de su transformación leninista le impidió contribuir mas decisivamente a la construcción de una vanguardia que concretara la hegemonía proletaria en el proceso, pero de acuerdo a sus posibilidades se jugo por el triunfo. Ante la historia comparte la responsabilidad de sus debilidades y la satisfacción de sus éxitos.

5. - Vigencia histórica del Partido y sus tareas de hoy

Como se ha afirmado en estas paginas, el Partido Socialista esta profundamente enraizado en el pueblo, del que es uno de sus representantes políticos más característicos.

En particular, ha canalizado las aspiraciones de transformación social de una parte de la clase obrera y de la pequeña burguesía revolucionaria, las que por razones históricas muy concretas ya vistas, dieron nacimiento y constituyeron la materia humana fundamental del desarrollo del Partido.

La construcción de la fuerza dirigente de la revolución es la tarea esencial, y la vigencia histórica del Partido Socialista emana del aporte decisivo que le cabe entregar a su cumplimiento.

El PS ha sido un partido en el que sus virtudes y sus defectos se han manifestado fundamentalmente a través de su voluntarismo. La transformación leninista del Partido debe recoger de esa tradición el contenido revolucionario de tal voluntarismo.

La misión histórica de un partido marxista-leninista es de carácter subjetivo, de conducción. Es un destacamento de vanguardia que no sustituye a la clase obrera, sino que la educa y orienta.

El factor conciencia, espíritu de combate, voluntad revolucionaria, es siempre esencial. No puede ser sustituido por el acierto teórico ni por el funcionamiento eficaz de la organización. Tanto Marx y Engels, como Lenin, pusieron una y otra vez énfasis en el factor voluntad como elemento vital para la conducción de las masas, y actuaron consecuentemente.

En el análisis que hemos realizado de los vicios e insuficiencias del Partido, dejamos claramente establecido cuan dañino ha sido el subjetivismo y el anti cientificismo presente en su teorización y accionar. Al valorar la importancia del factor voluntad, no podemos subestimar la titánica tarea de combatir los defectos subjetivistas del Partido, que solo conducen a aventuras o al derrotismo. El voluntarismo, a la vez que se contrapone a las concepciones mecanicistas y evolucionistas, desligado del análisis concreto de la realidad degenera en aventurerismo.

El arraigo del PS entre las masas populares, a lo largo de todo el país, es un factor esencial que testimonia su vigencia. Los partidos no surgen por decreto. En mas de cuatro décadas de vida el PS se ha transformado en un vocero querido de amplios sectores de trabajadores; al Partido Socialista se le escucha y se le reclama en todo Chile. Aun hoy, golpeado con crueldad, obreros, campesinos, empleados y estudiantes, sufriendo la brutal represión de la Junta militar, esperan y anhelan escuchar la voz y orientación de los dirigentes del PS. Es un estimable síntoma de confianza al que debemos corresponder.

El PS ha estado inserto, desde su nacimiento, en la vida política del país, como una fuerza actuante, y en algunos periodos determinante, del acontecer nacional. El nacimiento de la CTCH y posteriormente de la CUT, el Frente Popular, el FRAP y la UP, fueron posibles, en sus circunstancias, con el aporte del PS. No sin dificultades, por supuesto, y en algunos casos a pesar de rechazos de amplios sectores del propio Partido. El nacimiento de la Unidad Popular, por ejemplo, no tuvo el respaldo unánime de los dirigentes del PS en aquel entonces. La claridad política de la absoluta mayoría de los militantes, surgida básicamente del instinto de clase de la base socialista trabajadora, presionaba en favor de quienes postularon y defendieron la estrategia unitaria de la Unidad Popular.

Esa herencia altamente positiva, que responde a los intereses de la clase obrera y del pueblo, esta hoy presente y se expresa en el odio encarnizado de los fascistas a nuestro Partido y a todos sus militantes. La Junta todos los días nos da por derrotados y desaparecidos: es mas que nada la expresión de sus deseos.

A los propios dirigentes de la burguesía les preocupa nuestra existencia, consolidación y desarrollo. Nos saben capaces de avanzar por el camino de la unidad. No es con ingenuidad, sino con calculada intención, que los más astutos dirigentes derechistas, y hoy día algunos menos brutos de los oficiales fascistas, lanzan rumores estimulando el sectarismo en algunos militantes. No hay mejor forma de irritar y hacer perder el juicio a un socialista, que demostrar desprecio a su partido. Los ideólogos y publicistas de la Junta juegan con esa herramienta, como lo recomiendan los manuales de la guerra psicológica.

Temen al Partido, no tanto porque lo estimen capaz, por si solo, de derrotar a la dictadura, sino sobre todo, porque ven en el un elemento fundamental de la unidad de la clase obrera, del pueblo y de todos los sectores anti fascistas. De ahí su empeño denodado de destruirlo, a cualquier costo.

El destino de un gran contingente obrero y de sectores pequeño burgueses que interpretamos y conducimos se dispersarían anárquicamente si el Partido fuera destruido. He ahí un desafío a nuestras capacidades. La unidad del pueblo requiere nuestra presencia.

Pensar, en la actualidad, en resistir y derrotar a la dictadura, es pensar y trabajar por la más amplia unidad anti fascista. Y en esa tarea nuestro aporte es decisivo. Lo saben los fascistas, y también así lo estiman los partidos de la UP, el propio MIR, y con singular preocupación lo aprecian los sectores democráticos y progresistas del PDC.

Como lo hemos referido anteriormente, internacionalmente el Partido ha recorrido un largo y matizado camino dentro de los cauces del anti imperialismo.

Hoy somos reconocidos como una fuerza componente del movimiento revolucionario mundial. Las relaciones con los Partidos Comunistas y Obreros se mejoran casi a diario, y recibimos de ellos un amplio apoyo y estimulo. Nuestra comprensión de los problemas que afrontan los países socialistas en su desarrollo, y por el quehacer y preocupaciones del movimiento obrero mundial son cada vez mayores, y a través de ese mutuo conocimiento nos acercamos y hermanamos más. Están dadas las condiciones para desarrollar y ampliar esas relaciones.

Un campo específico en que nuestra labor puede ser muy fructífera, y que va dando resultados, es el de la social democracia internacional. Allí se producen contradicciones entre sus alas más reaccionarias y los sectores progresistas, propensos éstos al mejoramiento de las relaciones con el campo socialista y con los partidos comunistas y obreros. El acercamiento entre tendencias del movimiento obrero, en favor del movimiento revolucionario mundial, y a partir de posiciones de principio, es una gran tarea en la que el PS puede aportar, tal vez como ninguna otra fuerza política chilena, dado su particular desarrollo histórico.

Todos los aspectos señalados anteriormente conforman la potencialidad revolucionaria del Partido. Allí están las raíces de su vigencia histórica.

La actual generación de militantes tiene por tarea esencial hacer suya, extender y profundizar, la ideología científica del proletariado para que tales virtudes y potencialidades del Partido, germinen en buen terreno, haciendo posible la construcción de la fuerza dirigente de la revolución.

La reconstrucción del Partido es hoy nuestra tarea vital. Y es a través de ella que debemos proletalizarlo, en su ideología y métodos de trabajo, única forma de remontar la pendiente y no volver a ser pasto del fascismo.

La primera tarea para avanzar en la reconstrucción del Partido, es asegurar una línea política única para todo el Partido, fundamentada sólidamente en los principios. Los elementos básicos de esa línea única, están contenidos en el presente documento.

Es indispensable transformar la actual organización en un Partido homogéneo, desarrollando la ideología proletaria, poco arraigada aún, introduciendo el marxismo-leninismo en la práctica concreta de los militantes, combatiendo sistemáticamente todas las desviaciones que surjan al interior de la organización e intensificando el trabajo de masas del Partido. El Partido debe convertirse en un destacamento disciplinado y consciente de sus objetivos, como asimismo de los medios para conquistarlo.

Uno de los supuestos de la reconstrucción orgánica del Partido, es su depuración. El combate a muerte a los rezagos de actividad fraccional, es un compromiso que la dirección cumplirá sin vacilaciones, y que debe contar con el respaldo de toda la militancia. El Partido debe depurarse definitivamente de todos los elementos oportunistas, infiltrados y profesionales de la división. Las actuales condiciones represivas exigen practicar efectivamente el centralismo democrático, enfatizando hoy la centralización de la dirección política. Hoy con mayor fuerza que nunca, se debe salvaguardar la unidad del Partido: férrea unidad orgánica, consciente unidad ideológica y combativa unidad de acción. Atentar en cualquier forma contra la unidad del Partido, hoy día significa traicionar al pueblo de Chile.

El desafío planteado es inmenso, construir un partido leninista, destacamento de vanguardia de la clase obrera, con influencia en extensas capas sociales, adaptado a las condiciones del trabajo clandestino, capaz de resistir la represión fascista, que domine a fondo todas las formas de lucha, profundamente enraizado en las masas y conductor efectivo de todos los combates del pueblo.

La construcción del Partido, la gestación de una dirección única proletaria y la formación del Frente Anti fascista, son las tres tareas fundamentales de toda la militancia, y se cumplirán al calor de la resistencia contra la dictadura. La lucha revolucionaria exige una cuota creciente de sacrificios y no se puede esperar éxitos inmediatos. El heroísmo individual, en los momentos culminantes de la lucha, es valioso, pero el pueblo necesita hoy de otra forma de heroísmo. El Partido debe aprender la lección del heroísmo proletario. El del trabajo colectivo anónimo y cotidiano, que exige mayor energía revolucionaria y, sobre todo, mucha paciencia.

El Partido debe aprovechar todos los recursos humanos y materiales de que se puede disponer para reconstruirse y combatir la dictadura. Su gran reserva material está en el pueblo. En las filas del pueblo encontrará también su gran reserva moral, la potencialidad revolucionaria que emana del espíritu libertario indestructible de las masas populares.

La reconstrucción orgánica del Partido no parte de cero, pero debe llenar muchos vacíos. El odio de clase del fascismo se ha descargado en particular sobre el Partido y su organización ha sido fuertemente deteriorada; asesinados cuatro miembros del Comité Central, (compañeros Arnoldo Camu, Eduardo Paredes, Arsenio Poupin y Luis Norambuena), y siete secretarios políticos regionales del Partido; entre otros muchos militantes, encarcelados 12 miembros del Comité Central y 20 Secretarios Políticos Regionales. Estos datos escuetos reflejan el efecto de la criminal represión fascista sobre el Partido.

A pesar de los sensibles golpes recibidos, el Partido conserva lo esencial de su estructura nacional y cuenta con una dirección central legítima, volcada por completo a las difíciles tareas de entregar a la militancia una línea política clara, reconstruir la organización y encabezar la resistencia anti fascista.

El golpe de Estado impidió convocar al Congreso General del Partido, previsto para Enero de 1974; ello sólo podrá hacerse cuando las condiciones políticas lo permitan, para que el Partido democráticamente se dé un Programa, apruebe los Estatutos, ratifique su estrategia y táctica y genere una dirección. Mientras tanto el Comité Central mantiene todas las prerrogativas de organismo superior del Partido, ha reorganizado su trabajo, resuelto incorporar a las tareas de dirección a los mejores cuadros disponibles para reemplazar a los compañeros caídos y a quienes han sido separados del Comité Central por deserción (decisión individual de abandonar el país).

La dirección política del Partido se ejerce desde Chile y a la dirección interior de la lucha revolucionaria se subordina el trabajo del Secretariado Exterior del Partido, encabezado por el Secretario General del Partido, camarada Carlos Altamirano.

El Comité Central tiene un compromiso histórico ante el pueblo de Chile y una responsabilidad inmensa ante el Partido, y, está dispuesto a cumplir, a pesar de las dificultades, de la falta de experiencia, y de los embates brutales de la represión que ha costado ya, en pocos meses de lucha en la clandestinidad, la vida y la prisión de miembros de la dirección y de valiosos cuadros combatientes del Partido.

La noche negra de la dictadura no será eterna. La dignidad del pueblo de Chile y su espíritu libertario no han sido encadenados, y en sus entrañas se incuba la fuerza rebelde que aplastará el fascismo.

Con la fuerza política y la autoridad de quienes han permanecido fieles a la causa del socialismo y decididos a entregarlo todo para conquistar la victoria, el Comité Central llama a todos los militantes del Partido a estudiar y asimilar la línea política, a aplicarla creadoramente en el trabajo cotidiano, a luchar por la unidad de todo el pueblo, a construir una gran organización de combate, conductora de las masas, y a ser dignos herederos del ejemplo heroico del camarada Salvador Allende y de todos los mártires del Partido y del pueblo, dispuestos, como ellos, a entregar la vida y, por sobre todo, decididos a vencer.

Comite Central
Partido Socialista de Chile

Marzo de 1974

ANEXOS

Este documento ha sido elaborado por la Dirección del Partido en el interior del país, en las duras condiciones de la clandestinidad. Burlando la vigilancia de los esbirros fascistas, ha circulado de mano en mano, ha recorrido la fábrica, la escuela y la población. Es conocido ampliamente por las bases, y es utilizado como el principal instrumento de la reorganización del Partido.

Imaginamos los enormes obstáculos que nuestros camaradas habrán tenido que vencer para que la voz del Partido llegara hasta nosotros. No debemos olvidar jamás que en cada pequeña tarea cotidiana, los heroicos combatientes de nuestro Partido ponen en juego su propia vida. Nuestra admiración y respeto para los que contribuyeron a la materialización de este documento, desde el anónimo compañero que pasó horas tecleando en la máquina de escribir hasta el de la Dirección que entregó su experiencia y su aporte teórico.

El fascista Pinochet y sus secuaces han anunciado más de una vez la total destrucción y aniquilamiento de nuestro Partido: este documento por sí sólo es un contundente desmentido. Nos han golpeado duramente, han asesinado a nuestros más queridos camaradas, miles de compañeros están en prisión y la represión en contra del Partido Socialista es cada día más aguda. Sin embargo, 41 años de gloriosas tradiciones de lucha nos han legado una fuerza inagotable: estamos profundamente enraizados en el pueblo, nada ni nadie podrá destruirnos. Del último aliento de los caídos en el combate, otros compañeros recogen el impulso renovado para enarbolar las banderas del socialismo que no se arriarán jamás, porque están destinadas a flamear, más temprano que tarde, en el mástil de la victoria.

VENCEREMOS